domingo, 4 de diciembre de 2011

04 - La Pata de Venado


    Este era un vagabundo que rondaba las calles empujando un carro de supermercado lleno de basura, chatarra y uno que otro tesoro que recogía de la calle. Sin más por qué vivir que el día a día, su única ocupación era caminar de un lado a otro recogiendo todo aquello que le pareciera interesante. Comida, pedazos de cobre y cosas que no sabía qué eran pero, pensaba, tendrían algún valor.

    Una tarde, el vagabundo cruzaba por una zona en construcción, cuando repentinamente  se oyó un grito y algo le pegó en la cabeza. Volteó por todo el suelo, buscando rápido al culpable y vio una pata de venado, pero más personas asustadas empezaron a hablar y murmurar, pues un trabajador de la construcción había caído del tercer piso hasta el sólido cimiento de concreto y todo este tumulto lo alertó. No quería ser visto por la policía, así que se fue tan veloz como pudo.

    Al día siguiente, el vago regresó a esa calle, y, para su sorpresa, la pata de venado no estaba, y al descartar que la pata hubiera cobrado vida y caminara por sí sola, dedujo que alguien la había tomado, era importante para una persona y por lo tanto, sí tenía un valor al que sacarle provecho. Pero la pata, ahora, ya no estaba. Alguien más la tenía, así que pensar en ella sólo sería pérdida de tiempo que podría utilizar para buscar más objetos. Siguió su camino y se olvidó de la pata.

    Una práctica común entre los vagos es la de reunirse en sitios marginados de los suburbios. A calentarse con la confortable basura quemada en un bote de basura, a veces alimentada con gasolina. Para su sorpresa, al llegar bajo el puente que habituaba no había fuego en ningún bote, tampoco veía gente deambulando en la oscuridad y el olor a muerte llenaba el ambiente. Avanzó lentamente por la calle, extrañándole el vacío y el silencio, que sólo era interrumpido por algún papel que chocaba en el suelo.

    Cuando el vago estuvo lo suficientemente cerca del olor y vio una figura en una de las columnas, cubierta de ropas sucias y rotas, pudo percatarse de la situación. Uno de sus colegas había fallecido en ese lugar y, antes de que llegara la policía, todos los demás escaparon. Ahora tenía que salir de ahí pero apenas aceleró su marcha se tuvo que detener, pues colgado del cuello del cadáver se encontraba, amarrado con una cuerda simple, la pata de venado.

    Admiraba con urgencia la pata, era un amuleto, pensaba. Debía tenerlo. Pero en ese instante, el sonido de una ambulancia surgió del silencio y unas luces rojas y azules brillaron en un charco a una calle de ahí. Sin pensarlo dos veces, aceleró con su carro de supermercado. Escapando del lugar, sin la pata de venado. Mientras que a dos calles, una patrulla de juguete era conducida a control remoto por un niño que regresa con sus padres del supermercado. El olor a muerte fue percibido por estos últimos y siguieron su camino sin detenerse, mientras que el niño presionaba un botón y hacía sonar la sirena de su carrito.

    El vago no había vuelto a pensar en la pata y tampoco regresó al puente donde la vio por última vez. Había que dejar pasar un tiempo, cuando un vago moría, antes de volver a tomar un lugar. Por esta razón, el vago caminó días hasta otro sitio de vagabundos. Al llegar, vio a las personas de siempre, los mismos locos y enfermos marginados del mundo, esperando día a día para morir. Empujó su carrito mirando a los demás, acostados en la suciedad, sin nada en la vida más que lo que podían cargar. Pero uno de ellos tenía algo que él quería: Sostenía en su mano el collar, hecho con una soga, con la pata de venado.

    Ambos vagos miraban la pata de venado, ninguno de los dos sabía cuánto valía, pero dado que uno lo quería más que el otro, le ofreció comprársela, a cambio de algo que tuviese en su carrito. Al echar un vistazo en este, casi sumergiéndose hasta el fondo, encontró una botella de vidrio de cerveza. A regañadientes del dueño de la botella, se hizo el intercambio. Pero ya nada importaba, pues tenía su pata de venado. Se perdió sin decir gracias, ni adiós a su colega. Solo empujando su mercancía hasta perderse en la penumbra de un callejón, donde pudo atorar su carrito entre dos paredes y acostarse enfrente de él, para que nadie pudiera tomarlo sin que se diera cuenta.

    Antes de dormir, le echó un último vistazo a la pata de venado. Tenía un buen presentimiento respecto a ella, quizá su vida mejoraría de ahora en adelante, encontrarse una moneda de vez en cuando o hasta algún billete. Se colgó la pata de venado al cuello, acomodó unos cartones en el suelo y se cubrió con periódicos, hasta quedar completamente dormido. Al llegar la media noche, el vago se despertó de un golpe, pues sintió que se asfixiaba. Miraba alrededor inútilmente para ver quién lo sujetaba o con qué se estaba ahogando, pero no veía la pata de venado debajo de su barbilla que, con sus dos pesuñas, sujetaba fuertemente el cuello y no lo soltó hasta que su corazón dejó de latir.


FIN

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