Las fiestas decembrinas estaban cada día más cerca y la locura en los supermercados comenzaba a florecer. Gente que se empujaba por conseguir los regalos preferidos y otros tantos que hacían filas, que se prolongaban a más de una cuadra de distancia, esperaban a que las tiendas se abrieran. Sin embargo, Pablo ya había probado todos los productos de los supermercados locales, al menos todos los que tenían que ver con la calvicie y la caída del cabello.
Cada mañana, se torturaba a sí mismo viendo los cabellos en su peine y aquellas pelusas que quedaban atrapadas en la cañería, convencido de que se estaba quedando sin pelo en la cabeza. Había intentado todas las fórmulas, profesionales, caseros y lo que pudo encontrar en internet, pero nada le funcionó, en realidad, muchos de estos productos le produjeron quemaduras y dañaron su cabello. Había explorado otras posibilidades como injertarse cabello, usar pelucas, etc. Pero no le convencían, quería su cabello de vuelta.
Cuando Pablo era joven, solía tener una melena de color dorado, adecuada a la moda de esa época. Pasaba los fines de semana en conciertos alrededor de todo el país, en salvajes fiestas llenas de alcohol, drogas, sexo y música. Sin embargo, aquellos tiempos pasaron y ahora, su cabello tenía un agujero en la coronilla y el pelo crecía por todas partes de su cuerpo, exceptuando en la parte superior de su cabeza.
Era sábado y Pablo aprovechó ese día para hacer sus compras de la semana, sin embargo, suponiendo que las tiendas departamentales estarían atiborradas, optó por caminar hasta una vieja tienda local, no muy lejos del centro histórico de la ciudad, para abastecer su alacena, armado con un sombrero para ocultar su vergüenza.
El centro histórico era una calle principal que antes se extendía de punta a punta, sin embargo, después del desarrollo económico, esta calle se rodeó de edificios y algunas de las construcciones originales fueron demolidas o modificadas para adaptarlas a los tiempos modernos. Pero, de entre todos los negocios con anuncios de neón, pantallas y letreros iluminados, había un local pequeño. En un primer vistazo, parecería un callejón oscuro entre dos tiendas brillantes. Pero al fijarse detenidamente, aparecía una puerta de madera, un par de ventanas y un letrero de hierro sólido y negro, que había sido envejecido por el paso del tiempo.
Algo hipnótico en la tienda forzó a Pablo a cruzar el portal y al abrir y cerrarse la puerta rechinante, una campana sonó y de la oscuridad del fondo de la tienda, un hombre delgado de rasgos orientales apareció por detrás del mostrador.
—Buenas tardes, buen hombre. Bienvenido a mi tienda, donde encontrarás justo lo que necesitabas— dijo el hombre que lucía anciano a simple vista. Su ropa, sin embargo, eran las que uno encontraría en una tienda para turistas o algo que usaría una persona en su casa un domingo. Una playera de promoción de Vallecalmo, unos pantalones cortos y unas sandalias. Su barba y bigote estaban un tanto crecidos.
—Lo dudo mucho— le respondió Pablo, pensando justo en alguna forma de recuperar su melena juvenil—Lo único que quiero se perdió con el tiempo y parece que jamás lo recuperaré—
—Tal vez no… o tal vez sí— le dijo el viejo con su voz seca, como si hubiera leído sus pensamientos y supiera de qué se trataba— yo vengo de un pueblo pequeño, cruzando el océano. Ahí, los monjes se rapaban la cabeza por tradición. Ser monje, en mi pueblo, no era una tarea fácil, pues habría que soportar el frío, el insomnio y el hambre. Además, Tenían prohibido bajar del templo, que estaba en una montaña que llamamos Pico de Hielo. Eran severamente disciplinados si se les llegaba a encontrar en un bar o en un burdel…—
Mientras el hombre hablaba, me fijé en su cabeza. Amarrada detrás de su espalda, había una trenza de cabello negro que casi llegaba hasta sus tobillos.
—…Sin embargo, unos monjes eran astutos y por las noches se escabullían a las arcas del templo y robaban ciertos ingredientes que sólo se encuentran en esa montaña. Un hongo negro que vive prácticamente congelado en cuevas. El veneno de una araña que es totalmente blanca, la cáscara de huevo de un ave que suele volar más alto que las montañas y una oración mágica que activaba los ingredientes. La pomada resultante era frotaba en sus cabezas calvas y después de unos minutos bajo la luz de la luna su cabello volvía a crecer, como si fuera un chorro de agua. Entonces ellos rezaban otro canto, para que este dejara de crecer y así bajaban al pueblo, con su melena trenzada. Luego de una noche de juerga, simplemente se rapaban su cabeza y la tiraban el cabello al río— concluyó el viejo.
—Yo no creo en cuentos de magia y rezos, pero si la fórmula funciona como dices, entonces la quiero— le dijo Pablo, pensando en que le regatearía el primero precio que le dé el vendedor.
—¡Claro que funciona! ¡Funciona bien! ¿Ves?— y me mostró su larga trenza — ¡Y tengo los ingredientes justo en mi tienda! — cuando dijo esto picó a pablo con su huesudo dedo justo en la cabeza—un segundo, por favor, señor— y desapareció por una puerta de atrás. Pablo no sabía qué esperar, estaba casi convencido que era charlatanería, pero el deseo de tener una cabellera de ensueño lo cegaba. Espero varios minutos, en los cuales no dejaba de ver los artículos de la tienda que iban desde armas antiguas hasta artículos electrónicos baratos.
El viejo salió del almacén, detrás del mostrador, con su brazo izquierdo levantado y su puño cerrado. Sin pedir permiso, fue hasta Pablo, le quitó el sombrero y embarró su cuero cabelludo con una sustancia negra y espesa de un olor horrible.
—¡Oigan!— Gritó Pablo enfadado —¡Yo no le dije que lo quería comprar! ¿Cuánto me va a costar esto?— temía que la pomada manchara su ropa o que el olor nunca se quitara.
—Mire, hoy apenas habrá luna—respondió el viejo, mientras señalaba con su vista un calendario con caracteres complejos y dibujos de animales—si no está nublado, su luz será suficiente para activar la fórmula, pero debo hacerle un canto antes, así que no se mueva— Pablo no tuvo tiempo de responderle al viejo cuando este se tiró al piso con las piernas cruzadas y sus manos unidas por las palmas y comenzó a murmurar en un idioma desconocido.
Pablo aún no sabía cómo había llegado a esa situación, en medio de una tienda con la cabeza llena de baba oscura y un monje rezando a sus pies. Pero el rezo fue breve y pronto el viejo se puso de pie, como si tuviera la energía de un niño.
—El precio no es alto por recuperar lo que siempre ha soñado, pero para probar que soy un vendedor honesto, firme un cheque y que este sólo pueda ser cobrado en dos días. Si su cabello no crece, podrá cancelarlo o venir a reclamar, pero le garantizo que crecerá y mucho, pero le advierto…— y de repente, esa imagen alocada, chusca, de un viejo lleno de energía con ropa occidental mal combinada, cambió a algo más parecido a un brujo oscuro de cuentos de hadas— cuando empiece el proceso, debería recitar el canto “Tashun Hadi Quov Tsin”, de lo contrario, su cabello no dejará de crecer ¡NUNCA!— y esa última palabra resonó como un tambor en una cueva.
La oscuridad que rodeaba al monje duró unos segundos más, como una tensión eléctrica en el aire, pero lentamente se fue relajando hasta regresar a su cara pícara, pero tranquila, de hace unos momentos. Pablo se sintió intimidado esos instantes, pero no creía en las historias que contaba el viejo monje.
— ¡Está bien!… ¡Frmaré el cheque!— dijo a regañadientes mientras lo hacía— pero ¡Más le vale que funcione, Viejo!—.
—Funcionará…— y después de recibir el cheque, desapareció detrás del mostrador y Pablo salió de la tienda, nuevamente como impulsado por una fuerza invisible.
Al llegar a su casa, sólo le quedaba esperar hasta la noche. Por momentos pensaba en la leyenda y su imaginación lo hacía feliz, pero luego recordaba su experiencia previa con productos milagrosos y se decepcionaba. Por momentos se creía un tonto y luego se creía un hombre afortunado.
Al caer la noche, salió la luna, delgada pero brillante, como un hilo plateado. Pablo subió al techo de su casa y se quitó su sombrero, apuntando su coronilla que aún tenía el ungüento pegado y se había endurecido como un gel. Recordaba que el monje le advirtió recitar unas palabras, pero no se tomó la molestia de memorizarlas o apuntarlas en algún papel. Aún dudaba de la efectividad del producto y se sentía como un estúpido parado sobre el techo de su casa, con su cabeza apuntando a la luna.
De repente, empezó a sentir algo en su cabello. Puso sus manos en su coronilla y sus ojos y boca se abrieron tanto como pudieron de la sorpresa al sentir pelo en lugar de piel y este pelo era largo, grueso y fuerte, pero se sentía sedoso y saludable.
Bajó corriendo a su casa en la búsqueda de un espejo, pero cuando pudo verse la parte posterior se asustó. El cabello que crecía detrás de su cabeza no era una melena dorada como solía tener, sino un cabello de color negro que contrastaba con sus pocos rastros de cabello actuales. Sin embargo, el cabello negro siguió creciendo en toda su cabeza, hasta que su cuello cabelludo estuvo cubierto por completo
El cabello negro no dejaba de crecer, primero llegó hasta sus hombros, luego su cintura y después tocó el suelo de su casa, pero no se detuvo. Como una llave de agua, su cabello empezaba a inundar la habitación. Pablo tropezó cuando intentó dar unos pasos y huir de ahí, cayendo al piso y sumergiéndose en una capa de pelo de varios centímetros que ya cubría toda la habitación. Esta siguió aumentando su tamaño, hasta que dentro de esa habitación no quedó espacio... ni si quiera para el aire.
FIN
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