Era la locura en las tiendas departamentales, cada vez más cerca las festividades del Mes del Terror, los locales y supermercados se abarrotaban de gente dispuesta a vaciar sus bolsillos para comprar regalos escalofriantes a sus seres queridos, formando grandes filas en las cajas registradoras y estacionamientos. No era raro ver árboles con pinos amarrados sobre el techo de los vehículos, personas vestidas de duendes y cuernos de carnero por doquier, así como carritos de supermercado llenos de cajas envueltas en llamativos papeles.
Los elevadores en los edificios no descansaban, el aire acondicionado trabajaba al Máximo, pues el asfalto y los vidrios se calentaban con el radiante sol tropical de la gran ciudad, además del calor humano y mecánico. Las avenidas y calles estaban congestionadas y el ruido y un aparente caos era la única melodía que se podía respirar en el ambiente. Pero algunos rincones oscuros eran más calmos que otros, había sitios olvidados por el tiempo que se esforzaban por sobrevivir a pesar del abandono.
El Barrio chino solía estar colmado de vida pero, comparado con el resto de la ciudad en estas fechas, era un sitio relajado y pacífico, exceptuando por una tienda, ubicada en uno de los callejones más confinados. Se trataba de una tienda de mascotas que ofrecía animales de rincones exóticos de toda china. Uno de estos animales era una especie de lagarto con alas, de color verde orejas como de conejo, pero sin pelo, y una cola como de rata. Todo cubierto de escamas.
La gracia de este animal, llamado ChinShua, era su capacidad para volar, el poco cuidado que necesitaba y que cantaba a la luz de la luna, además de su rareza que lo convertía en único. Era completamente pasivo y se podía meter en una caja un día entero sin que muriera por asfixia. Todo lo que requería era la luz de la luna para darle energía y bambú, que comía con la lentitud de quien vive más de cien años. En sí, la criatura era un adorno, pero volaba por toda la casa y solía posarse en la ventana para cantar. Cientos de estas criaturas se vendieron.
Todos los ChinShua estaban bien empaquetados en sus cajas sobre las pilas de regalos, esperando la mañana del día siguiente para abrirse y poder volar y cantar por toda la casa. Ningún niño o adulto, que serían los nuevos dueños de esta criatura, tenía idea de qué era lo que contenía la caja, pues apenas hace una semana que se anunció la venta de este peculiar espécimen. Sólo una bolsa de varas de bambú revelaba el misterio pero, nadie sospechaba que eran alimento para una criatura en una caja cerrada.
Cuando llegó el gran día, todos rasgaron el papel de regalo y abrieron las cajas develando al ChinShua. Sin embargo, este no se movía, no cantaba ni volaba. Sólo estaba quieto como una estatua, con sus ojos rojos viendo a todos alrededor. La gente que había recibido esta criatura estaba sorprendida y confundida. Aún después de explicarles sus gracias, la gente no entendía, pues sólo estaba ahí, parado inmóvil y nada más.
Una oleada de frustración y reclamos invadió el local en el callejón del señor Li, el anciano dueño de la tienda de mascotas, pues la gente le llevaba su ChinShua inmóvil como una piedra, algunos dudaban si estaba vivo, pero el viejo sólo les explicaba que el ChinShua actuaba cuando él deseaba, no cuando las personas le ordenaran y que debía ser tratado con respeto, pues se ofendía con facilidad. Aseguró que el animal estaba vivo y hacía todos los chistes indicados.
Después de que todos regresaran a sus casas, algunos fueron más reverentes con la criatura, pidiéndole de favor que comiera, caminara o hiciera las cosas, ofreciéndole tratados de amistad y hasta servidumbre. Sólo así, la criatura se movió, caminó y hasta voló. Pero nunca se le veía cantar a la luna, como el viejo había dicho. La decepción llegó nuevamente a muchas de las casas y el enojo empezó a dirigirse hacia el exótico animal, que debía ser tratado como un rey.
La gente que compró el ChinShua estaba decepcionada, nunca lo habían oído cantar, hasta que llegó la luna nueva, el 24 de diciembre. Tanto aquellas criaturas que no obedecían a sus dueños como las que habían entablado una buena relación con sus amos humanos, se posaron en la ventana o rendija más cercana y, apuntando sus ojos rojizos al vacío del espacio, empezaron a cantar. Los ChinShua que eran felices entonaban una bella melodía, armoniosa y dulce como un piano. Pero aquellos que fueron desdichados o humillados por el mal trato de sus amos cantaban en un tono diferente.
Cuando los ChinShua que habían sido maltratados cantaban, su melodía se oía brutal, como un grito de guerra y muerte, desagradable para los oídos humanos y tan potente como para ensordecer a cualquiera en toda una cuadra. La cantidad de ChinShuas infelices era tal, que hubo un magnífico concierto de ferocidad, que destrozaba los oídos y estos no pararon hasta que sus amos se disculparon, les pidieron perdón y prometieron tratarlos mejor de ahora en adelante. Pero el daño estaba hecho y los nuevos sordos que atendieron a su ChinShua, no importa cuán bien los trataran, pues ya no podían oír su dulce canción nunca más.
FIN
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