jueves, 29 de julio de 2010

El corruptor de Almas

La vida en la ciudad es agitada y dinámica. Cartas, autos, paquetes, personas y productos de una diversidad jamás antes vista, todo en movimiento, evolucionando, sofisticándose, desarrollando nuevas formas y abandonando los métodos antiguos y obsoletos. En la calle apenas hay lugar para un vago, sentado en la basura con la mirada perdida y su barba gris crecida. En su cabeza, unos pocos cabellos blancuzcos se extendían hasta sus hombros, cubiertos por una camisa humedecida y maloliente. Sin zapatos, tirado entre desperdicios, sus ojos opacos miraban a la nada. Gente más afortunada pasaba frente a él, ignorando su incómoda presencia, sin detenerte a mirarlo y sin dejar de caminar, decenas de personas aparecían de un lado de la calle y se perdían del otro, vestidos en trajes y camisas limpias, con vestidos coloridos y playeras estampadas, zapatos boleados y tenis blancos nuevos. Era un despliegue de color contrastando con la gris decadencia del pobre vago que veía pasar el tiempo con la calma de quien no tiene nada que perder o ganar, alguien que espera la muerte yaciendo acostado en el suelo y quien su único compañero era una criatura extraña como una rata grande y deforme. Los ojos oscuros del engendro brillaban de un rojo intenso a la luz de los faroles de la calle. Su pelaje negro y tieso, humedecido por la lluvia fría, se erizaba y parecía formar puntiagudas lanzas intimidantes y sus colmillos, más parecidos a los de un gato o un perro, eran visibles fuera de su boca pues son tan grandes que sobresalen en su cara.

Sin saber porque, un hombre que pasaba caminando como miles, que otras decenas de veces había pasado por esa misma calle, voltea a la criatura e Intrigado por el misterio decide investigar más a fondo y acercarse al vago maloliente. Su curiosidad lo llevó a explorar un lado de su ciudad que siempre veía, pero nunca antes se había atrevido a acercarse. Sus ojos y los de la criatura se entre cruzaron y el silencio llenó el aire de intriga por un instante, hasta que el vago, como si fueran sus últimas energías, abrió los ojos y observó, cansadamente y con visión borrosa, la incómoda escena, como esforzándose por entender qué pasaba, sin poder saber quién era o dónde estaba. Fijó su mirada en el individuo de corbata y portafolio, luego en su criatura y al fin entendió lo que pasaba. Se dirigió al hombre, pero seguía a su criatura con la vista, con una voz ronca, airada y grave dijo:

—¿Quieres saber qué es esto, verdad? Jamás habías visto algo como esto pues es único en el mundo. Su nombre, señor, es tan extraño que no puede ser pronunciado por un ser humano y quién me lo vendió me dijo que me traería fortuna, pero, como bien puede observar, el destino ha sido cruel conmigo y sólo penas he acumulado en mi alma, el júbilo se ha apartado de mi corazón y la gloria de mejores tiempos se ha perdido en el olvido. Pero no siempre fue así — El viejo vagabundo hizo una pausa y se levantó del suelo, sólo para sentarse nuevamente en él, cruzando las piernas y encorvando la espalda, con la cabeza baja, como si no viera nada y estuviera trasportándose a otro lugar o entrando en un trance místico, continuó relatando su historia.

—Me gradué con honores y tuve los mejores estudios durante mi juventud, me convertí en un paleontólogo de renombre, muchos de mis descubrimientos aún no tienen igual por la ciencia moderna, otros se siguen estudiando y el resto continúan asombrando a los escépticos con su solemnidad. Exploré en búsqueda de fósiles por todo el mundo, desde la montaña más alta o en el desierto más árido. Donde sea que mi experiencia y mis instintos me guiaran. Así pues, llegué a encontrarme en situaciones peligrosas de vida o muerte y a sobrevivir accidentes en ríos y junglas, en aviones y barcos, caí de una montaña y aquí me tienes, contando lo que pasó, como si nada de eso hubiera sucedido. Pero es real, pues cuando joven, mi cuerpo era fuerte y vigoroso, soportaba cualquier golpe de espada o de bala y mi corazón siempre se curó cuando estaba roto. Altos eran los riesgos y los costos que tenía que pagar por mis aventuras, pero al final del día todo valía la pena, pues las recompensas eran inimaginables. No sólo huesos polvorientos de bestias muertas se desenterraban en las profundidades de una cueva, aun cuando estos ya son valiosos por sí mismos, otros tesoros aguardaban escondidos en la oscuridad. Reliquias de tiempos remotos, artefactos y papiros de conocimiento ancestral, obras de magnificencia imperial esperando por ser descubiertas, en los extremos de la civilización y más allá—.

—Cuando viajas por todo el mundo, conoces gente de todo tipo. Agradables viajeros, cobardes ladrones y misteriosos personajes de los que sólo se oye hablar en las leyendas míticas. Algunas veces trabajando para gente peligrosa, tomando riesgos comprometedores, sin pensar en las consecuencias. Fue así que conseguí a esta criatura, de las manos de una persona extraña, ahora no estoy seguro si era persona o demonio, si era de este mundo o del más allá, pero definitivamente esta criatura no pertenece a esta era, un ser con cualidades únicas, de un antiguo linaje, más antiguo que la humanidad…— La lluvia interrumpió el relato y empapó a ambos de pies a cabeza. Aún con el frío del agua, la cual no paraba de caer, el sol ocultándose tras nubes negras amenazando con arreciar la tormenta, su ropa y su cabello mojados y sus zapatos negros enlodados, el buen señor jaló una caja y se sentó, para seguir escuchando la historia del vagabundo.

Con la voz aún más cansada, siguió:
—Esta criatura posee poderes sobrenaturales. Para empezar, se alimenta de la maldad de otras personas y créame que, por esta razón, nunca ha pasado hambre. Seguirá a su amo, lo protegerá contra cualquier amenaza, pero nunca le hará daño alguno. Además, quien me lo vendió dijo que conseguiría una pepita de oro al día y así fue. Quizá se preguntará: Cómo es posible que alguien que obtiene una pepita de oro cada día, siga viviendo en la basura como yo. Le contaré si es que decide seguir escuchando. —Después de una breve pausa, al ver que el hombre no se movería de su caja, siguió con una voz más grave que antes— Bien. Pues, como le dije, este ser me dio grandes riquezas en aquellos tiempos, con el oro que me daba podía comprar ropa aún más fina que la que usted lleva puesta, cenaba en restaurantes de primera y tenía el dinero suficiente para viajar a cualquier parte del mundo. Nunca más trabajé para extraños o para alguien más. Mi vida, desde que conseguí a este ser, había sido fortuna y diversión, aventura y dicha. Las pesadas jornadas de trabajo que soportaba en tiempos de mayor actividad eran encargadas a otros menos afortunados, mientras yo aguardaba a que se desenterrara un tesoro o una reliquia de la antigüedad. Como le dije, con la experiencia adquirida en los viajes, combinada con mi astucia y ahora mi poder económico, pude hallar joyas y fósiles de valores incalculables, incrementando mi riqueza y mi poder. De un tiempo a otro, en parte gracias a esta criatura, pude hacerme tan acaudalado que me vi rodeado de joyas, ropas y palacios. Sin embargo, el oro dejó de importarme, el dinero empezó a perder su valor y la vida dejó de tener sentido—.

—Veía los lingotes de oro, postrados sobre mesas del mismo material, en cofres con incrustaciones de diamantes y piedras preciosas, los muros de mármol en mis mansiones, las pieles ostentosas, los candelabros de cristal. Se había extinguido todo lustre en el metal y el brillo de las piedras había desaparecido. Las fragancias eran secas y el gris contaminaba los colores de opacidad. La gloria prometida se convirtió en una mísera condena— El vagabundo se detuvo un segundo, pues un relámpago iluminó el callejón y fue precedido de un tronido. Luego otro relámpago cayó a lo lejos y más truenos le siguieron a este. El viento hizo volar la sombrilla del buen señor, exponiéndolo completamente a la tempestad, su cabello revoloteaba y volaba por el viento, comenzando a agazaparse por el frío de la tormenta. Pero no se movió de ahí, atraído por el misterio de la tragedia, siguió sentado sobre la caja escuchando el relato del viejo. Tenía la impresión de que algo pasaría o se enteraría de una gran verdad al finalizar la historia, pero ignoraba su destino final, callado, mirando al vago a los ojos, no se levantó y escuchó el resto de la historia del vago.

—Con la sonrisa en el olvido y los días felices como borrosas memorias del pasado, el goce se separó de mi alma para siempre y caí perdido en la tristeza sin esperanza alguna, lo dejé todo un día y esta cosa me siguió. Vagué por todo el continente, durmiendo en el suelo y comiendo de la basura, esperando a que llegue mi muerte en la soledad— Sin pensarlo, puso su mano alrededor del ser espeluznante y lo levantó suavemente hasta sujetarlo con las dos manos y darle una mordida justo a la altura del cuello. La criatura se retorció de dolor, pero no se defendió. Permitió que su amo siguiera comiéndoselo hasta el último bocado, sin dejar el pelo o las garras, de unas mordidas el vago devoró a su mascota dejando caer sangre y tripas de su boca con pocos dientes—.

—Mi historia es falsa, así como tú. Pasas por esta calle cada mañana, con tu futuro asegurado, sin voltear a verme o saludarme, sin ningún interés por el sufrimiento ajeno, pensando sólo en ti mismo. Aún sabiendo lo trágica de mi historia, escuchaste con atención y morbo, pues para ti no es más que un cuento, algo que nunca te pasará. Pensaste que podrías venir, divertirte escuchando el dolor de alguien más y luego irte y contarles a tus amigos una anécdota interesante, sin hacer nada por ayudar. No intentes hablar, engendro del mal, pues no eres más que una criatura vil, de pelo negro y mojado, ojos de sangre y colmillos puntiagudos. Así que ven a mi lado y no te vayas, pues me alimentaré de ti cuando sea necesario, te devoraré cuando otro ingenuo se quedé a escuchar mi historia, así podré sacar el mal que existe en su interior, devorarlo y corromper su alma—.

FIN

jueves, 1 de julio de 2010

Callejón sin salida

Eran ya las tres de la mañana, todo el día estuvo lloviendo y la noche era fría y húmeda cuando desperté de una horrible pesadilla. Mi corazón latía acelerado y mi respiración era pesada, sudaba pero no tenía calor, era el inconfundible sudor frío producto del miedo. Ya ni recuerdo qué estaba soñando…
Me dirigí a la ventana para fumar un cigarro, pero en la cajetilla ya sólo quedaba uno —No duraré toda la noche con sólo uno—. Prendí mi último cigarro y observé la lluvia que arreciaba y se calmaba por ratos. La luna llena iluminaba las calles y se reflejaba en cada charco como un hechizo plateado. El cielo estaba lleno de estrellas y por la ventana se deslizaba un aroma espectral…
Cuando el último pedazo de ceniza cayó al suelo, supe que tenía que comprar más. Había una farmacia aquí cerca que más de una noche había sido mi salvación. Dicho esto, me vestí, tomé una sombrilla, mi cartera y salí de mi departamento. No había despertado del todo, la somnolencia era algo frecuente en mi vida cotidiana.
Bajé las escaleras más recordando mi sueño que estando consciente de los escalones. El frío no servía para despertarme, me hacía sentir como en esa pesadilla, era algo muy incómodo. Cuando abrí los ojos estaba ya en la calle y caminaba a la farmacia.
No tenía prisa y mi paso era lento, el paraguas me protegía de la lluvia que no dejaba de caer, pero mis pies se mojaban con los charcos de la calle y tenía que esquivarlos con todo y la somnolencia. Las calles estaban vacías, sólo unos cuantos carros estacionados, y el único sonido era el de la lluvia. Un carro muy antiguo llamó mi atención, pues parecía sacado de otra época.
Al final de la calle pude ver la farmacia y fue un alivio, parecía la única luz encendida alrededor, la mayoría de los edificios eran comerciales y no dejaban prendidas sus luces por la noche. Caminé con más confianza a través de la lluvia, saltando los charcos que encontraba en mi camino y cayendo de vez en vez en uno y al dar la vuelta en el último local pude ver la farmacia y en la puerta el letrero de “cerrado”.
Mi corazón se detuvo un instante, jamás me había fallado esta farmacia y ahora parecía que todo conspiraba en mi contra. El dilema de regresar con el fracaso entre las manos era tan intolerable como el pasar la noche a base de café, sin nicotina. No podía esperar hasta la mañana, porque ni si quiera sabía qué hora era.
Permanecí un rato frente a la puerta, mi silueta reflejaba una figura extraña en la noche, con el paraguas iluminado y mi cuerpo oscurecido, más parecido a un fantasma que a un ser humano y más aterrador.
La lluvia seguía cayendo, no tenía intenciones de parar y la llegada del sol se veía lejana, no podía quedarme ahí para siempre. Además, pensándolo bien, tal vez encuentre una tienda, aquellas que abren las 24 horas, en algún lado de la calle, si seguía caminando…
Decidí continuar por la avenida, la tienda más cercana que recuerdo estaba ahí, dos tiendas no pueden estar cerradas la misma noche. Pero conforme seguía caminando, el recorrido parecía hacerse más largo—¿Cuánto tiempo llevo en la calle?— Me preguntaba a mí mismo. Extrañamente, no reconocía los edificios, ni sabía dónde estaba. Pero todo tenía un aire de nostalgia, como si ya hubiera estado en ese lugar, alguna vez o muchas veces, sólo no los recordaba.
No sabía dónde estaba ahora, definitivamente me encontraba en un lugar desconocido para mí, todo a mi alrededor parecía extraño, me angustiaba estar lejos de mi ciudad y el miedo comenzó a invadirme, la desesperación de haberme perdido por un barrio extraño, sin saber cuánto había caminado o hacia dónde me dirigía.
Maldecía a la lluvia, que me atormentaba, dificultaba mi camino, y al sol que no salía. El frío comenzaba a llegarme hasta los huesos y poco a poco fui cayendo en desesperanza. Ya no recordaba porque estaba fuera, sólo pensaba en que tenía que encontrar un lugar seguro y seco, donde pueda descansar de las pesadillas, un lugar alejado de mis peores miedos. Ahora creo que ese lugar no existe ni existirá…
Al llegar a un cruce, me pareció escuchar el correr de alguien por la lluvia, pero sólo alcancé a ver una sombra girar en la esquina y luego los pasos pesados se alejaron hasta perderse con la lluvia. Pudo ser alguien que pasó corriendo, buscando refugio del frío y el agua, pero no vi bien. Ya no tenía sentido caminar o tratar de reconocer algo, estaba completamente perdid..
Mirando a mí alrededor, buscaba alguna pista reconocible, algo que me indicara dónde podría estar o cómo llegar a mi departamento. No podía creer cuan familiar se me hacía todo, pero era incapaz de recordarlo, como si fuera un castigo que estuviera pagando por un pecado cometido. De repente, al pensar en mi hogar, ninguna imagen venía a mi mente. Al tratar de acordarme de mis amigos o mi familia o quién era yo, era como mirar en un baúl vacío o adentrarse a un abismo sin fondo. Mis recuerdos, incluso mis propias creencias se habían desvanecido. Como si hubiera nacido en ese momento y estuviera en un completo desamparo.
A unos metros de mí escuché una voz extraña, no entendía que decía, pero podía escucharla cada vez más próxima. Desconozco si era yo quien se acercaba o la calle se estrechaba bajo mis pies, mas al llegar a la esquina pude escuchar con claridad que no era una voz, sino dos, hablando un idioma desconocido. Era la voz de dos hombres, hablando calmadamente, tal vez demasiado despacio, como midiendo sus palabras, cuidando la cortesía, pero sin ser sumisos uno del otro, retadores y controlados. No podía dar la vuelta y aparecer así nada más, no sabía de dónde venían ni qué querían. Tal vez sólo estaba siendo paranoico, pero su voz me causaba malestar y una sensación de desconfianza. En mis adentros pensaba que debía alejarme de ahí lo más rápido y discretamente posible.
Pero no había a donde huir, no había a quién pedir auxilio. La noche estaba sumida en una penumbra intensa y la única luz visible era de los charcos que reflejaban las estrellas, como espejos a un mundo que no veré jamás. No había salvación para un destino tan sombrío ni un momento de quietud, todo era preocupación ahora.
No supe cuándo desaparecieron las voces, pero no volví a oírlas jamás y nunca supe que idioma hablaban o si era alguno de este mundo. Confiando en mis sentidos, escuchando atentamente por cualquier movimiento, buscando un ruido diferente a las gotas de agua estrellándose contra todas las cosas, algo más humano o tal vez otra cosa. Y en la noche, pude escuchar una respiración densa, como un suspiro pesado o el último aliento de un cuerpo sin vida.
Al final de la calle pude alertar una silueta humanoide, deforme y ennegrecida, parada en la calle inmóvil. Su rostro estaba lleno de misterio, pero su cabeza apuntaba hacia mí. Su cuerpo parecía estar cubierto de un manto grueso, un saco de piel de ñú o de llama y sus piernas estaban deformes. Su cuerpo se estremeció con el siguiente suspiro, que sonó más como un rugido, inhumano. Hizo un movimiento esporádico, sin sentido, y siguió parado en la lluvia, viéndome. Llenándome de terrores que jamás había sentido. Mi corazón comenzó a agitarse con todas sus fuerzas, al ver sus manos desfiguradas, como garras. Su respiración hacía eco en mi cabeza y me perturbaba por dentro.
La figura comenzó a acercarse con un paso firme, a través de la noche. Gruñía y emanaba un ruido extraño, definitivamente no era de este mundo. Su grito era como el de muchas bestias diferentes, reunidas todas en un solo rugido infernal y su silueta era como la de un demonio negro, que se apoderaba de mi alma conforme invadía cada rincón de mi ser.
Corrí de regreso entre las sombras y el frío hasta que mi paso se vio frustrado al encontrarme en un callejón, metáfora de mi vida, sin salida. El respirar de la criatura resonaba a mis espaldas, temía voltear, mi cuerpo estaba paralizado, mis ojos tan cerrados como pude y mis esperanzas enterradas en un panteón.
No había a donde escapar, no había donde correr, sólo se podía esperar la muerte, a manos de una bestia deforme, perversa de sangre y corrompida por el odio de la maldad. La luna y las estrellas no podían salvarme, cuando estuvo frente a mí, pues su cuerpo era inmenso y cubría todo. Con un último vistazo pude ver sus colmillos y sus ojos diabólicos, acercándose, para condenarme al infierno…
El techo de mi habitación fue lo primero que vi cuando abrí los ojos, luego, el despertador que marcaba las tres de la mañana. La lluvia mojaba los cristales de la ventana. —No recuerdo que estaba soñando, pero creo que ya no tengo cigarrillos…—.

FIN