martes, 6 de diciembre de 2011

06 - Géminis


    El edificio más alto de la ciudad era un rascacielos repleto de almacenes, oficinas y centros de entretenimiento. Miles de personas entraban y salían por la puerta principal, todos los días del año. Gente de tal variedad que quienes frecuentaban este lugar ya no se sorprendían por ver el desfile de colores, formas, tamaños, voces y sonidos en la mañana, tarde y noche y ya sea por una visita rápida a un conocido, para mirar el paisaje desde el piso más alto, hasta hacer compras navideñas o cerrar un negocio, todos debían tomar el elevador.

    Había ocho elevadores principales. Cada par de ellos llevaba ocupaba un rango del edificio, así, dos subían sólo hasta las primeras plantas, otros llegaban hasta la mitad, donde había almacenes y tiendas, unos más casi hasta la cima, dedicados a los pisos de oficina, y sólo los últimos alcanzaban los pisos superiores. Por estas fechas, no era raro encontrar a más de un Santa Claus dentro del mismo o ascendiendo con todos sus duendes, enloqueciendo a los niños que los veían.

    Un día seis de diciembre, el elevador abrió sus puertas en la planta baja y no se cerraron hasta que entraron siete personas en total, de los cuales, tres hombres vestían traje negro, bien peinados y con una afeitada perfecta, cargando maletines y sólo se diferenciaban por las corbatas, una roja con un conejo blanco pintado en el centro, otra a rayas blancas y negras y otra de un tono gris apagado.

    Otras personas que subieron el ascensor era una señora, cargando un bolso y con un sombrero del mismo color que su vestido morado, ornamentado con piezas de bisutería barata. También estaba un hombre delgado con poco cabello en la cabeza, que usaba lentes gruesos, una camisa blanca fajada, con tres bolígrafos en su bolsa, zapatos negros bien boleados y su pantalón hasta la cintura, también tenía un moño rojo discreto debajo de su cuello, pero su pose encorvada lo ocultaba.

    Los últimos dos pasajeros llamaban la atención, pues se trataba de un hombre corpulento y su mujer. Ambos vestidos de negro, usando chaquetas de cuero y botas. También sus cinturones eran de cuero negro y tenían estoperoles, al igual que las pulseras  que ambos llevaban. Unas cadenas salían del bolsillo izquierdo del pantalón del hombre y terminaba en un aro que tenía en su nariz. La dama tenía varias arracadas en la cara, no se podían contar con sólo echar un vistazo, así como tampoco nadie podía saber qué negocio los llevó a tal ascensor.
    Nadie se hablaba entre sí. Mas, de alguna forma, todos pensaban en los otros, sin decir palabra alguna. La señora estaba horrorizada por la apariencia de la pareja y volteaba a ver a uno de los hombres de traje, el de corbata a rayas, buscando aprobación a su desdén, pero este joven empresario le sonrió y levantó los hombros, procurando cautela de forma que nadie más lo notara. Pero cada movimiento que alguien hacía dentro de ese ascensor era inevitablemente notado por el resto.

    Otro de los caballeros vestidos de traje, aquel la corbata gris, se le notaba serio. Posiblemente haría algo que le cambiaría la vida o debía tomar una decisión difícil. Hablaría con alguien poderoso o enriquecido o quizá para salvar su pellejo. Pero no se movía, parecía una estatua sumida en sus pensamientos y que, sin darse cuenta, expresaba todo en su cara. El tercer señor con vestimenta formal, parecía más cansado que el resto, quizá regresaba de un largo viaje de negocios o había pasado toda la noche planeando movimientos estratégicos para su empresa, vitales para su supervivencia.

    El señor de lentes sostenía en su mano uno de sus bolígrafos y hablaba en voz tan baja, que más bien lo hacía para sí mismo, por la velocidad con lo que hacía y porque siempre fruncía el ceño cuando se detenía, podía sospecharse que estaba haciendo algún tipo de cálculos o razonamientos. Golpeaba su pie en el piso rápidamente pero callado, sin hacer ruido. No miraba a nadie y su vista apuntaba al vacío. Mientras, el hombre corpulento estaba inclinado, susurrándole a su pareja y mirando de reojo a  la señora, sin duda, había entendido el mal gesto que esta le había puesto.

    Cuando el hombre corpulento se volvió a incorporar, el señor de lentes le enterró un lapicero en un costado de su cabeza, luego enterró otro al caballero de corbata a rayas y un tercero al de corbata gris. La señora echó un grito espantoso y no podía creer lo que estaba pasando, la sangre le había pringado en la cara y el hombre de corbata de conejo miraba estupefacto al de lentes, mientras quitaba los lapiceros de las cabezas de los cuerpos tirados en el piso con frialdad y de un tirón. Luego se dirigió hacia él y le aplicó la misma estrategia, después hizo lo mismo a la pareja del hombre corpulento, que lloraba y le gritaba a su cuerpo tratando de hacer que reaccione, y finalmente a la señora quien no opuso la más mínima resistencia.

    Cuando terminó de recolectar los bolígrafos, se escuchó un tono y las puertas del elevador se abrieron, justo a tiempo, como lo había planeado. Luego salió caminando por la puerta, bajó por otro ascensor y salió del edificio, tranquilamente, por la entrada principal.
 
FIN

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