viernes, 2 de diciembre de 2011

02 - El castillo de Hielo



    Era el segundo día de diciembre. Y un cazador seguía el rastro de un ciervo que se adentraba en la espesura del bosque de pinos. La noche caía, pero el cazador estaba seguro de que encontraría a su presa en seguida y podría regresar sano y salvo para cenar esa noche su carne. Escuchaba atentamente, podía sentir el viento gélido rozando las copas de los árboles y como éstos se estremecían con su fuerza. Oía el latido de su corazón, pero nada más y poca pista ya quedaba del ciervo que seguía.
   
    Prendió su lámpara, pues el sol se ocultaba cada vez más rápido. Había perdido el rastro que seguía y la nieve empezaba a caer, primero como suaves copos y después en ráfagas que azotaban como un látigo, para después calmarse y volver a los suaves copos que lentamente tocan el suelo. Sin darse cuenta, la noche ya había caído y la nieve había borrado cualquier rastro del sendero por el que había venido. Todo a su alrededor parecía algo diferente a lo que había sido hacía unos minutos, algo más aterrador, más siniestro. La oscuridad era densa y su lámpara no avanzaba a más de un metro de distancia. Era una decisión aventurada pero comenzó a avanzar en la nieve que ya cubría el piso de forma que sus piernas se enterraban casi hasta las rodillas con cada paso que daba, dificultándole más el camino.

    A pesar de estar cubierto de ropas pesadas de piel de oso y lobo, adecuadas el frío de invierno, no estaban preparadas para una tormenta de tal magnitud, ni un lobo o un oso hubieran sobrevivido a tal nevada. Sus pulmones se congelaban cada vez que respiraba y su corazón y sus piernas flaqueaban. La nieve se iluminaba amarilla con su lámpara y los troncos de árboles que lo rodeaban formaban un laberinto cuyas raíces, enterradas en la nieve, eran obstáculos invisibles a los pies del cazador que lo hacían tropezar y sepultarse en la nieve y, cada vez que caía, le costaba más trabajo levantarse.

    Un destello en la oscuridad comenzó a guiar su camino.  Como una línea de luz horizontal que destacaba en la tormenta de nieve. Luego a su lado surgió otra y de repente desapareció. Conforme apuntaba su lámpara a todos lados, veía luces, una detrás de la otra, que surgían y desaparecían. Cuando estuvo lo suficientemente cerca pudo ver que se trataba de una reja metálica pintada de negro y la luz que veía era el brillo de su propia lámpara, reflejada en los barrotes congelados. Siguió el camino de la reja hasta llegar a un portón del mismo metal pintado de negro que las rejas.

    El cazador se asomaba al interior del lugar, pero nada más que la nieve aparecía ante sus ojos, entonces decidió empujar el portón con todas sus fuerzas para intentar al abrirlo y al hacer esto cayó al suelo cubierto de nieve y se enterró en ella. Como si estuviera perfectamente aceitado. Se levantó rápidamente y se adentró, siguiendo un camino, apenas visible, pues era el único sendero sin lo que parecía un laberinto de árboles a los lados.

    La tormenta arreciaba con cada segundo, la temperatura seguía bajando y los pies del cazador estaban congelados hasta los tobillos y este frío comenzaba a subir hasta sus pantorrillas. Pronto no podría caminar y sería su fin, en esa tormenta de nieve. Pero por más que avanzaba, no encontraba casa o alguna otra estructura en dónde resguardarse, así que decidió buscar refugio en los costados del sendero.

    Cuando el cazador se salió del camino y apuntó su lámpara a aquello que parecían troncos de árboles, su corazón se detuvo y no volvió a latir nunca más. Sus ojos estaban abiertos tanto como podía y su cuerpo se había petrificado, con su brazo levantando su lámpara hacia uno de los aparentes árboles, dándole suficiente luz para develar que era una especie de estatua congelada, de un aventurero de otro tiempo y detrás de esta otra y a su lado había más y por todo el camino lo único que había, aparte de nieve, eran estatuas de montañistas congelados, todos atrapados y devorados por el castillo de hielo.

FIN

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