El Lago Lotuka era conocido por dos cosas: Los campamentos de invierno y las leyendas en la fogata. Alejado de la civilización, el lago estaba rodeado de un bosque en medio de un valle envuelto por un perímetro de montañas. En esta temporada, se formaba una capa de hielo en el piso húmedo. Pero las cabañas y el fuego de las fogatas eran suficiente protección para los jóvenes que acampaban ahí año con año.
De día, se disfrutaba plenamente de los juegos y actividades. Los asistentes se dividían en grupos de diez jóvenes y dos guardias, a quienes llamaban profesores, pues les enseñaban todo tipo de tácticas de supervivencia y datos interesantes sobre la historia y biología del lugar. Pero al caer la noche, los profesores prendían fogatas y contaban historias de terror. Algunas de niños que alguna vez se perdieron por separarse del grupo y cuyas almas aún siguen vagando los alrededores del lago en esas fechas.
La luna no estaba llena aún y una neblina cercaba el campamento como un ejército fantasmal sitiando un bastión protegido únicamente por el fuego de las antorchas que defendían las cabañas y las fogatas sobre las cuales los niños se sentaban en círculos para escuchar los cuentos que los profesores contaban. Esa noche, advertían a los niños que si escuchaban a alguien pidiendo ayuda en el bosque en la noche, deberían de tener cuidado, pues depredador rondaba el lago buscando una víctima de la cual alimentarse.
“Pero este depredador— continuaba contando uno de los profesores, los jóvenes escuchaban atentamente, menos uno que se movía en su asiento inquietamente— no es cualquier bestia, es un ser sobrenatural que se alimenta de almas, las colecciona. Es tan grande como un oso y ágil como un lince, se mueve en la oscuridad como un pez en el agua, pasa de sombra en sombra hasta que está lo suficientemente cerca de ti, entonces te atrapa con sus dos garras y no hay nada que puedas hacer, una vez que sus ojos hacen contacto con los tuyos. Una vez que chupa tu alma, deja tu cuerpo como alimento a los carroñeros y posiblemente no se vuelva a saber de ti, nunca más”.
“Los nativos locales tenían un truco para alejar a los malos espíritus que rondaban en las sombras, para salvar sus almas, se ataban un collar hecho de la flor morada de la montaña— Y sacó de una bolsa un ramillete, de un color morado intenso y alargadas, todos prestaban atención menos el niño que se veía inquieto—. Esta flor era utilizada para sus rituales más sagrados, pues ponían a los chamanes que las usaban en contacto con los espíritus de sus antepasados. Claro que, hoy en día, sabemos que el modo de preparación que utilizaban…”.
Mientras hablaba el profesor, el niño que se veía inquieto interrumpió para pedir permiso de ir al baño. Al habérsele concedido, corrió hasta su cabaña para usar el baño, sumergiéndose por ratos en la neblina, que seguía conquistando terreno conforme las antorchas se debilitaban, para resurgir ante la luz y calidez del fuego. Antes de darse cuenta ya había llegado al baño y fue un gran alivio para él. Ahora, sin prisa, se dirigió de vuelta a su grupo, caminando, tomándose su tiempo para escuchar el ruido de la naturaleza, para dejarse acariciar por el frío de la noche.
A lo lejos, el niño sintió un aroma dulce, como a pan recién salido del horno. Inmediatamente su nariz volteó hacia la dirección adecuada y caminó hasta encontrarse con el borde entre el claro del campamento y la arboleda. Sólo los troncos más cercanos eran visibles, entre ellos, oscuridad y nada más. Atraído por el olor, se aventuró a dar un paso en el territorio de la naturaleza. Con cada centímetro que avanzaba, juraba estar más cerca de la esencia azucarada, pero detrás de él, algo se movía.
Con rápidos saltos, una silueta ennegrecida pasaba de sombra en sombra, en menos de un parpadeo, haciendo un ligero ruido al estremecerse las ramas. Esto alertó al joven que, al voltear atrás, notó que el campamento ya no estaba. Rodeado de árboles y plantas, se encontraba a expensas del bosque, no tenía caso pedir ayuda pues, los demás pensarían que se trataba del engaño de algún espíritu maligno que quiere atraerlos para capturarlos. Debía salir de ahí cuanto antes, pero no reconocía nada a su alrededor, pues apenas podía ver entre tanta penumbra. Sin embargo, un brillo morado destacó entre el suelo humedecido por la niebla.
El niño se percató de que un par de flores moradas de la montaña crecían en la base de un árbol. Sin pensarlo dos veces, las tomó y se las ató al cuello, pensando que esto sería buena protección contra aquello que podría ocultarse en las sombras. Su corazón latía fuerte, sus ojos estaban abiertos de par en par y su respiración era pesada, el frío le calaba los huesos y erizaba su piel, temblaban sus manos y sus piernas no respondían, cuando, de repente, vio a la silueta que se desplazaba en la oscuridad, moverse al tercer árbol más cercano, su corazón latió dos veces y la bestia brincó, volvió a latir otras dos veces y de nuevo, en cada momento más cerca.
Cuando pudo verlo frente a él, estaba completamente paralizado, confiaba en las flores moradas de la montaña, pero el ser sobrenatural puso sus garras alrededor del cuello del pequeño, aplastando el collar que había improvisado, y lo levantó un metro del suelo hasta la altura de su cara, sus ojos se abrieron y pudo ver que era parecidos a los suyos. Pero sería lo último que vería, pues la bestia se alimentó de su alma esa noche, para dejarle el cadáver a los carroñeros.
FIN
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