La
luz de las velas en un candelabro iluminaba una mesa con dos personas, en el
restaurante más lujoso de toda la ciudad, la tarde caía pero las nubes daban la
impresión de que ya era de noche. En una de las sillas se encontraba un
caballero de traje y corbata, su cabello era castaño oscuro y estaba peinado todo
hacia atrás casi a la perfección. Sus zapatos estaban boleados y brillaban y
sus dientes eran blancos como el marfil. Este caballero acompañaba a una dama,
con un vestido rojo de seda y un collar de oro con un zafiro hexagonal en el
centro. La dama era hermosa y refinada, con el porte de una doncella o una
princesa. Ambos bebían vino y comían pasta mientras platicaban.
Con voz calma y sin que sus ojos se
alejaran de los de ella en ningún momento, el caballero le comentaba a la dama—Mis
abuelos vinieron a Vallecalmo con mi padre, eso ya hace 40 años. En aquel
entonces, Vallecalmo era un pueblo pequeño, casi todo el mundo se conocía y
sólo había una estación de bomberos, otra de policía y un hospital. Pero en
menos de 10 años, ya había hoteles, plazas, cinemas. Cuando yo nací, ya todo
eso estaba, pero tengo una idea de cómo se veía antes por fotos que me ha mostrado mi
abuelo— Decía.
Después de tomar un trago de vino
tinto, la mujer le respondió, viendo al vacío—Mucha gente piensa así, y puede
ser cierto… Pero, en realidad, el pueblo sigue igual, es decir, la misma gente
sigue viviendo en el lugar de siempre, como tú y yo. La estación de bomberos,
el hospital, el lago, el bosque, las montañas… todo sigue ahí, sólo hay más
edificios y gente, pero la ciudad aún conserva el aire de pueblo pequeño de siempre—.
A esto, él respondió — Aún hay
lugares que me hacen recordar el pasado, como el lago o la montaña al oeste, y
sí se conservan igual, pero por el centro de la ciudad, donde he vivido toda mi
vida, las cosas sí han cambiado bastante. Quizá desde el balcón de tu torre en
medio del bosque no parece que haya cambiado mucho, princesa— y puso un gesto
severo y tan serio como pudo.
Ella le miró el ceño fruncido y
parpadeó un par de veces hasta que ambos rieron calladamente. Siguieron
comiendo y la velada continuó…
—¿Hace cuánto que hemos salido?
¿Cuántas veces ya nos hemos visto?— Preguntaba ella y continuó—… Siempre parece
como si nos conociéramos desde siempre, pero al mismo tiempo, es como si nos
viéramos por primera vez—.
—Te conocí en otoño… ¡Casi muero ese
día! Si la flecha se hubiera desviado unos centímetros hubiera pegado directo a
mi estómago y habría sufrido una muerte lenta y dolorosa— Dijo el caballero.
—Mi padre y mi abuelo me entrenaron
con el arco y otras armas mortales, no iba a fallar. Además, era eso o dejar
que el jabalí salvaje te envistiera. No es astuto deambular solo por el bosque
en esas fechas, está oscuro y hace frío, las criaturas están inquietas y todo
tipo de bestias merodean por ahí…— respondió la dama.
—“No es prudente que un hombre
deambule solo” pero una dama en apuros sí…—dijo sarcásticamente él.
—Tenía suficientes armas y
entrenamiento para combatir un pequeño ejército— se quejó ella y ambos rieron.
Después de limpiarse la boca con la
servilleta, él se refirió a ella —Nunca me dijiste qué hacías en el bosque con
tantas armas y no volveré a preguntar, pero… cuando te conocí, en el suelo se
acumulaban las hojas secas. Esta noche hay una capa de nieve cubriendo los
tejados y los árboles, ya habrán pasado tres meses—.
— Hablando del tiempo… Es temprano
aún ¿Quisieras conocer mi casa?— le preguntó ella.
— ¿Alcanzará el resto de la tarde
para conocerla toda o es un paseo de varios días?— preguntó bromeando.
— No tiene tantas habitaciones,
además, en la mayoría sólo hay muebles empolvados— dijo con una sonrisa. Pero
al instante, cambió su voz a un tono solemne y firme— Te mostraré el retrato de
mi abuelo y de mi padre que tanto te he hablado…—
La cara de la mujer asombró al
caballero, entendía que esto era algo importante. Una dama como ella no
llevaría a cualquier hombre a su casa y menos a presentarle a su familia,
aunque sea en retratos. Así que, con una sonrisa honesta y sencilla le
respondió únicamente —Me encantaría—.
El
chofer ya los esperaba afuera del restaurante al terminar la velada y todos se
subieron al vehículo rumbo a la mansión de la dama, una antigua propiedad
familiar escondida en el bosque en las periferias de la ciudad. Alejada del
ruido y el barullo de una urbe dinámica, parecía que el tiempo no había pasado
ahí. La mansión tendría, al menos, doscientos años. Rodeada de una reja
metálica decorada naturalmente por enredaderas muertas, la única entrada era un
portón de hierro que se abrió automáticamente cuando ellos se acercaron. Si
bien, la casa era vieja, las comodidades de la modernidad convivían
sigilosamente en un estilo clásico.
La
noche ya había caído cuando llegaron al recibidor de la mansión. El aire frío
de diciembre que bajaba de las montañas no penetraba el avanzado sistema de
calefacción de la casona. Los candelabros se iluminaban con electricidad. La
mujer dio órdenes a su mayordomo de que
comenzara a preparar la cena, así estaría lista cuando tuvieran hambre.
Mientras ella invitó a su huésped a dar un paseo por la casa.
Él
miraba por todas partes y por donde sea que veía encontraba artículos lujosos o
de valor histórico. Todo se conservaba justo como había sido diseñado
originalmente y en las paredes colgaban retratos, cabezas de animales, armas
punzocortantes y de fuego de diversos los lugares alrededor del mundo y épocas
ancestrales, además de pabellones enteros con estatuas de generales romanos y
dioses griegos y cuartos con armaduras, algunas de guerreros poco vistos por
los mortales y de formas y tamaños que superaban el límite humano.
La
luz de la mansión parecía estar apagada siempre, pero en el momento que alguien
entraba a una habitación, esta se iluminaba al instante. Al final del pasillo
principal, que daba a todas las habitaciones con trofeos de casa, armas,
armaduras y estatuas, se encontraba una puerta de madera gruesa como un cráneo.
Al acercarse ambos, la puerta se abrió y todo se iluminó adentro. Se trataba de
otro pasillo, sin embargo, este no tenía puertas en los costados, sino que retratos,
más grandes que el tamaño real de una persona, colgaban de las paredes. Todos
hombres, vistiendo ropas de aspecto militar, con medallas e insignias de oro,
plata, bronce y hierro. Portando espadas, ballestas, mosquetes, rifles, arcos,
cuchillos, lanzas, escudos y uno de ellos sostenía un bastón del cual salían
llamaradas.
Antes
de que el caballero pudiera preguntar respecto a alguno de los cuadros, ella
llamó su atención, tocando su hombro con suavidad. Miraba dos retratos en
particular, ambos se veían más cercanos en tiempo que el resto. Uno de ellos
era un hombre joven sosteniendo un rifle de la segunda guerra mundial, pero
portando una espada plateada que colgaba de su cinturón. El otro era un hombre
adulto, pero este sostenía una espada tan larga como para derribar a un
caballero de su montura. Ambos tenían el collar dorado con un zafiro hexagonal,
idénticos al que usaba la anfitriona y eran obras de una maestría sólo vista en
las mejores colecciones privadas. Parecían vivos y casi como si tuvieran
movimiento, el fondo se veía tan lejano y los ojos de los soldados brillaban
como llamaradas, su espíritu vivía a través de estos cuadros y de la leyenda de
sus nombres.
Sin
dejar de ver el retrato del hombre con el rifle, ella comenzó a explicarle
sobre su familia —Como te he dicho antes, vengo de una antigua familia militar.
Mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo,
tatarabuelo y todos los hombres en mi familia han sido poderosos guerreros.
Soldados de élite para proteger a las personas que aman y las ideas que
representan. Todos y cada uno de ellos han muerto en batalla, pero con su
sacrificio lograron salvar la vida de muchos más, sin ellos, la gente de este
pueblo habría caído desde hace tiempo ante el mal. Son héroes y mártires, no lo
olvides—.
Él
estaba impresionado, desde el momento en que empezaron a frecuentarse, pasó
poco tiempo antes de que él se diera cuenta de los conocimientos de la dama
sobre la guerra e historia, sin embargo, ante la presencia de tan magnificentes
obras, tal era el porte de estos hombres y su historia de valor y amor por el
prójimo, que no podía sentir más que admiración y respeto por sus nombres y su
apellido. También entendía cómo habría obtenido esa mansión con todas las
posesiones, pues generaciones de soldados traían a casa botines de guerra, de
todas partes del mundo y épocas de la historia. Seguramente tendrían una caja
fuerte llena de joyas, monedas, perlas y otros tesoros de valor inimaginable.
Una
ligera cena estaba servida en la mesa cuando llegaron al comedor, la cual
consumieron con celeridad y, dado que la media noche se acercaba y ambos se
sentían cansados, satisfechos y un poco intoxicados por el alcohol del vino.
—El
mayordomo se fue a dormir hace una hora y conducir por el bosque con la
ventisca y con todo el vino que tomaste no sería prudente. Además hace frío,
sería conveniente tener algo de calor extra en mi cama— le dijo ella, sin
pensarlo mucho.
Sin dudarlo, él aceptó pasar la
noche con ella y ambos se movieron a su alcoba.
Mientras él se quitaba los zapatos,
ella pasó a un vestidor contiguo a la habitación. Él puso el contenido de las
bolsas de su pantalón sobre una mesa pequeña de madera y sus zapatos a un
costado de la cama, pegados a la pared. La luz de la habitación estaba
completamente prendida, por lo que era difícil apreciar el exterior, sin embargo,
ella entró a la habitación vistiendo lencería negra y los candelabros se
apagaron, dejando entrar la luz de las estrellas que se colaban a través de las
copas de los árboles que rodeaban la mansión. Él se quedó estupefacto al verla,
mientras atravesaba la habitación y se subía a la cama, para terminar
metiéndose debajo de las colchas. Él fue directo a la cama, debajo de las
sábanas y pudo sentir el calor del cuerpo de ella en la tela. Al acercarse un
poco más, sintió su piel y ella sintió la de él.
Ella lo miraba a los ojos y sus
mejillas estaban enrojecidas — ¿Me amas?— le preguntó a él.
Él le respondió mirándola a los ojos
unos segundos y sólo dijo — Sí—.
Aún no convencida por esa respuesta,
ella insistió— ¿Es verdad que me amas, no me mientes?—
Él la miró bien, veía su rostro y la
forma de su cuerpo. Luego vio la cama, lo finas de sus telas y la madera de la
que estaba hecha, pensaba en la lujosa mansión y en todos sus tesoros. Esta vez, le respondió con más seguridad — Sí,
es verdad, de verdad Te Amo—.
Ella siguió viéndolo unos segundos y,
cuando entendió la respuesta, cerró los ojos y lo besó. Él le respondió el beso
y pasó sus brazos alrededor de su cintura y ambos se dejaron llevar por sus
instintos como animales salvajes, hasta quedarse dormidos por el cansancio.
La mañana siguiente, él despertó
desnudo y esperaba encontrarla al lado de la cama, sin embargo, ella estaba
parada junto a la ventana y portaba una espada grande de plata. Cuando él la
vio, se extrañó y se asustó un poco.
—¿Qué haces con esa espada, linda?—
le preguntó él, titubeante y somnoliento.
—Verás, hay algo que no te conté
sobre mi familia…— dijo ella, viéndolo como un tigre mira a su presa— su única
misión, librar del mal a la tierra, es literal. Verás, Dios no existe o, en su
defecto, su existencia no influye en nuestro mundo. Pero La Maldad es real. Existen
seres demoniacos que buscan corromper a la humanidad para sus fines perversos y
los únicos que podemos hacer algo al respecto somos nosotros—.
Él tenía jaqueca, seguía adormilado
y la luz del sol le pegaba en la cara, las palabras que ella decía lo
confundían más —¿Por qué me dices esto?—.
Con fiereza, ella respondió —Mi
padre, que en paz descanse, luchó contra este poderoso demonio llamado Baliel,
que lo maldijo. Antes de morir, el demonio juró que reencarnaría en su próximo
hijo y que tomaría posesión de su alma, acabando así con nuestra familia. Pero
el demonio no predijo que el primogénito de mi padre nacería mujer. De haber
nacido hombre, hubiera tenido una oportunidad de luchar contra el demonio en
mis sueños y acabar con la maldición, pero dado que nací mujer, la única forma
de ser libre es encontrando al verdadero amor—.
La historia que ella contaba era
fantástica y él apenas podía creerlo. Sin tomarlo con seriedad y un tanto
nervioso, él le preguntó — Entonces ¿Te he librado de la maldición—.
Después de echar una pequeña risa de
ironía y apretando el mango de su espada le respondió — ¿Ves a algún demonio
por aquí?—.
El hombre volteó por la habitación y
su corazón se paralizó, pues, junto a la cama, estaba parado un ser de la
altura de un basquetbolista, pero tan fornido como un levantador de pesas. Su
piel era roja, sus uñas negras, tenía unos colmillos que salían de su boca y
ojos como el fuego.
—No me libraste de la maldición,
porque no me amas. Amas mi dinero, mis posesiones y mi cuerpo, mas no mi alma.
Pero no te preocupes, mi corazón permanecerá puro, mientras alimente a este
demonio con el alma de los mentirosos, los perversos y los codiciosos. Así que,
gracias a ti, podré ser libre unos meses más, mientras sigo buscando al
verdadero amor que me libere para siempre— le dijo ella y al terminar, él no
tuvo tiempo de decir palabra alguna, pues su pecho fue atravesado por la espada
de plata y el demonio se apresuró a comer su corazón sangriento mientras aún
latía, devorando así su alma para siempre.
FIN
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