Las nubes grises opacaban las paredes de los edificios en la gran ciudad. Las luces de las ventanas iluminaban tanto como podían, pero era evidente que una tormenta ya estaba próxima a iniciarse. La gente hacía lo posible por regresar a sus casas y otros buscaban pronto refugio ante la lluvia que cada segundo era más inminente. Sin embargo, dentro de un departamento las luces estaban apagadas y la única iluminación que había era aquella de varias veladoras y velas colocadas en diferentes puntos de la sala.
Los sillones, la mesa para café y la carpeta habían sido arrimados hacia las paredes para dejar espacio al símbolo pintado con gis en el centro. Una estrella de cinco picos encerrada dentro de dos círculos con palabras escritas en un idioma obsoleto. Cinco personas, tres hombres y dos mujeres, vestían túnicas negras y sostenían en sus manos diferentes de objetos. Uno de los hombres tenía una copa con su propia sangre y un cuchillo, con el que se había cortado; Otro sostenía un libro abierto con una mano y, con la otra, una veladora que usaba para leer el libro en la oscuridad.
La mujer más joven sostenía en sus manos un collar con un colgante y una piedra negra en ella, parecía obsidiana. La otra mujer cargaba un incensario de serafines que colgaba de dos cadenas casi rozando el piso y llenaba de humo la habitación. El último de los hombres sostenía con ambos brazos un tridente casi tan alto como el departamento y de un brillo fantasmal, parecía hecho de plata o algún hierro pulido o cromado. Además, esta magnífica arma estaba ornamentada con simbología mítica de pueblos ancestrales.
Conforme la tormenta avanzaba dentro de la ciudad, el agua y los vientos se colaban por la única ventana abierta de la habitación. Se sentía una electricidad en el aire y las velas se agitaban amenazando con extinguirse, pero resistían el embate de las ráfagas de aire. El círculo en el piso, que originalmente era blanco, se tornaba de un color rojizo y empezó a salir del centro una luz que se arremolinaba y se transformaba en un humo carmesí que se comprimía y adquiría una forma humanoide.
Cuando la luz dejó de salir del centro del círculo, una figura demoníaca se reveló ante los cinco. Sus cuernos chocaban con el techo, a pesar de estar encorvado. Tenía patas de chivo, garras como de águila y el dorso, los brazos y el cuello de un humano. Su cabeza parecía a la de un león y poseía una cola con una punta como de flecha. Una poderosa hacha era blandida por el ser infernal y la hoja era tan ancha como una persona promedio.
Al instante que el ser puso la mirada en el hombre del libro y este último le hizo una señal a aquel del tridente, quien rápidamente respondió dando una estocada directo al pecho del demonio. Pero este tomó el tridente con una mano y se lo arrebató de un tirón, como quien le quita un dulce a un bebé y terminó volando hasta estrellarse contra la pared y caer el suelo inerte. Todos los demás dieron un paso atrás, pero no corrieron, pues estaban petrificados ante el tamaño y poder del ser que tenían frente a ellos.
De un solo tajo, cortó la cabeza del hombre que sostenía el libro y de la joven. Luego miró el tridente que sostenía y pareció reconocer su origen. Entonces tiró su hacha, y atravesó al hombre y mujeres faltantes como un palillo a través de una salchicha. De entre la sangre y pedazos humanos, el demonio agarró el collar que sostenía la joven y se lo colgó al cuello. En seguida, sus ojos se tornaron negros. Finalmente, salió por la ventana, trepó por la pared hasta subir al techo del edificio y fue saltando de azotea en azotea hasta perderse en medio de la tormenta.
FIN
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