miércoles, 14 de diciembre de 2011

14 - Cimitarra



    El invierno no llegaba del todo a la gran ciudad, sólo hacía frío por las noches, pero el calor del verano regresaba todo el día hasta que el sol volvía a meterse por el horizonte. Es por esto, que los edificios necesitaban mantenerse bien ventilados, aún en pleno diciembre. Ninguna construcción requería de calefacción, pero en todas eran indispensables equipos de refrigeración, tanto para las personas como para sus alimentos y otros productos. Para congelar, enfriar y refrescarse a ellos mismos.

    Esta era una de las oficinas de un edificio de pocos pisos cerca del centro. Cuando el calor era intenso, cerca de las 11 del día, el aire acondicionado requería de apoyo de ventiladores de techo, de piso, de escritorio y ventiladores para las computadoras, baños y ventilas.  Los ductos de ventilación reciben mantenimiento constante y los jefes, pensando siempre en la eficiencia de su empresa, suelen actualizar los sistemas de refrigeración frecuentemente.

    Sergio era un encargado del área de ingeniería e informática. Iba de un lado a otro configurando las computadoras de acuerdo a las actualizaciones de los sistemas de refrigeración automatizados y ultra eficientes. Revisaba diferentes valores en cada computadora que analizaba, fijándose en un manual del tamaño de un directorio telefónico y comparándolos, para luego hacer las modificaciones correspondientes.

    En su última hoja de servicio, tenía programado un trabajo especial. Por alguna razón, en la zona de “observaciones” su jefe escribió que alrededor de las computadoras que debía revisar, la gente ha reportado que pasan sucesos extraños y que se siente una presencia incomoda. Por supuesto que esto no lo creyó pero le pareció de lo más anormal. Sin darle importancia, subió hasta el tercer piso, pero al abrirse las puertas del elevador, algo cambió la seguridad en su rostro.

    Al momento de dar paso, su corazón pareció enfriársele, empezó a sentirse incómodo, mareado. Con pesado andar, se dirigió a su objetivo. Una oficina con al menos seis computadoras, todas conectadas a una principal. La habitación era más fría que fresca, pues había dos ductos del aire acondicionado y un nuevo ventilador industrial de techo, que giraba a toda potencia. Su cabeza se sentía ligera, no tenía náuseas, pero definitivamente su estómago no estaba bien y al momento que volteó por sobre su hombro, le pareció ver que había alguien, pero estaba solo, pues, últimamente, nadie se atrevía a poner un pie cerca de donde él se encontraba.

    Sergio se sentó y aflojó un poco su corbata con el dedo índice. Se sentía abochornado, a pesar del frío, como si hubiera salido de un baño sauna y los bellos de su piel se erizaban. Su pecho se sentía como tener un costal de cemento encima, mientras el ventilador de arriba giraba al máximo, golpeándolo con ráfagas de viento constantes. Con un esfuerzo descomunal, presionó el botón de encendido de la computadora maestra y al instante, todas las demás arrancaron en serie. Miraba de reojo por sobre su hombro pues en cada instante tenía la sensación que había alguien o algo detrás de él.

    Por más frío que tuviera, no podía apagar el aire simplemente presionando un botón, pero este no sólo le incomodaba por el viento que producía, sino que al girar con tanta potencia, generaba un zumbido, un ruido con un ritmo monótono que al principio era insoportable pero dejaba de ser estimulante al poco rato y la gente lo ignoraba, sin embargo, cada vez que las ráfagas arañaban la piel de Sergio, la imagen de las aspas le venía a la mente y, como un fósforo que es encendido, el ruido del ventilador regresaba con intensidad, hasta que iba extinguiéndose gradualmente.

    Cada segundo que estaba en esa oficina, era como un minuto. Las computadoras generaban pitidos cada vez que un comando nuevo era tecleado por el ingeniero. Revisando su manual, se pudo alertar de que la energía consumida en esa habitación era mayor de la esperada. Empezó a trabajar cambiando los voltajes y redirigiendo la energía donde era más necesaria, pero, mientras hacía esto, juraba que alguien estaba detrás de él, jugándole una broma, en el mejor de los casos. No entendía que era todo eso que sentía, pero siguió trabajando en redirigir la energía a donde debía.

    Mientras el joven daba los últimos clics, el ventilador comenzó a girar a una velocidad increíble y el tubo metálico que lo mantenía pegado al techo parecía estirarse, bajando las aspas, que lucían afiladas, hasta rozar el cabello del ingeniero para dar un sablazo final, directo al cuello, como si alguien sujetara una cimitarra y de un solo corte separara la cabeza de su cuerpo. Pero Sergio agitó la cabeza y dejó de pensar en tonterías, continuando con su trabajo y justo  al presionar una tecla final, hubo paz. El ventilador comenzó a girar a una velocidad calmada y en la habitación y todo el piso se sentía la calidez de un hogar. Como por arte de magia, los síntomas desaparecieron y la gente volvió a utilizar esas computadoras.
 
 
 
FIN

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