domingo, 2 de diciembre de 2012

02 - El sonámbulo.



    El sol ya se había ocultado tras las montañas, pero su luz todavía iluminaba el cielo de color naranja. Aunque este naranja lucía un tanto diferente, como si por partes fuera rosado como una toronja. Los pájaros no cantaban, los aviones no volaban, no había una sola nube ni estrella. Yo me encontraba parado en la acera de una calle atiborrada de gente. El ruido era incomprensible y el caos reinaba. No me sentía a gusto entre tantas personas, tenía que buscar aire fresco en algún lugar y justo cuando pensaba en esto, a mi nariz llegó un hilo delgado de aire húmedo. Era el inconfundible olor al lago. Casi podía ver el muelle y sus barcos flotando y la humedad de la madera.
    Mientras anhelaba por un espacio entre la gente que me permitiera escapar, un niño jaló la manga de mi saco — Señor, por aquí hay un atajo—dijo y señaló a un callejón sucio, pero ignorado. Sin pensarlo dos veces, seguí el consejo del niño y me adentré en el callejón, abriéndome paso a la fuerza entre la corriente de gente. Parecía que alguien hubiera bajado el volumen, pues al dar un paso dentro del callejón, todo se silenció. Quizá no era un silencio cómodo o tranquilizador, más bien era como el frío vacío de la noche, inhumano y escalofriante. Algo me recordaba a un lugar donde había estado antes, pero no terminaba de entender qué era.
    Era casi seguro que me encontraba en el área turística del pueblo, mi única pista era que estaba cerca de los muelles. Para llegar a mi departamento y descansar, terminar ese día, debía llegar al muelle y buscar un autobús que cruce Vallecalmo. Ese era mi plan. Pero al dejar de pensar y observar a mi alrededor, había llegado a otra calle atiborrada de gente y música ruidosa. Pero ahora era de noche y la gente portaba lámparas y objetos brillantes en sus atuendos que parecían salidos de un carnaval.
    Mis esfuerzos por recordar cómo llegué hasta donde estaba eran inútiles. Había bebido un poco, quizá, en el bar El castillo, pero no tanto como para perder la consciencia. Algo sucedió entre ese momento y ahora que no logro entender. Quizá lo más sensato sería apegarse al plan de buscar un autobús y regresar a casa. Pero no había pasado ni un segundo de que esta idea vino a mi mente, cuando fuegos artificiales comenzaron a explotar en el cielo. Rojos, amarillos, blancos, azules… Algunos explotaban en una maraña de luces y otros chisporroteaban y hacían un escándalo tremendo. Cuando terminaron, un sonido como el de una larga explosión o el de las olas del mar, llegó hasta mí. Aviones volaban por el cielo y hacían piruetas, parecían sacados de una guerra antigua, como fantasmas que seguían luchando después de la muerte y por toda la eternidad.
    No tenía forma de explicar lo que estaba pasando ¿Estaría quedando loco? ¿Acaso estoy intoxicado con algún alucinógeno? Sólo otra explicación me era racional, que esto se tratase de un sueño. Que yo me encuentre dormido sobre mi cama, con la televisión prendida seguramente, completamente dormido, viviendo en un sueño hasta que despierte y pueda seguir con mi vida. Estas cavilaciones se detuvieron al instante, pues mis ojos avistaron una criatura horripilante cuyos colmillos se dirigían hacia mí.
    Algo como un dragón, más alto que una persona, tenía sus ojos bien fijos en los míos y se dirigía hacia donde yo estaba. Nadie parecía prestarle atención, como si estuviéramos solos. Un dragón, aviones de guerras pasadas, de repente era de día y luego de noche y todo tiene esa sensación de extrañez. No me cabía la mínima duda de que esto se trataba de un sueño. Y de ser esto cierto, no debía temer, pues nada podría pasarme pues contaba con la ventaja de que era MI sueño.
    A un metro de mí, un policía festejaba con el resto de las personas, su pistola estaba al alcance de mi brazo y no fue difícil quitársela sin que se diera cuenta. Cargue el arma y disparé hacia el dragón. Pero la bala, que impacto directo en medio de su cuerpo, no lo detuvo. Entonces disparé una segunda vez y una tercera vez. Sin resultados, seguía avanzando hacia mí, paso a paso. Entonces descargué todas las balas de la pistola sobre él y finalmente el dragón se cayó al suelo. Sin embargo, en mi pecho sentí un dolor y un calor tan intensos que pensé que me despertarían al instante. Pero no fue así. La música ruidosa se detuvo y la gente curiosa empezó a atiborrarse alrededor de la escena.
    Mi cuerpo se desplomó en el piso inerte. Mi corazón había sido destrozada por rifle de alto calibre. Uno de los francotiradores, encargados de cuidar al gobernador en el desfile de ese día, escuchó el primer disparo y volteó. Cuando vio los segundos disparos, supo que yo estaba armado y al observar por su mira telescópica, entendió que yo le disparaba a la gente y jaló el gatillo, dándome la muerte.

FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario