miércoles, 25 de septiembre de 2013

24 – El Ventrílocuo.





                Las nevadas aún no comenzaban, sin embargo, los vientos que azotaban la ciudad de vez en vez, traían consigo el frio y el hielo. A este punto, la gente de Vallecalmo prefería sólo salir cuando fuera necesario. De no serlo, preferían quedarse en la calidez de sus casas a descansar y ver la televisión en el sofá, mientras esperaban a que se calentaran sus sopas o comidas.
                En Vallecalmo, la mayoría de las casas solía tener chimenea. Sin embargo, con el crecimiento de los edificios departamentales, ahora las personas dependían de sistemas de calefacción  más avanzados. Así era la casa del señor Desoto, mejor conocido como Husam, el ventrílocuo. Por lo que, esa noche, al meter la llave y abrir la puerta principal, un viento torrencial invadió la casa.
                Un hombre vestido de negro y con un pasamontañas en su cabeza había ingresado a la casa. Cerró tan rápido la puerta como pudo y al instante, el clima cambió de un escandaloso concierto a la paz de una cueva. Temiendo haber despertado a los dueños de la casa, al señor Desoto y su esposa, corrió del recibidor, donde se encontraba, a su derecha, hacia el comedor, donde permaneció unos segundos tratando de no respirar para poder escuchar con atención.
                El comedor estaba en penumbras, el intruso apenas podía ver lo que tenía enfrente. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, notó la mesa, con un florero y una carpeta con documentos. Algunas cartas y otros notas y facturas. En las paredes habían posters de eventos en los que el Husam habían participado. Sin embargo, en la profundidad notó unos ojos que lo observaban. Rápidamente sacó su revólver de entre sus ropas, amartilló y apuntó, pero no hubo reacción ni parpadeo. Permaneció observando unos segundos y pudo ver que se trataba de uno de los muñecos del ventrílocuo, ante lo cual, dio un gran suspiro y recordó su objetivo.
                Avanzando paso a paso, cada que su pie ponía presión en la madera del suelo, esta rechinaba, por lo que debía hacerlo tanta suavidad como le fuera posible. De esta forma, regresó hasta el recibidor, donde  continuó su camino hasta las escaleras que llevaban al segundo nivel de la casa. En la escalera, otro muñeco apareció. Este, vestido con un sombrero vaquero, botas y un chaleco de cuero,  sostenía una pequeña pistola y sonreía. El hombre debió contenerse de arrojarlo por el barandal para no hacer ruido y siguió adelante.
                Al llegar al segundo nivel, puso sus ojos sobre la segunda puerta a su izquierda, se trataba de la habitación donde el ventrílocuo dormía. Su mano le temblaba, su respiración se agitaba. Al llegar a la puerta del dormitorio, tragó saliva y tomó la perilla, pero se detuvo. Detrás de él, un ruido llamó su atención, como si dos pedazos de madera se golpearan, al ritmo de pequeños pasos. Al voltear, notó que un muñeco colgaba de una pared y se balanceaba un poco.
                Ignorando al muñeco, volvió a lo que estaba. Giró la perilla y entró a la habitación. La puerta rechinó levemente y tuvo que cerrarla cuidando de no escuchar el mismo chillido. La cama estaba situada en el centro de la habitación, enfrente de una televisión casi del tamaño de la pared.  De repente, el silencio fue interrumpido por un ronquido que venía de entre las sábanas.
                —¡Es él!— se escuchó un susurro del baño. La voz era de una mujer joven.
                —¿Eres tú, Natalia?— dijo el hombre del pasamontañas, quitar sus ojos y dejar de apuntar a la cama que se inflaba y desinflaba y de donde salían ronquidos ahogados de vez en vez.
                —Sí, soy yo… Mátalo ¡Mátalo, ahora!— aun susurrando, respondió la voz femenina del baño. Entonces, el hombre del pasamontañas levantó su arma y descargó todas sus balas sobre la cama, de donde salió un horrible grito de agonía.  El tiempo y su corazón se detuvieron. Pero, debajo de las colchas, algo se movía. Y al jalarlas, reveló a la esposa Husam, herida y agonizando.
                —¡Natalia!— Gritó el hombre y se quitó su pasamontañas.
                —Sabía que vendrías— se escuchó una voz masculina, proveniente del baño —Se todo sobre ustedes, mis muñecos los han visto y escuchado—.
                —¡Sal de ahí!— Le respondió el hombre, que estaba a punto llorar del coraje y apretaba sus dientes fuertes, mientras observaba a Natalia desangrarse. Entonces se dirigió al baño y prendió la luz, pero no encontró a nadie —¡¿Dónde estás Husam?!— le riñó.
                —¡Aquí!— se escuchó de detrás de la cortina de baño y el asesino la hizo a un lado, sin embargo, detrás de esta sólo había un muñeco, vestido de traje negro con corbata carmesí y con las mejillas rosadas, su rostro expresaba una sonrisa tonta.
                —¿Te escondes tras tus muñecos?— dijo el asesino, que aprovechó para recargar su arma.
                —Que no me puedas ver, no significa que me esté escondiendo. Tus sentidos te engañan— respondió una voz, proveniente del dormitorio. El asesino, siguiendo esta voz corrió a la habitación, pero a su alrededor no veía nada. Sin embargo, a los lejos, podían escucharse las sirenas de patrullas que se acercaban más y más— te recomiendo que te vayas, no deben tardar en llegar—se escuchó en el pasillo afuera del dormitorio, justo donde estaba colgado en la pared otro muñeco.
                Al oír estas palabras, el asesino comenzó su huida y se dirigió a las escaleras tan rápido como pudo. El sonido de las sirenas se acercaba más y más, quizá estarían ya a la vuelta de la esquina
                —¡Alto o disparo!— dijo alguien detrás del asesino, lo cual vino acompañado con el sonido mecánico de un arma que era cargada. Esto último detuvo al hombre quien iba a girar su cabeza hasta la voz detrás de él le ordenó —No voltees o disparo—.
                —¿Husam?— Preguntó al asesino, quién no reconocía la voz que estaba escuchando.
                —¡Tira tu arma por las escaleras o disparo!— le ordenó nuevamente y el asesino de inmediato obedeció —¿Creíste que podían engañarme? ¡A Mí! ¡El gran HUSAM!— gritó enardecido e hizo una pausa — fueron muy listos, pero hay algo que ninguno de los dos sabía, algo que nadie más que yo  sabe en este mundo… Mi pequeño secreto… ¡La razón de mi éxito!
                —Por años, he usado la magia negra para controlar a mis muñecos, darles vida, como el muñeco que está atrás de ti, apuntándote ahora— En este momento, el asesino volteó y vio al muñeco con su pequeña arma, mirándolo a los ojos y el fuerte sonido de la explosión de un disparo resonó en toda la casa, haciendo que el asesino diera un paso atrás y se cayera de la escalera, rompiéndose el cuello al estrellarse con el piso.
                Husam, entonces, salió del comedor y se acercó al cuerpo inerte del hombre que yacía en el piso frente a la escalera —Tonto… No hay más magia que el poder de la mente y, en la ventriloquia, el único arte y ciencia es la del engaño—.


FIN
               
               

23 – La última vez.





El sol estaba por salir por detrás de las montañas, en la ciudad de Vallecalmo. Mientras, en casa  de Nova, la madera del pasillo crujía levemente, tan leve que era apenas perceptible. Un ladrón adulto sería suficientemente pesado como hacer rechinar la madera y alertar a los padres de Nova, quienes descansaban plácidamente en su recámara. Pero no Nova, la pequeña, de apenas 9 años de edad, se escabullía a través de las sombras, cargando un osito de peluche que era, a su vez, una mochila.
Su cabello güero y lacio era acariciado por la suave, pero fría, brisa que lograba colarse en su casa, de la cual su única protección era una pijama tersa y unos calcetines que separaban sus pies del suelo. Con el sigilo de un felino, se levantó de su cama, tomó su mochila, abrió la puerta de su cuarto, salió, cerró, se deslizó por el pasillo, pasando justo frente a la habitación de sus padres, hacia el armario.
Las bisagras hicieron un chirrido, pero Nova se aseguró de abrir tan lento que el ruido no fuera lo suficientemente alto como para despertar a sus padres. Como una ardilla, trepó sobre unas cajas que se encontraban apiladas y, agarrándose de un tubo para ropa, pudo colgarse y llegar al compartimiento superior con su brazo, el cual metió en la oscuridad para palpar lo que ahí hubiera.
Las yemas de sus dedos sintieron algo con la forma de una caja de zapatos. En ese momento, la pila sobre la cual se encontraba apoyada se tambaleó, pero Nova pudo equilibrarse para no caer al suelo. Usando un dedo, fue jalando la caja por una orilla, hasta que estuvo al alcance de su mano y pudo tomarla, para bajar al suelo con pericia.
La oscuridad era la única constante en ese momento. Pero, utilizando sólo su tacto, Nova sacó de su mochila una lámpara con la forma de un gato, la cual prendió para observar el contenido de la caja. Como si se tratara del cofre de un tesoro, una sonrisa se esbozó en su cara. Apagó la lámpara y guardó la caja en su mochila.
Lo que para ella había sido una eternidad, se traducía en apenas unos minutos en las manecillas del reloj. Se escurrió nuevamente a su cuarto, donde una ventana había sido abierta, junto a la pared con dibujos horríficos. Con su mochila en la espalda, descendió utilizando la tubería como escalera, hasta que estuvo a pocos metros del suelo, suficiente para brincar y pisar el pasto acolchado, amortiguando el golpe y el ruido.
Entre los arbustos, cuidadosamente escondido, se hallaba una bicicleta color rosa, con tiras de colores en ambos lados del manubrio y una canasta con una flor de plástico pegada en el frente. Nova la abordó y comenzó su travesía a través del calmado vecindario, en los suburbios, donde casa tras casa lucían sus jardines con pastos recién cortados y flores plantadas en jardineras bien cuidadas, con gnomos de jardín, algunas, y adorables figurillas de animales con ropa, otras. Ningún auto rondaba las calles, sólo las almas en pena merodeaban bajo esas estrellas.
Contando los números en la puerta de cada uno, Nova no vacilaba, su temple era aquel de un héroe que debía salvar a una princesa. Finalmente, al llegar al número 72 de la calle Fresno, detuvo su bicicleta y, después de descender, la guardó entre unos arbustos, muy similares a los que crecían en su casa. Saltó una barda de apenas medio metro, que para ella le pareció un obstáculo. Caminó por el piso de cemento hasta el patio y por la puerta trasera.
Antes de dar un paso más, sacó la caja de zapatos de su mochila e hizo las preparaciones acorde a su plan, que venía ideando semanas atrás. Incluso, había practicado desplazarse a través de la noche, escalando, abriendo y cerrando puertas para estudiar el ruido que hacían, nada estaba fuera de control. Cuando estuvo lista, se metió por la entrada del gato.
La cocina le resultaba extraña, nunca había estado en ella, sólo conocía la sala y una habitación de esa casa. Además, a esa hora de la madrugada todo se tornaba de un tono diferente. Tras encontrar rápido la escalera, subió sin si quiera levantar el polvo. Su corazón se aceleraba. Su respiración estaba pesada, pero no podía permitir que sus emociones arruinaran su plan perfecto.
Cuando abrió la última puerta, tuvo frente de sí a su acosador. El niño que se burlaba de ella en la escuela, aquel que tanto daño le había hecho con sus insultos y sus ofensas. La luz del sol ya se colaba por las cortinas y no era necesario sacar su lámpara para apuntar a su objetivo. El revolver que tenía en su mano había sido cargado con una sola bala. Por recomendación de un experto, quién nunca sospechó para qué la niña quería tal información, usó cuatro de sus dedos para jalar el pesado gatillo que hizo explotar la pólvora, arrojando el arma lejos de Nova y disparando la bala que perforó el pecho de su acosador, abriendo un agujero en torso, quién había sido advertido, antes de las vacaciones, que sería la última vez que la molestaba, pero nunca tomó en serio.


FIN

lunes, 23 de septiembre de 2013

22 - Parásitos.


                  El sol se ocultaba detrás del horizonte. El pueblo de Vallecalmo estaba alborotado como un hormiguero, pues la gente salía de sus trabajos y las calles se llenaban de vehículos que dirigían a las personas a sus casas. Entre trenes, camiones, monorrieles, taxis y demás, el suelo vibraba de la conmoción y algunos podían sentir esta resonancia en el las suelas de sus zapatos.

                Sin embargo, en el cielo, todo este movimiento no afectaba. Las estrellas se iban prendiendo como las luces de los edificios, al caer la noche, y se desplazaban a su propio ritmo, tal como han hecho por milenios, con la calma de quién vivirá por toda la eternidad. Sin embargo, del espacio y a través de la atmósfera, otros objetos invisibles entran todo el tiempo a la tierra. Invisibles, pues su tamaño es tan pequeño que parecen insignificantes, sin ser transparentes, simplemente pasan desapercibidos, ya sea por suerte o evolución.

                Cuando la noche cayó, todos aquellos que podían disfrutar de una cena caliente en su hogar, se encontraban sentados en su mesa saboreando el aroma que llegaba a sus narices. Matt, sin embargo, escuchaba las noticias desde una vieja radio de baterías, mientras comía una insípida sopa instantánea, sobre el techo del edificio de departamentos donde vivía. Su habitación no tenía sala ni cocina. Sólo una cortina separaba su cama del baño. En una pared existía una ventana, de un metro de alto, por la cual apenas pasaba el aire, pues estaba separada por unos centímetros de un muro de ladrillos, perteneciente al edificio contiguo que era una fábrica.

                Matt prefería cenar en el techo, particularmente las noches después de llover, cuando el aire se refrescaba y limpiaba del smog. Escuchaba las noticias en su radio, pero la interferencia producía ruido que distorsionaba el sonido de forma que por veces era imposible entender lo que se decía. Pero era su único entretenimiento, aparte de mirar en el cielo.

                Arriba de él, mucho más arriba, una espora blanca y microscópica se adentraba en la tierra. Imperceptible, tan ligera que flotaría en la más tenue atmósfera, pero que se deslizaba a través del aire como si no existiera arriba o abajo. Acercándose a la tierra, cambiando de dirección cuando los vientos la empujaban, propulsándose por fuerzas invisibles, acelerando a gran velocidad para luego detenerse y volver a cambiar su trayectoria. Atraída por la luz, esta espora tenía grabado en sus genes el impulso de buscar vida inteligente capaz de crear tecnología eléctrica y de ondas de radio.

Al flotar sobre los edificios, el ruido de una radio guió a la espora hacia donde estaba matt. Para la espora, el calor de su cuerpo en la fría noche era como el brillo de magma ardiente en una cueva oscura. En seguida, la sopa caliente que sostenía en sus manos fue como un imán que atrajo a la espora directa en el caldo. Justo a tiempo para ser ingerida por Matt quien la tragó sin si quiera notar su presencia. Y este último, al dar el último sorbo en su taza, la arrojó por la orilla del techo hacia el basurero de la calle y le dio un vistazo final al cielo. Se habría quedado otra hora más ahí, pero, tras unos minutos, su estómago comenzó a rugir. Y con los ruidos vino una molestia leve. Lo cual tomó como señal que era hora de descansar para el día siguiente.

Ya en su cama, cubierto por la única sábana que tenía, sus tripas se retorcían, su panza estaba inflada y no dejaba de expulsar gases. Comenzaba a sudar y sentía calor, pero estaba acostumbrado a esto por la falta de ventilación. Se levantó al baño dando traspiés, sujetándose de la pared y, después de bajarse sus pantalones y su trusa, se sentó en la taza del baño, esperando que pudiera sacar aquello que le ocasionaba malestar. Pero, tras varios minutos, su voluntad no tenía éxito y comenzaba a sentir que algo dentro de él se movía. Como si tuviera mariposas en el estómago. Y notaba su panza que había crecido aún más. A su cerebro venían imágenes de constelaciones y galaxias que jamás había visto y escupía saliva por boca.

Sus brazos flaqueaban, luchaba por sostenerse sentado, sobre la taza del baño, pero por su garganta algo subía. Sin poder contenerlo, vomitó sobre el piso de su baño, manchando a su alrededor. Y de los restos embarrados por el piso, cientos de gusanos blancos, tan pequeños como una semilla de alpiste, se retorcían descontroladas. Sin entender lo que estaba pasando, volvió a vomitar y más de estos gusanos salieron de su interior. Esto continuó así, hasta que cayó inconsciente en el piso, para morir minutos después. Los gusanos, al sentir el aire en su piel, se endurecían y una capa oscura los cubrió por completo.

El cuerpo de Matt yacía en el suelo. Aún después de muerto, los gusanos conseguían abrirse paso a través de su cuerpo para alcanzar la superficie. Algunos sólo tuvieron que arrastrarse a través de su garganta, otros se aventuraron a cruzar los intestinos y los últimos, más desesperados, debieron perforar la piel para descubrir el aire.

En el tiempo que les tomó a estos últimos gusanos sentir el aire, aquellos que salieron primero y  habían sido cubiertos por una capa dura y negra, ya estaban cambiando de nuevo. Del caparazón duro surgieron seres alados, como polillas, del tamaño de una mosca. Estos seres, poseían el impulso de alejarse de cualquier planeta con vida inteligente capaz de generar electricidad y ondas de radio. Por lo que volaron por la ventana y subieron la atmósfera de la tierra, como propulsados por fuerzas invisibles, a veces acelerando y evadiendo corrientes de aire. Para perderse entre las estrellas de la galaxia.



FIN