martes, 27 de diciembre de 2011

26 - El Francotirador


    Había miedo en la calle esa tarde de Diciembre. La gente hablaba de un asesino, un francotirador, que mataba personas al azar, al caer la noche. Nadie sabía quién podría ser la víctima, pero por cinco días seguidos, el tirador aterrorizó la ciudad con sus impredecibles ataques. No había un solo patrón a la hora de elegir a sus víctimas, mujeres, ancianos, hombres adultos e incluso niños habían caído presa de este psicópata.

    La policía estaba completamente confundida y pidió ayuda al ejército, pero no había forma de saber cuándo o dónde iba a atacar, quién moriría esa tarde. Nadie quería salir de su casa y si lo hacían, debían moverse con cuidado, de columna en columna o en un vehículo en movimiento, a toda velocidad, saltándose semáforos, altos y cualquier señalización. Las televisiones estaban prendidas todas en los noticieros, esperando información sobre el asesino.

    Mientras tanto, en uno de los edificios más altos de la ciudad, el francotirador subía las escaleras hasta uno de los últimos pisos donde alquiló una habitación con una falsa identidad. Cargaba con un maletín donde guardaba todo su equipo. Sin prisa ni apuro, subía los escalones con una canción en el corazón que a veces silbaba y a veces tatareaba, como quien da un paseo por el parque. Vestía un sombrero y una gabardina que ocultaban el resto de su cuerpo, excepto por unos zapatos elegantes.

    Cuando el francotirador llegó a su habitación, lo primero que hizo fue echar un vistazo al armario, al baño, la cama. Prendió la televisión y hablaban de él en las noticias, no había una sola pista de él y el ejército no quería hablar al respecto.  La policía afirmaba tener un plan, pero aparentaba ser un intento desesperado de tranquilizar a la población. El Francotirador se sentía como en su casa, se quitó la chaqueta y el sombrero, se sentó en la cama y abrió su maletín.

    El rifle que poseía el francotirador era de última generación. Ligero como si fuera de utilería, pero largo y preciso, con un silenciador que servía de poco y una mira que permitía ver la cara de una persona a un kilómetro de distancia. Ensambló cada pieza en su lugar y cuando todo estaba listo cargó el arma y se dirigió a la ventana. Tenía unos binoculares con los que podía buscar un buen sitio para practicar su tiro al blanco, pero las calles estaban cada día más vacías. La gente pasaba corriendo o en sus autos, nadie esperaba sentado mientras comía un postre, tampoco había personas en la parada del camión.

    En uno de los edificios, un hombre que trabajaba en un ducto de aire. Estaba de espaldas y de rodillas, metiendo su brazo en una ranura de ventilación. Ante esto, el francotirador tomó su rifle y apuntó hacia ese hombre. Tomándose unos segundos para calcular el tiro, sincronizando su respiración con los latidos de su corazón y, cuando lo tuvo justo en la mira, disparó. El hombre cayó en el suelo inmóvil y un charco de sangre comenzó a formarse alrededor de él. El Francotirador no podía ocultar su sonrisa perversa, entonces volvió a tomar sus binoculares.

    En la base de un edificio, otro hombre esperaba dentro de su vehículo. Miraba por todas partes con nerviosismo. Por segunda ocasión, el francotirador tomó su arma y disparó. La cabeza del hombre en el vehículo explotó al recibir el impacto de la bala de gran calibre y su cerebro se esparció  por el interior del carro. El francotirador recargó su arma y la soltó por unos segundos, pues comenzaba a calentarse. Su cara tenía una expresión severa todo el tiempo, pero una sonrisa se dibujaba en su rostro cada vez que acertaba al blanco. Tomó, otra vez, sus prismáticos.

    Cerca del parque, alcanzó a ver a otro hombre, vestido con un traje y sombrero, que cargaba un maletín. Sería un objetivo difícil pues no estaba quieto, sin embargo, daba vueltas una y otra vez, como esperando a que pasaran por él. El Francotirador tomó su arma y apuntó. Le costaba un poco de trabajo seguir al hombre y su mano temblaba levemente por la emoción de acertar ya dos blancos. Calmó su respiración e intentó tranquilizarse, cerrando los ojos un segundo. Se tomaba todo el tiempo del mundo, pues dudaba que lo fueran a atrapar.

    Después de observar por un minuto al hombre, pudo anticipar sus movimientos y cuando calculó que su cabeza estaría justo en su mira, disparó por tercera vez. El hombre de traje cayó al piso y su maletín se estrelló en el suelo y se abrió, pero estaba vacío. Su sombrero fue arrebatado por la bala y al escuchar el silbido de esta pasar sobre su cabellera, olvidó su maletín y sus modales y corrió  a ocultarse detrás de un árbol. El Francotirador estaba furioso de haber fallado, pero el hombre ahora estaba quieto y sería un blanco más fácil. Apuntó su arma hacia donde el pobre hombre se escondía, pero sólo se veía parte de su cuerpo. Cuando lo tuvo en la mira, volvió a disparar, pero falló su cuarta bala.

    Aún le quedaba una bala en su cargador, estaba completamente frustrado por fallar dos tiros. Esta vez, no fallaría. Apuntó su mira hacia el hombre que se escondía detrás del árbol y no se movía de ahí. Respiró profundamente, cerró los ojos y trató de calmarse. Ajustó la mira para verlo tan cerca como fuese posible, debía darle en el corazón o en la cabeza, pues no se conformaría con atinarle en un brazo o en una pierna. Observaba como el hombre hacía algo detrás de árbol, pero no podía identificarlo.
    Toda su atención estaba puesta en cada movimiento del hombre de traje, el centro de la mira estaba en su hombro que sobresalía por detrás del árbol en el que se escondía, tampoco podía ocultar su zapato y de vez en cuando asomaba un poco la cabeza. Estaba sentando y si quería moverse de allá tendría que ponerse de pie, tarde o temprano. El francotirador observó, esperó inmóvil, respirando despacio, sin quitar la mira de su objetivo. El hombre de traje, entonces se escondió completamente detrás del árbol y en ese momento, el lente del rifle explotó y los vidrios y pedazos de metal se incrustaron en su cara.

    Una segunda bala impactó en la cara del francotirador y atravesó su cráneo. En su cuerpo se observaban varios puntos rojos, miras de francotiradores de élite que el ejército había preparado para cuando el asesino atacara. Pusieron diferentes señuelos, como el hombre de traje que comunicó a la central sobre la posición del homicida y otros más que observaban atentos escondidos detrás de arbustos y ventanas de otros edificios, pero lo que delató finalmente al asesino fue el brillo de su mira que anunciaba a todo el mundo su posición.

FIN

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