martes, 20 de diciembre de 2011

20 - El pulpo Gigante

 
 
    La oscuridad tomaba las calles de la gran ciudad. Por las noches, se sentía un ambiente de guerra, como si las tropas del mal ya marcharan por las calles y en cualquier momento se fueran a enfrentar contra las del bien. Pero el regocijo llenaba los bares, los salones de fiestas y las casas. Pues el placer y el hedonismo aumentaban conforme las fiestas de finales de diciembre, el mes del terror, se acercaban. A todas horas se podía ver a personas andando en la calle y no siempre en sus cinco sentidos…

    Esta era un hombre joven que caminaba por la calle, pasada la media noche. Vestía un saco barato y sus zapatos, que estuvieron bien boleados hasta hace poco, ahora lucían manchados por el lodo de las lloviznas decembrinas. Caminaba tambaleándose, se le veía alegre, pero sus ojos se cerraban mientras su cuerpo seguía andando. Tenía hipo y no era seguro de su destino, pues ya había pasado por esa misma calle minutos antes.

    El joven se detuvo en una esquina de la calle para leer las indicaciones viales y darse una pista de su ubicación, pero las letras se desenfocaban y duplicaban, haciéndolas imposibles de leer. Sin seguir intentando, decidió hacer caso a un instinto surgido de la nada y seguir por la calle en la que se encontraba, cuando, repentinamente, algo llamó su atención detrás de él. Un fuerte golpe metálico había roto el silencio de las calles que susurraban con el viento. No había nadie más cerca del hombre y sin duda, nada tan pesado como para hacer ese ruido.

    El hombre siguió caminando, buscando su casa, otro bar o un hotel donde sobrevivir la noche, pero las ideas se le agotaban. A su alrededor sólo veía locales que hacía mucho tiempo habían dejado de funcionar y tremendas paredes de edificios departamentales que se extendían más allá de donde el joven podía alzar la mirada sin irse de espaldas. Al voltear atrás, dio un salto hacia la pared pues volvió a escuchar otro ruido metálico, esta vez más cerca y más pesado, pero tampoco tuvo tiempo de ver de qué se trataba, pues cerró sus ojos por el miedo.

    Se apoyó del muro de la fábrica donde se había estrellado para ponerse de pie, fue toda una hazaña pero, al final, lo logró y continuó su camino, tratando de permanecer en la banqueta, pero de vez en cuando un pie suyo caía fuera del borde y justo cuando estaba a punto de pisar el asfalto se balanceaba del otro lado y volvía a andar sobre la acera y siempre que esto pasaba, volvía a escuchar el ruido. Le molestaba que alguien pudiera jugarle una broma mientras él estaba perdido, cansado y embriagado.

    Decidido a descubrir el origen del sonido, escudriñó los alrededores en búsqueda de una pista, pero nada pasaba. Luego fijó su vista en la tapa de la alcantarilla, que era pesada y metálica. Dando traspiés, bajó de la acera y, al instante que piso el asfalto de la calle, la tapa de la alcantarilla se movió y un tentáculo salió de ella, moviéndose directamente hacia el joven hombre, quien apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando el tentáculo lo sujetó con fuerza y se lo llevó a las profundidades del drenaje, para no ser visto nunca más.
 

FIN

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