jueves, 22 de diciembre de 2011

22 - El incensario de serafines



    Las estrellas adornaban esa noche de diciembre, opacadas por una capa de contaminación lumínica y por otros gases, como el humo que salía de la ventana, en uno de los edificios más altos de la gran ciudad, que estaba apenas abierta pues el aire frío y veloz que venía del exterior se colaba por cualquier grieta. Como una lucha de dos fuerzas mágicas, el humo que venía del interior del edificio y el viento, daban pasos hacia adelante y hacia atrás, dejando entrar el aire por momentos y en otras jalando al humo hacia afuera.

    El origen de este humo se encontraba pendiendo del techo, sobre el sofá de un hombre que intentaba calentarse con un incensario de hierro decorado con serafines que colgaba de unas cadenas, emitiendo su humo aromático sobre el pobre hombre que sufría por el frío. La tele de la habitación estaba prendida y, aunque la pantalla emitía cierto calor, el zumbido de la electricidad aumentaba la sensación de frialdad en el ambiente. Las voces apagadas de los presentadores, las imágenes computarizadas, nada de lo que salía ahí le daba el abrigo que necesitaba, pero no podía dejarla, como a una adicción.

    Se levantó de su asiento y puso la manta con la que estaba envuelto sobre el respaldo del sofá. Cubierto de pies a cabeza, exceptuando por la cara, traía una bufanda, una chamarra y  calcetas gruesas dentro de pantuflas, caminó hasta la ventana para cerrarla un poco más. El aire que entraba por el espacio que quedaba era suficiente para empujarlo por momentos, lo cual le dificultó llegar a su objetivo, pero con la ventana un poco más cerrada, la temperatura aumentó. Regresó a su colchón y el incensario de serafines ya no se mecía con tanta velocidad, pero sus ojos juguetones parecían mirarlo y burlarse.

    De vuelva a su sillón preferido, se sumergió en la suavidad de sus colchones. Nuevamente cubierto por la manta, se relajó y disfrutaba de la televisión. Las voces monótonas de los actores en la película que veía, denotaban la falta de esmero de quienes producían tal película, sin embargo, ya había perdido la cuenta de las veces que la había visto. La madrugaba le pesaba, el reconfortante aroma del incienso lo relajaban y en cada momento le era más difícil permanecer despierto. Repentinamente, un silbido lo despertó y al voltear atrás, casi pudo ver al viento entrando como una invasión de seres sobrenaturales.

    Su cuarto se congelaba, toda la calidez que ahí quedaba se había extinguido. Con un esfuerzo brutal, caminó nuevamente a la ventana y la cerró todavía más. Quedando un espacio del tamaño de su dedo, el aire entraba con debilidad y la tranquilidad regresó a su hogar, una vez más. Regresó a su sillón favorito, se sumergió en la suavidad de su colchón y continuó su rutina de televisión. Ahora que los vientos estaban calmos, no había distracción, pero la monotonía de la tele y algo en el ambiente lo hipnotizaban.

    Como en un estado de trance, él se veía a sí mismo sentado en su sofá, viendo la televisión. Todo estaba contaminado de opacidad, miraba al incensario que se mecía con los serafines, viéndolo a los ojos, y pensaba que debería apagarlo, pues el humo que generaba llenaba la habitación. Sobre una mesa para el café, había un vaso con agua suficiente, pero ya no lo tomó. Pudo ver toda su vida pasar frente a sus ojos en un instante, desde que nació, hasta el momento en que se quedó dormido sobre el sofá y murió asfixiado por el humo del incensario de serafines.


FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario