martes, 22 de marzo de 2011

La última noche de invierno.

    Se cuenta que la última noche de invierno suceden cosas extrañas en las ciudades… Hay historias de seres que salen de sus tumbas o que aparecen de otras dimensiones. Es una noche extraña donde cosas inesperadas tienen lugar.

    Una vez, a altas horas, un hombre esperaba un taxi en la esquina de una avenida que solía estar concurrida. Pero era la última noche de invierno y todos estaban bajo el resguardo de sus casas. Apenas pasaba un auto cada diez o quince minutos y ningún taxi. Curiosamente, los pocos vehículos que pasaban parecían chatarra y era difícil ver quién los conducía. Finalmente, un viejo taxi se detuvo, su operador era un hombre regordete de uniforme que tenía bigote y lentes en su cara. Escuchaba en la radio música antigua, de uno 10 o 20 años atrás. El pasajero se sentó en la parte de atrás y se recostó en el asiento pues estaba cansado. Después de preguntarle a dónde lo llevaría, con una voz cansada, como si estuviera a punto de irse a dormir, el taxista empezó a hacerle plática. Justamente le decía que sería su último cliente, pues ya era hora de volver a su hogar a tomar una merecida siesta, había trabajado mucho y ya no podía más, pero su casa estaba lejos y no quería quedarse dormido escuchando la música pasada de moda.

    El taxista le preguntó a su pasajero que si no sabía que era la última noche de invierno a lo que este respondió que si sabía. Luego le preguntó que a qué se dedicaba y le respondió que era abogado y tenía su despacho justo donde lo había recogido. Se quedó a altas horas trabajando en un caso que debía tener listo para el día siguiente y se le fue el tiempo, apenas se dio cuenta de cuánto había pasado y por fin salió de su oficina a su departamento, pero sucedió que su auto no estaba estacionado donde lo dejó y no tenía idea por qué no estaba, suponía que lo habían robado pero existía una mínima posibilidad de que la policía se lo haya llevado pues siempre lo estacionaba al margen de una zona de prohibida, pero estaba demasiado cansado para pensar en esas cosas.

    El taxista empezó a contarle sobre su familia, mientras la música pasada de moda seguía sonando en el fondo, junto con otras partes mecánicas del carro que sonaban al golpearse unas con otras pues al taxi le urgía un mantenimiento. Decía que sus hijos ya estaban grandes y que estaban casados, que ya tenía nietos. Por otra parte el abogado sentado atrás estaba divorciado dos veces y dos veces en banca rota. No tenía mucho que contarle, su vida se había ido trabajando y era raro que se pusiera a pensar en otras cosas. Mientras le contaba esto, el taxi frenó por completo. El semáforo había cambiado a rojo y esperaba a que se pusiera en verde para seguir avanzando. En ese momento, pasó una luz blanca que deslumbró al taxista y al abogado… Un camión que dio una vuelta apuntó sus faros de alógeno al girar, pero los lentes del taxista se oscurecieron y, al pasar la luz, volvieron a la normalidad, su pasajero ahora estaba más despierto que antes, tanto que se fijó nuevamente en los carros antiguos que pasaban  de vez en vez.

    Al cruzar el siguiente semáforo y doblar a la derecha en una calle, que parecía el fondo de un cañón ante los edificios departamentales que se extendían hacia los lados como montañas,  el taxi por fin se detuvo, pues llegó a su destino. El taxista prendió la luz de la cabina y giró su cabeza para ver al pasajero. Con la luz se pudieron ver unos colmillos afilados y ojos como de un gato en la cara del pasajero, además de unas garras afiladas, el cual hizo un chirrido horrible para después salir de un brinco por la ventana y correr ágilmente hasta perderse en la última noche de invierno.

    Esa misma última noche de invierno, pero en otra ciudad, se cuenta de una mujer que iba caminando por la calle sola de regreso a su casa y llegado cierto punto empezó a escuchar pasos detrás de ella. Se detuvo y volteó con valor, pero su expresión cambió totalmente cuando no vio nadie ni nada detrás de ella. Extrañada, siguió caminando, pero al primer paso que dio volvió a escuchar las pisadas detrás de ella, así que esta vez tardó menos en detenerse y voltear a ver, pero se quedó más tiempo mirando la calle vacía y oscura haciéndose preguntas que no tenían sentido. Siguió su camino, mas los pasos regresaron, detrás de ella. Como unas botas o un tacón con algo metálico pegado a la suela o en alguna parte que con cada paso provocaba un tintineo. Esta vez ella voltearía sin dejar de caminar y al hacerlo los pasos dejaron de escucharse pero por caminar sin ver su camino chocó con alguien de traje gris que estaba de espaldas parado en la calle. Este personaje giró su cabeza completamente hacia atrás y era como la de una lechuza, en un traje gris, que abrió su pico afilado y estaba apunto de emitir un grito, pero sus pupilas se dilataron al instante y salió volando de ahí pues la cara de la mujer se había arrugado completamente y su boca tenía unos colmillos más grandes que el pico de la lechuza y sus ojos eran como los de un gato, que de un salto se perdió en una calle oscura esa última noche de invierno.

    Otra historia sobre la última noche de invierno cuenta de un hombre que se encontraba en su casa viendo la televisión. No muy tarde por la noche, hasta que tocaron a su casa. Al abrir la puerta, vio a un hombre anciano con la piel arrugada, vistiendo ropa étnica, que sostenía una bolsa de piel. Le dio las buenas noches con un acento apenas entendible y le mostró la bolsa que traía. Al abrirla, el hombre encontró animales, piedras y pedazos de madera. Había dos iguanas carbonizadas y clavadas en una vara, además de unas plumas de un metro de largo, colmillos de algún depredador de la selva, que en total eran cuatro, piedras de jade, ámbar y obsidiana. Revisaba la bolsa interesado, pensando que encontraría algo de valor o quizá un objeto interesante. Pero al voltear al frente, vio su televisor prendido, sólo que el programa que veía terminó horas atrás, la puerta estaba cerrada y en sus manos tenía una bolsa de piel, completamente vacía.

    Y hay muchas otras historias que se cuentan sobre sitios públicos, como aquel que entró al metro en la última parada y los vagones parecían vacíos, pero a cada rato el tren paraba, abría sus puertas unos segundos, luego se cerraban y seguía su camino. Después de un rato empezó a ver estaciones del metro que jamás había escuchado como “Calavera”, “El río negro” o “el pozo” y no sabía en qué estación se encontraba pues la voz que anunciaba cada parada hablaba en un lenguaje oscuro. Cuando el metro por fin se detuvo en la última estación, esta se llamaba “El infierno” y de esta persona no se supo nada más hasta entonces.

    Las historias sobre la última noche de invierno nunca acaban, en ciudades grandes son miles o cientos de personas que sufren de las consecuencias de esta noche con tan mal augurio, cuando los espíritus, las criaturas de la noche y lo demonios salen a las calles donde las dimensiones se tuercen y se mezclan. Es una extraña noche, la última de invierno, si haces memoria, seguramente a ti también te pasaron cosas raras, inexplicables, que sólo tienen sentido, esa última noche de invierno.