sábado, 5 de octubre de 2013

25 – El Devorador.





                Era un día como cualquiera, en la ciudad de Vallecalmo. Por las vacaciones, la gente se encontraba fuera de sus casas, viendo jugar a sus niños en los parques mientras leían el periódico en la silla de hierro helado o se chismorreaban sobre bodas, embarazos y peleas. Otros lanzaban frisbees a sus perros para que estos los atraparon en el aire y unos más apagaban sus cigarrillos con los zapatos al arrojarlos al suelo. El clima estaba fresco y todos los extraños fenómenos de los últimos días parecían superados ya.
                En el aire, un avión comercial traía turistas que arribaban a la ciudad para pasar ahí sus vacaciones. Era apenas el medio día y el piloto se disponía a aterrizar. Sin embargo, al comunicarse con la torre de control del pequeño aeropuerto de Vallecalmo, recibió un aviso extraño. Tanto piloto como copiloto vieron su cabello encanecerse por las horas de vuelo a través de los años y nunca en este tiempo escucharon algo parecido.
                La torre de control, buscaba identificar uno de los puntos en su radar, que volaba cerca del aeropuerto a baja altura. Sus ojos no lo podían divisar y no existía comunicación o registro de este punto. Se le advirtió al piloto que no aterrizara, pues podría tratarse de otra aeronave, con algún problema técnico, incapaz de comunicarse, preparándose para un aterrizaje de emergencia. En tierra, la pista se despejaba a toda marcha, mientras, en el cielo, el avión comercial daba vueltas alrededor de la ciudad esperando su permiso para aterrizar.
                Mientras esto sucedía, en el lago, el capitán y único tripulante del “Anguila”, con una barba desde la cual salían cientos de historias, exploraba las inusualmente calmas aguas, sin peces a la redonda, su anzuelo flotaba despacio movido por las corrientes de los barcos a lo lejos. En sus años de experiencia, los peces sólo desaparecían ante la presencia de un depredador. Pero en el lago no había ni tiburones ni cocodrilos que se los comieran. Rascaba su barba tratando de no romperse la cabeza al averiguar qué sucedía. Entonces, uno de sus colegas marineros remó su bote hasta el alcance de sus ojos. Sólo bastó un intercambio de miradas para que el capitán respondiera moviendo su cabeza de lado a lado como respuesta. En un segundo, el marinero del bote se alejó así como llegó. Confundidos ambos por la ausencia de peces.
                Faltaban pocos minutos para el medio día y el cielo estaba raramente callado, en el aire, las aves que revoloteaban y volaban sobre las copas de los árboles, buscando comida, pareja o a veces cantando por razones inexplicables, no estaban. El sol brillaba a su máximo esplendor.
Entonces, el capitán recogió su anzuelo y al avión que sobrevolaba el aeropuerto se le dio permiso de aterrizar, cuando una sombra ennegreció el suelo. El graznido de una criatura resonó en toda la ciudad. Por ese instante, todos los corazones se detuvieron. Pero al voltear al cielo, hacia el lugar donde provenía el sonido, nadie pudo ver nada. Mientras todos se preguntaban qué había sido ese sonido, otro ruido similar los golpeó directo en sus tímpanos. Pero esta última vez, el graznido no provenía de tan alto y las personas pudieron notar un punto en el cielo que se hacía más y más grande, como la sombra que generaba en el piso que crecía como una mancha sobre la ciudad que abarcaba cuadras enteras, como devorándolo todo.
Las personas asustadas corrían, algunas en pánico buscando un refugio y otras por sus cámaras para fotografiar a la gran ave que descendía en picada sobre el pueblo. Sus plumas eran de un marrón opaco, oscurecido por tener al sol detrás de él, su pico redondeado poseía una punta afilada y unas garras que sólo podrían pertenecer a un depredador.
El ave continuó su descenso en picada hasta acercarse a un parque. Sus ojos se fijaron en un hombre sentado en el parque. Intercambiaron miradas por ese segundo que le tomó descender al suelo y tomarlo con su garra. El hombre no era una pluma, por lo contrario, era tan pesado que apenas podía caminar por sí mismo, pero el ave lo levantó como si fuera una moneda que se cae en el suelo y uno recoge con sus uñas. Justo después de eso, emprendió el vuelo, sin que su presa emitiera un sonido, su horror no le permitía reaccionar, además de que la fuerza con la que el ave apretaba su cintura lo sofocaba.
Todos pudieron observar cómo el ave se alejaba hacia las alturas con el hombre obeso entre sus garras. Le tomó unos parpadeos volverse un punto tan pequeño como para ser visto, hasta desaparecer por completo, para no ser visto en vallecalmo nunca más.

FIN