El hospital trabajaba a más no poder, esa noche de diciembre. Las vacaciones se habían vuelto en turnos dobles para algunos y los accidentes de tránsito, incendios y otros malestares estaban a la orden del día. En una camilla se encontraba sentada una joven, de al menos 25 años, y un doctor examinaba su brazo que estaba vendado — Entonces, Clara, quiero que me cuentes, desde el inicio, qué fue lo que pasó —. El doctor hizo una pausa para mirarla seriamente a los ojos, pues terminó de quitarle el vendaje, revelando una herida que abarcaba casi todo su brazo, hasta la muñeca.
—Hace dos días…— explicó Clara— desperté en la madrugada y tenía un piquete como de mosquito en el brazo. No era nada grande, apenas se veía un punto rojizo en mi antebrazo, pero me daba comezón. Me rascaba una y otra vez para tratar de calmarlo, pero no lo lograba. Luego me empezó a doler más y traté de ponerle ungüento para ver si así sanaba más rápido. Pero al cabo de un rato, toda el área a su alrededor estaba enrojecida y me ardía. Esto me preocupó más y traté de limpiarlo con alcohol, pero sentí que me quemó la piel, entonces lavé muy bien mi brazo y lo vendé…—
Mientras ella hablaba, el doctor ponía especial atención a cada sustancia, pomada o líquido al que había recurrido para sanarse. — Lo que debiste hacer — dijo el doctor— fue no rascarte desde un inicio. Creo que todo eso que te pusiste desde el principio y que te hayas rascado influyó mucho en lo que está en tu brazo. Yo lo que veo aquí es que te arañaste con tus uñas, te causaste heridas y esta comienza a infectarse porque lo debiste cubrir con unas gasas sucias. Te voy a recetar antibióticos y un calmante para la comezón, es muy importante que no te rasques— dicho esto, firmó su receta y le dio las gracias a su paciente.
Clara no estaba del todo satisfecha con la explicación del Doctor, pero aun así, compró los medicamentos que le recetó. Al llegar a casa, le echó un vistazo a su brazo y lucía peor que antes. Sin saber a quién recurrir, tomó el teléfono y le marcó a su mejor amiga. Los segundos que pasaron antes de que ella respondiera le parecieron eternos, no podía dejar de pensar en su brazo y aún sentía ganas de rascarse, pero le dolía tan si quiera tocarla. Al final, su amiga contestó y se saludaron cordialmente. Clara le explicó de su visita al médico. Sin embargo, la amiga notó algo en su voz.
—La noche que desperté con la picadura— le explicó Clara a su amiga, quien tuvo que convencerla para que lo hiciera — tuve un sueño extraño. En verdad, no estoy segura de que haya sido un sueño, pues me pareció muy real. En este sueño, yo estaba acostada en mi cuarto y era despertada por una luz blanca que inundaba mi cuarto. Entonces, sentí una presencia maligna, como siluetas oscuras al alrededor de mí, sólo que no podía moverme. Algo me aplastaba el pecho y lo único que podía ver era el techo de mi cuarto. Pareció que fueron horas y, casualmente, cuando desperté tenía esta herida—.
Su amiga no le creyó la historia, pero trato de tranquilizarla diciéndole que siga las indicaciones de su doctor al pie de la letra y que pronto se curaría y estaría bien. Sin embargo, las palabras alentadoras no tenían efecto en Clara. Quien no soportaba el dolor. Intentó lavar la herida más de un par de veces esa tarde y le puso más ungüento y la cubrió con unos trapos. Pero fue despertada en la madrugada y cuando sus ojos se abrieron, ella descansaba en su cama sin poder moverse. Nuevamente, sintió una presencia maligna en su habitación y su brazo le dolía más que nunca. Cuando finalmente pudo moverse, ya había amanecido.
Totalmente consternada por su brazo, acudió a emergencias donde otro doctor la recibió. Valientemente, ella decidió contarle la historia completa, pero el doctor la transfirió con un especialista. Clara se ofendió al leer en la tarjeta del doctor la palabra “psiquiatra” y decidió no acudir más a ese hospital. Aun cuando su brazo le seguía doliendo, ella sólo tenía una explicación en su mente, había una causa respecto a lo que le estaba pasando, que ningún doctor entendiera su padecimiento, los seres malignos, algo debían estar haciendo con su brazo, quizá un implante o alguna enfermedad de otro mundo. De ser así, sólo había una forma de salvar el resto del cuerpo.
Antes de llegar a su casa, pasó a un supermercado que abría toda la noche y compró una segueta y una bolsa con hielos. Llegó a su casa y vació toda la botella de alcohol sobre su brazo y bebió de una botella de absenta. Rápidamente, el alcohol llegó a sus venas y cuando la hoja aserrada cortó su piel, sus músculos y atravesó el brazo, la sangre no dejó de fluir hasta que ella cayó al suelo inconsciente y murió en el piso de su sala. Nunca llegó a abrir la bolsa de hielos.
FIN
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