jueves, 6 de diciembre de 2012

06 - Polvo de hormigas.



  La primera semana de festividades estaba llegando a su fin, en el pueblo de Vallecalmo. Se trató de una semana tempestuosa pues fue marcada por diversos incidentes de violencia y sucesos extraños. La mayoría de las personas no podía explicar estos fenómenos y los consideraban eventos aislados que rara vez volverían a repetirse. Sin embargo, un grupo de jóvenes sospechaba cuál sería la causa.
  Gerardo tenía veinte años, Sarahí y Arturo veintiuno. Los tres vestían playeras de un color diferente. Gerardo usaba un pantalón de mezclilla, Sarahí tenía una falda blanca y Arturo unos bermudas de camuflaje militar selvático. Hacía días que estaban de vacaciones y en el ambiente clandestino y noctámbulo de Vallecalmo, aquel que rodeaba los clubes nocturnos del centro, se hablaba de una nueva droga llamada Polvo de Hormigas. Era así conocida pues rumoraba que el componente psicoactivo provenía de una especie de hormiga recién descubierta que era cocida y machacada para crear un polvo fino que debía echarse en una bebida alcohólica y tomarse. Los efectos de esta nueva droga no eran bien conocidos, simplemente corrían los rumores rápido y había interés en experimentarla.
  Los tres jóvenes recurrieron a una persona que se hacía llamar Fénix. Un Rastafari que rentaba botes en el muelle junto al lago para vivir, pero que siempre tenía música y buena vibra para compartir. Fénix los guió con un amigo suyo que no les quiso dar su nombre y finalmente, después de una hora de dar vueltas por todo el centro, consiguieron una caja de cartón con un gramo de un polvo color vino fino. Parecía tener cristales pues brillaba. Fénix aseguraba que se trababa de cien porciento polvo de hormigas. Una vez que su misión fue exitosa, se dirigieron al departamento de Arturo a disfrutar del producto de su travesía.
  Tras hacer una escala al minisúper más cercano para comprar alcohol, finalmente arribaron al departamento de Arturo. Fénix les dijo que debían diluir el polvo de hormigas en dos litros de bebida con al menos cincuenta por ciento de alcohol. Así que prepararon un brebaje con un fuerte alcohol y una bebida de cola, hielos y vertieron el polvo de hormigas. De inmediato, el polvo empezó a hacer espuma mientras se hundía en el fondo del brebaje oscuro y pareció diluirse a los pocos segundos.
  Gerardo fue el primero en aventurarse a probar la bebida. Se sirvió generosamente en un vaso y lo bebió. El sabor al polvo de hormigas era salado y ácido, un tanto picante, pero el sabor del alcohol y el azúcar de la gaseosa destacaban y tomaban el control de la lengua y garganta del comensal. Se quedó viendo a Sarahí y Arturo, y estos lo miraban de regreso. Como esperando sentir algún efecto. Dado que era bebido y no inyectado o inhalado, pensaron que tomaría unos minutos en hacer efecto.
  Gerardo sentía el alcohol pasando a través de su sangre y se limitó a bromear con el buen sabor de la bebida. Esto animó a sus compañeros quienes se sirvieron y comenzaron a beber. Ninguno de los 3 sentía efecto alguno, así que ingirieron una segunda y una tercera dosis hasta acabar con los 2 litros de bebida.
  Pasados unos quince minutos, todos estaban alcoholizados y Gerardo empezó a sentirse extraño. Su memoria vagaba con el alcohol, pero recordó el polvo de hormigas y de inmediato sintió su cuerpo más caliente de lo normal. Como si hubiera comido picante, su respiración se hizo más pesada y empezó a sacar la lengua que sentía seca. De repente, se dio cuenta que estaba mareado y no podía comprender lo que sus compañeros le decían. Dedujo que el polvo de hormigas empezaba a hacerle efecto. Aunque desconocía los síntomas, para él estaba claro que la droga ya alcanzó su sistema nervioso y sus intentos por ponerse de pie o comunicarse con sus colegas eran fallidos.
  Arturo y Sarahí veían a Gerardo intentando levantarse de su asiento sin éxito. Por cada vez que lo hacía, poniendo sus manos en el apoya brazos del sillón y empujándose hacia arriba, terminaba resbalándose y hundiéndose en el colchón. Les tomó unos segundos pensarlo, pero concluyeron que el polvo de hormigas comenzaba a hacer efecto y si ya estaba haciendo efecto en él, pronto sufrirían las mismas consecuencias.
  Incapaces de pararse, Arturo y Sarahí comenzaban a tener problemas para comunicarse también. Gerardo movía su mano frente a sí, con su brazo casi extendido. Arturo y Sarahí  trataban de hablar, pero no podían y se empezaron a reír sin control. Gerardo encontró hilarante que sus compañeros riesen sin parar, así que él se les unió. Y ahí estaban los tres, sin poder controlar sus acciones, riendo y llorando al mismo tiempo, por el dolor en todos los músculos que se cansaban  y por la impotencia de poder moverse.
  De tanto reír, llegó un punto en el que Gerardo vomitó en el suelo, apenas tuvo tiempo para voltearse de costado, sin mancharse completamente. Sarahí se tapó los ojos con la mano para no ver la escena, pero a Arturo, al ver el producto sin digerir que salió del estómago de su amigo, le fue imposible sentir náuseas y vomitar también. El ruido que hizo fue suficiente para provocar en Sarahí también el vómito y esta se manchó toda su blusa con su propia repugnancia.
  Gerardo estaba peor que todos. Asustado, mareado, vomitado. Se convencía a sí mismo de que había perdido todo control sobre su cuerpo y su mente. Pensó en suicidarse para acabar el tormento. La ventana no estaba lejos y los cinco pisos de altura que separaban su departamento del suelo aseguraban una salida rápida e indolora de la locura. Arturo y Sarahí no entendían qué tanto veía Gerardo en la ventana, aunque, en realidad, poco entendían de lo que estaba pasando a su alrededor.
  Súbitamente, Gerardo se puso de pie, como si estuviera sobrio, y, sin meditarlo un segundo, corrió hacia la ventana y saltó al vacío. Llevaba tanto impulso que su cuerpo se impactó contra un árbol a un par de metros del edificio y su caída se amortiguó por las ramas que le rasgaron la ropa y la piel. Al impactar el suelo, Gerardo no había muerto. Sufría de dolor, pero estaba confundido y semiinconsciente.
  Arturo y Sarahí, desde el departamento, le costó un rato entender qué había pasado,     pensando en el polvo de hormigas, en el fuerte efecto que este tuvo sobre ellos y en su amigo. Tenían que hacer algo por él, así que, con un esfuerzo exuberante, se las arreglaron para llegar al elevador, bajar y salir a la calle. Ahí, encontraron a su amigo agonizante. Su piel estaba abierta, cortada por las ramas afiladas, tenía los huesos de sus brazos y hombros fracturados. Sus órganos internos habían sido afectados por el impacto. Sin embargo, algo vieron sus dos compañeros en él. Algo que no habían sentido antes.
  Arturo y Sarahí se vieron a los ojos, parecía como si la misma idea hubiera pasado por su cabeza. Con el cuerpo de su compañero que temblaba y gemía, escupiendo sangre. Su piel tenía un color tan vivo y la sangre les pareció apetecible. Entonces, como si no hubieran comido nada en meses, como si su supervivencia estuviera en riesgo y dependieran de la carne para sobrevivir, empezaron a comerse a su compañero. Arturo se fue por el brazo izquierdo, estaba suave porque los huesos se habían fracturado. Gerardo quería gritar, pero estaba demasiado alcoholizado como para defenderse. Además, sus extremidades no le respondían, había pedido demasiada sangre. Sarahí mordisqueaba los dedos de la mano pero no comía la carne, sólo masticaba los dedos como un perro mordiendo un hueso.
  Era de noche y la calle se encontraba calma. Pasaban vehículos por la calle pero, tan rápido como su luz se asomaba por la esquina, desaparecían del otro lado. Uno que otro peatón caminaba por ahí, pero ninguno tenía la mala fortuna de pasar del mismo lado de la calle y, por la oscuridad de la noche, nadie los avistaba.
  Arturo y Sarahí seguían mordiendo y arrancando la piel de su amigo, el cual hizo el inconfundible sonido gutural de quien relaja completamente todos sus músculos. Su corazón dejó de latir y él murió. Entonces, al ver que su amigo ya no reaccionaba, Arturo y Sarahí empezaron a comerse a sí mismos. Mordiéndose en la cara, arrancándose la nariz, luego arrancando pedazos de ropa, piel, carne. Desparramando su sangre por todos lados, matándose poco a poco.
  La mañana siguiente, la policía encontró la caja con “polvo de hormigas” y sospecharon que la nueva droga había clamado otra víctima. Sin embargo, los estudios forenses determinaron que en el cuerpo de los 3 muchachos no había más que alcohol, pues, el dichoso “polvo de hormigas” consistía en una mezcla de chiles, sal y bicarbonato de sodio, vendido a un precio astronómico.

FIN


   

No hay comentarios:

Publicar un comentario