lunes, 16 de noviembre de 2009

Visitante nocturna

La tarde había pasado tranquila en mi mansión de invierno. Me disponía a disfrutar de una deliciosa cena cuando tocaron a la puerta, era un poco tarde y se me hizo extraño que alguien llamara, me acerqué a la entrada y pude ver a una persona de apariencia oscura ante la puerta de mi mansión que con voz pausada y ronca me dijo —La Condesa ha sufrido un percance en la carretera, justo a la vuelta de la vereda, necesita asilo y está dispuesto a pagar por él si es bien recibida— Dicho esto, metió una mano en la gruesa piel de animal que lo tapaba del frío y la helada que estaba haciendo afuera y sacó un pequeño bolso de cuero que, por el sonido que hacía al agitarse, asumí eran monedas de alguna denominación.

Muy cordialmente, pero con una sospecha natural, le respondí—Si su señora necesita asilo, está bienvenida a mi casa para cuando desee venir, no se preocupe por el dinero que en esta casa abunda, llame a su señora La Condesa y dígale que aquí hay cama y comida, también dispongo de caballos y carruaje personal—. No estaba seguro si lo había tomado con descortesía, si en realidad él era grosero o si lo ofendí de alguna manera, pero dejó caer la bolsa de monedas al piso dejando su mano al aire, enseñando sus largas uñas, serrando sus dedos en un puño que volvió a desaparecer entre las pieles. Yo me sentía seguro, ya que en cualquier momento podría llamar a los sirvientes y con la colección de armas que poseo podría defenderme de cualquier demonio.

Poco a poco, la figura se perdió entre la oscuridad del camino. Mi cena ya se había congelado (literalmente), pero le pedí a los sirvientes que no la calentarán aún, esperaría a que llegara La Condesa. Me senté en mi sala a esperarla. Todo era tranquilo, la chimenea ardía suavemente, como si fuera carbón encendido, me hundía cada vez más en la seda morada de mi asiento y ante el espectáculo de los copos de nieve que caían fuera de mi ventana mi cuerpo se sintió relajado, mis ojos empezaron a cerrarse. Intenté leer el viejo libro de ciencias que tenía al alcance, pero mis ojos se fueron cerrando lentamente hasta que, cabeceando, me quedé dormido.

Soñé que estaba en mi alcoba, sentado en un cómodo asiento y que alguien golpeaba fuertemente la puerta de mi cuarto, como si estuviera enfurecido, pero la fuerza de sus golpes era sobre humana. Fui a mi armario, tomé un cuchillo, un fusil y una espada oriental afilada. Me acerqué con cautela a la puerta, la tormenta había empeorado y granizo, rayos, truenos y fuertes vientos agitaban la mansión de madera, los cansados tablones rechinaban y los golpes en la puerta de mi cuarto continuaban, a punto de abrirla con el próximo golpe, pero sin ser exitoso. De la nada, una rama de árbol hizo un hueco a través de la ventana y destruyendo un hermoso piano, haciendo un ruido horrible, dejando entrar el viento y el granizo. A los pocos segundos la tormenta se detuvo, todo parecía estar en calma, sostenía fuertemente la espada con una mano y el fusil con la otra, pero me relajé y bajé la guardia. Al voltear a la puerta noté que se había abierto. Todo estaba oscuro pero pude ver unos ojos rojos llenos de odio encandeciendo en la noche. Unas garras salieron de la oscuridad y antes de que pudiera reaccionar un toquido en la puerta de mi mansión me despertaron.

Enseguida me levanté, un poco sudoroso y fui a recibir a quien pensaba sería La Condesa. Al abrir la puerta observé a una joven de belleza espectral, tenía un aire angelical y a la vez despiadado, como de alguien puro que ha tenido que cometer muchos errores. Su vestido rojo con bordados de oro y sus collares de piedras preciosos hacían notar de inmediato su nobleza. Entró a la casa sin decir una palabra y sin preguntar, parecía sentirse como en casa. Y la guié hasta el comedor. Noté que sus ropajes no eran adecuados para el frío que estaba haciendo, era indudable que se dirigía a una cena de gala o alguna corte muy fina. Yo me sentía un poco avergonzado, un Señor no puede ostentar los lujos que una Condesa pudiera necesitar, pero no pareció importarle lo humilde de mi casa. Le señalé la entrada al comedor pero no quiso, en lugar de eso se acercó a una sala oscura donde tenía un piano empolvado por falta de uso, se sentó, levantó la tapa y empezó a tocar.

Las cuerdas del piano vibraban a un ritmo decadente, una melodía siniestra que me apuñalaba directo al corazón. Pero, de alguna manera, esa emoción que sentía me gustaba. Estaba convencido de que la condesa había estudiado y practicado con este magnífico instrumento durante toda su vida y era una maestra. Al terminar quedé totalmente impactado. Era casi la una de la mañana, no había pasado una hora de conocer a la Condesa y mi corazón palpitaba lleno de pasión. La Condesa se levantó del asiento y con delicadeza bostezó, en su mano un anillo con una esmeralda de muchos kilates llamó mi atención por su excentricidad. —Tal vez desee descansar, mi Condesa— Le dije haciéndole una reverencia. —La tormenta es fuerte y tengo una alcoba abrigada que mandé arreglar para cuando usted llegara. Su sirviente puede tomar mi transporte para usarlo a sus órdenes por la mañana, se lo obsequio, pero ahora debe descansar—. Su piel era pálida, sus labios estaban un poco morados y sus movimientos eran lentos. Debió haber pasado un largo rato en la helada. La acompañé al primer piso, donde mis sirvientes habían preparado la alcoba con perfumes y mis mantas más finas.

Al entrar a la alcoba, mi visitante nocturna se dirigió a la ventana y trató de abrirla. De un brinco, me dirigí hacia ella y la abrí yo mismo. La tormenta ya se había calmado, pero una brisa llenó toda la habitación con un aire denso y tenebroso, como aquel de mi sueño. De entre las nubes, la luna lucía pequeña, casi podía uno percibir lo lejos que estaba, daba un sentimiento de vacío y nostalgia, como la que se siente estando fuera de casa. Tenía frío, mis manos estaban heladas y mi cuerpo se entumecía con el fresco, pero pude sentir su mano sujetando a la mía, congelada, pálida. La Condesa me miraba con fascinación, como se miraba a una estrella. A la luz de la luna, volví a tener ese sentimiento intenso y oscuro que atravesó mi corazón como una daga, aquel malvado impulso que surge de las entrañas del infierno, era la luz de la luna y su melodía los que me enloquecían.

Sin dudarlo un instante más, tomé su cintura y su cuello y la besé, ella me respondió me abrazó mientras me devolvía el beso, yo la besé en la frente, luego en la cien, mientras ella besaba mi mejilla y suavemente mordía mi oreja, bajando por mi cuello. Fue ahí cuando un dolor intenso me dejó inmóvil y con la boca abierta. Pude sentir la sangre que fluía de mi cuello y cómo la Condesa enterraba sus colmillos en él. Sufría pero no podía defenderme, había algo malvado que llenaba mi alma y deseaba seguir. Cerraba mis ojos y apretaba mis dientes, mientras mi respiración se hacía más profunda y más profunda. Sujeté mis brazos a su espalda y su cintura. Ella seguía bebiendo y yo cada vez me sentía más débil. Cansado. Mi energía se iba perdiendo lentamente. Mi vista se nublaba. Estaba a punto de desmayarme.

Desperté en la mañana, La Condesa se había ido. Durante en el desayuno mi sirviente me informó que cerca de las 5 de la mañana un carruaje se había detenido en la puerta y juraba que vio a alguien salir de la casa, subirse en él y perderse en el amanecer. Supuso que era la Condesa y no me despertó al momento. Y fue lo último que supe de la Condesa y de esa extraña noche. Pero jamás olvidé la sonata que cautivó mi corazón y su extraña mordida a la luz de la luna. De la Condesa ahora sólo tengo las cicatrices de sus dos colmillos en mi cuello.

viernes, 6 de noviembre de 2009

La última noche del vampiro

Era de noche en la ciudad. En una casa, un hombre yace en su cama con las luces apagadas. Su rostro era pálido y sus ojeras hacían notar que no había dormido en mucho tiempo, su cuerpo estaba hecho un esqueleto, su cabello era largo pero sucio y empolvado. Su mirada estaba perdida en sus pensamientos, movía la boca pero no decía nada, respiraba pesado, como un animal viejo esperando la muerte. Giró su cabeza hacia la ventana y luego hacia el reloj en la pared. Las telarañas en la habitación hacían difícil distinguir las manecillas, sumadas a la oscuridad y al cansancio, pero en la cara del hombre se retrató una extraña sonrisa. Lúgubre como aquella de la parca, pero con poca esperanza. Pareciera que sonreía a pesar de saber que su felicidad no duraría suficiente para disfrutarla.
Después de un suspiro lento y profundo, levantó su cuerpo de la cama, su ropa parecía desprenderse de las sábanas y una nube de polvo se levantó cuando sus botas tocaron el suelo. Permaneció sentado en la cama unos momentos. Lo que fuera que susurrara no se entendía y era un sonido tan bajo que sólo él mismo lo podía escuchar. Parecía que repitiese lo mismo una y otra vez, como si quisiera convencerse de algo.
Con pesadez, se paró de la cama, caminó hacia la ventana y tiró de una cuerda para jalar las cortinas. Pudo ver el exterior, una capa de nieve cubría los techos de las casas y los árboles, las calles estaban vacías. Su cara era seria, pero un poco triste, sin esperanzas. No sabía que hacer, estaba confundido, sentía culpa. Su existencia misma era dolorosa, sufría al conservar su cuerpo de pie, su mente estaba cansada, aquello que lo mantenía con vida era misterio.
La luz de la calle se colaba por la ventana del cuarto, su sombra cruzaba la habitación, sus dedos largos con uñas crecidas se proyectaban por todo el piso hasta la pared. Pudo ver el reloj, había pasado una hora de tristes reflexiones. Regresó a su cama y eso le tomó una eternidad, volvió a reposar boca arriba sobre su cama, con la ropa puesta y la mirada perdida. Las capas de polvo que levantó al tirarse sobre las sábanas ya se habían acumulado sobre él y todo parecía muerto. Se respiraba un ambiente de tristeza.
Las horas siguieron pasando y empezó a amanecer. Los rayos de luz se colaron por la ventana, la cortina no estaba cerrada. Al instante, la piel del vampiro empezó a arder. No se movió, no hizo un intento por cubrirse, ya nada le importaba. Miraba su techo cubierto de retratos y postres del amor de su vida, que se ennegrecían rápidamente a medida que las llamas iban devorando la habitación. Un estante lleno de discos prendió instantáneamente y ardió con tal fuerza que pedazos de madera y plástico encendidos volaron por todas partes. Finalmente, el fuego llegó a una pila de periódicos y revistas en una esquina de la habitación, todos hablaban sobre la misma actriz, sus fotos y recortes se convertían en cenizas, uno por uno. Desde aquel que hablaba de su glorioso ascenso, hasta el último, que describía el último día de su vida y la tragedia de su muerte.

El oscuro mundo de PouKii

¿Quieres leer una historia de terror antes de dormir?
¿Una que nunca hayas escuchado?
¿Aquella que podría ser tu historia?

El oscuro mundo de PouKii será el último destino para las almas vagabundas.

Dicen que antes de morir, PouKii te cuenta una historia de terror y si duermes esa noche, tendrá una pesadilla y ese último sueño borrará cualquier recuerdo alegre sobre la vida y te hará aceptar con más decepción la muerte.

En la oscuridad no hay nada. Todo está en tu mente.

Si mueres en tu mente, tu cuerpo deja de funcionar.

¿Qué se siente morir?... (duele mucho…)

Nunca estás sol...

...Fin