domingo, 18 de diciembre de 2011

18 - El totem



    No todos descansaban en las vacaciones, muchos trabajaban arduamente como si fuera pleno verano. Especialmente, en aquello que necesitaba mantenimiento, vías de comunicación u obras que, una vez en marcha, ya no se pueden detener. Entre estas, la red subterránea de transporte es especialmente eficiente al realizar su labor, pues construye kilómetros de vías en poco tiempo, conectando la ciudad de un lado a otro, sin embargo, esta tarde en especial, las obras se vieron obligadas a parar.

    Después de picar una pared de piedra que obstaculizaba la construcción de las vías, los trabajadores encontraron una cámara que llevaba a diferentes pasillos con pinturas jeroglíficas de tiempos ancestrales. Siguiendo con el protocolo, mandaron a las autoridades encargadas de obras antiguas. Estos últimos, al llegar, continuaron la excavación hasta toparse con lo que aparentaba ser una cámara funeraria, repleta de artículos arqueológicos invaluables: Collares de jade y de vasijas de barro pintadas, además de lanzas de obsidiana con detalles elaborados, tocados ornamentados con plumas y más jade.

    En el centro de la cámara funeraria se encontraba un sarcófago con inscripciones en un idioma antiguo. Los intrépidos antropólogos pensaron que sería buena idea echarle un vistazo al interior y, con ayuda de todos los obreros, lograron empujar la lápida de piedra que se asentaba sobre el sarcófago y en su interior encontraron a un ser humano. Su piel era tan pálida como la de una lagartija, pero mientras miraban su pecho, notaron que se infló de repente. Como si hubiera respirado y después de desinflarse volvió a llenarse.

    Todos dieron un paso atrás cuando vieron que este ser respiraba ¿Quién o cómo podría haber sobrevivido encerrado tanto tiempo? Era imposible que en ese espacio cerrado hubiera sobrevivido sin alimento, agua o aire. Él mismo no pudo haber movido la lápida que le costó a veinte hombres un esfuerzo brutal. Un hozado antropólogo intentó comunicarse, sin respuesta alguna. Al dar un paso adelante, vio sus ojos abiertos y sus brazos, que antes estaban cruzados, moverse enfrente de él, con la lentitud de un viejo mecanismo oxidado que era reactivado después de estar sin uso por centurias.

    Al momento en que levantó la mitad de su cuerpo, de forma que quedó sentado, un par de trabajadores le pusieron un trapo en los hombros, como para calentarlo y en seguida pidieron agua y una ambulancia. El hombre, sin embargo, no hablaba. Sólo observaba a su alrededor, atónito. Sin que lo ayudaran, tan lento como un camaleón, puso una mano en el borde de su sarcófago y otra en la lápida, apoyándose para salir de ahí. Miraba a todos y todos lo miraban. Medía más de dos metros y su cuerpo parecía esculpido en mármol por algún artista griego y sus ojos… Sus ojos tenían la profundidad de las de un demonio que estuvo soñando mucho tiempo.

    El cielo ya se había teñido de negro y los murmullos comenzaron a llenar la cámara de pequeños ecos. El tráfico se hizo presente, los reflectores que apuntaban todos hacia el ser que seguía de pie junto a su sarcófago lo cegaban. Podía sentir el frío de los vidrios y el metal, sus puños se cerraban, su ceño se fruncía. La expresión en su rostro paralizó a los obreros que miraban expectantes, los antropólogos no tuvieron tiempo de reaccionar, cuando de sus ojos salieron rayos de color morado que los incineraron al instante, siguiendo con los trabajadores que uno tras uno se convirtían en cenizas y  huesos chamuscados.

    Cuando el humo de los restos se dispersó, el ceño del ser se relajó, entonces, como si fuera un robot, su cara tomó una expresión de susto, como el de un animal indefenso que está acorralado en un lugar desconocido. Todo le asqueaba, todo el caos, el ruido, las luces. Por más que su oído se adentraba en el escándalo, más intenso y desorganizado se escuchaba. Nuevamente, sus puños comenzaron a apretar y los músculos en todo su cuerpo se tensaron, la rabia regresó a su rostro, sus ojos volvieron a brillar, pero, esta vez, todo a su alrededor se iluminó con una luz blanca.

    La luz que provenía del ser aumentaba su intensidad, todo a su alrededor se sacudía, los cristales de las lámparas fueron los primeros en romperse. Después la tierra entera comenzó a temblar y rayos salían del epicentro, justo donde el ser estaba parado, y, de un momento a otro, hubo una explosión, tan grande como la manzana de una ciudad. No se pudo encontrar nada en ese perímetro, de los obreros, las vías, el ser extraño o la cámara funeraria, pero testigos afirman que vieron salir una estela de luz que desapareció en una zona oscura del firmamento nocturno.
    FIN
   

 

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