Del choque de los metales, surgieron chismas que volaron por el aire calentando los gases alrededor, incinerando la punta del cigarro que Norberto fumaba, en la quietud de su oficina. Estaba retrasado en terminar la revisión y transcripción de un artículo científico para una revista y decidió quedarse hasta terminar. El humo se arremolinaba con el girar del ventilador, que estaba en la mínima velocidad pero trabajaba tan lento que parecía estar a punto de detenerse, en cualquier momento, pero seguía. El teclear de su máquina de escribir hacía eco junto algunas goteras, el roce de su ropa con la tela del respaldo y el rechinido de la silla al apoyar su peso en ella.
Escribía el nuevo artículo corregido mientras que fumaba su cigarrillo, afortunadamente sólo tenía algunas faltas gramaticales, nada complicado, le tomarían sólo un rato, pero su cansancio lo estaba derrotando. Apagó su cigarro en el cenicero, que apenas se habían consumido dos tercios de este antes de llegar al filtro y este siguió echando humo segundos después de que él se levantó de su silla por otra taza de café. Al regresar, dio un sorbo, prendió otro cigarro y continuó escribiendo. Todo iba de acuerdo a lo planeado y terminaría en una hora si seguía a ese ritmo. Pero el reloj no paraba y cada golpe del segundero le arrebataba energía a lo que quedaba de su espíritu.
Cuando llegó hasta el final de otra hoja, repitió su rutina: Apagar el cigarrillo, levantarse e ir por café, regresar, volver a encender otro y seguir escribiendo, con el cigarro en la boca y cada que este se consumía, prendía uno más, aunque poco del humo de esos cigarros lograba inhalar pues los dejaba en su boca para ocupar sus manos en teclear las complicadas palabras del artículo, que debía presionar cada letra y símbolo con precisión. Pero la noche se hacía más y más profunda y el tiempo corría más lento.
Pasó una hora más y Norberto miraba la pila de hojas, que debía revisar y transcribir, intacta, como si nada de lo que hubiera hecho redujera el montón. Pero sus ojos ya le fallaban y el cenicero se estaba llenando de cigarros a medio terminar, todo su pantalón estaba lleno de cenizas que caían de repente, algunas de estas dejando pequeños agujeros de quemadura en la tela. Su espalda se encorvaba, sus hombros caían, y, con el andar del reloj, su cabeza se precipitaba hacia abajo, casi hasta golpear con la máquina de escribir, pero luego recuperaba el sentido y se reincorporaba.
Al terminar de escribir la hoja en la que trabaja, volteó a la cafetera y recordó que, con la última taza, el café se había acabado. Fijando ahora su atención a la cajetilla de cigarros, pudo ver el último que le quedaba, solitario y escondido en esa caja oscura y con olor a tabaco, como él mismo. Se lo llevó a la boca y, después de varios intentos con su encendedor, logró prenderlo. Dio un respiro profundo, dejándose llenar sus pulmones con el humo. Luego, lo exhaló suavemente y sus ojos se cerraron. Cuando abrieron la oficina, ese martes en la mañana, descubrieron con horror unos zapatos que aún tenían un par de pies adentro, pegados a unos huesos chamuscados y las cenizas que quedaron del cuerpo de Norberto sobre el asiento.
FIN
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