Este es el sueño más extraño que he tenido:
El océano era la cosa más hermosa que jamás había visto en mi vida. Sabía que sólo era un sueño, pero el cielo estrellado y la inmensidad del mar me daban la impresión de que viajaba por el espacio, a través del universo. Estaba acostado sobre una balsa que flotaba a la deriva, no sabía a dónde iba pero no me importaba, sólo tenía ojos para la noche. Fue entonces cuando lo vi. Un guerrero espléndido, con el cuerpo de un atleta griego, vistiendo varias capas de telas blancas como el brillo de la luna. Tan lejos como un avión, volando en el aire.
Al principio pensé que se trataba de algún recuerdo perdido, alguna idea o quizá un objeto similar, como telas o cortinas, pero en mi memoria no hallaba un ser con tales características. Observé desde mi bote a este personaje, utilizando unos binoculares que obtuve en una tienda junto al lago, la intención era observar aves en los bosques y montañas que rodean Vallecalmo, pero funcionaban igual de bien en mi sueño. De cerca, el ser parecía un dios. No emitía luz ni tampoco estaba iluminado, sin embargo, su figura lucía clara como el día.
Al estirar mi nariz, sentí el fresco olor de las plantas cuando están mojadas, pero no como los pinos que rodean Vallecalmo en invierno, sino de alguna planta más ácida como el pasto, de una temperatura más fría y a una altura superior. Quien fuera este ser, detuvo en un instante su vuelo y volteó su cabeza hacia donde yo estaba. El habrá notado que yo lo observaba, pues surcó el cielo hasta acercarse a unos metros de mi embarcación.
—¿Estás consciente de que esto es un sueño?— Preguntó el ser de las ropas blancas. De cerca, pude ver que medía casi dos metros de altura. Su voz era grave, casi como un oso o un león, Intimidante y su rostro estaba tapado, a excepción de sus ojos.
Los ojos de este ser parecían el negativo de una película, pues aquella parte blanca del ojo estaba ennegrecida como el cielo y el centro oscuro del ojo brillaban como estrellas. Las telas de su ropa se agitaban como látigos por el viento. Su cercanía me daba la sensación de estar en un lugar elevado, como en la cima del mundo, como en el cielo o el monte olimpo.
—No es cualquier sueño, es MI sueño y exijo que te presentes o te vayas de aquí de inmediato— Le respondí con firmeza. Después de todo, era mi sueño, eran mis reglas, no importa que truco intentara, no me ganaría.
—De ser así no me dejas otra opción…— el tono de su voz cambió y su complexión parecía más delgada. Después de dar una alabanza, continuó —…Se me conoce como El Maestro de los sueños. Viajo a través de las mentes de aquellos que duermen y busco tesoros y conocimientos que no existen fuera de las cabezas de las personas, aquello que nunca ha sido pronunciado o escrito—
Yo ya no sabía qué decir, de todas las noches de mi vida, entre miles de sueños, jamás me había topado con una situación similar. ¿Cómo pudo meterse este, así llamado, Maestro de los Sueños a mi cabeza? ¿Sus intenciones eran buenas? Si podía entrar a mi cabeza ¿Estará escuchando estos pensami…?
—Escucho todo lo que piensas…— Me interrumpió el sujeto —…cada idea o palabra y siento lo mismo que tú sientes, existo en el mismo plano que tú, ahora, tu cuerpo y tu mente no existen, sólo estamos tú y yo. Pero es coincidencia que aquí me encontrases. Yo sólo viajaba de mente en mente buscando la entrada a un objetivo en particular. Pero tú… Eres un ser extraordinario. Sin saber de mí y sin mis conocimientos… No entiendo cómo has logrado tanto. ¿Quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Ese es tu verdadero ser?— Me preguntó.
—Mi verdadero ser y el único que tengo— le respondí extrañado —Vivo en un pueblo llamado Vallecalmo— Al momento de decir esto, las imágenes del pueblo tomaron posesión del paisaje. Sus parques y sus casas. El muelle, el lago y las montañas con sus picos nevados que rodeaban el pueblo — Jamás había escuchado hablar de ti, yo sólo se que estoy durmiendo porque me es fácil darme cuenta si estoy soñando o despierto. Y en este momento estoy soñando, pues no estarías volando en el aire y no habríamos pasado de un océano tranquillo a un valle calmo—.
—Me impresionas— dijo. Pero sus ojos negros eran completamente inexpresivos. Como la mirada de un monje en meditación, que no piensa y no siente, con su mente en blanco — Yo soy El Maestro de los Sueños, he viajado por el tiempo y el espacio, en el mundo de los sueños. He luchado en inmensidad de batallas, acabado con los seres más temibles de este planeta y de otros lugares del espacio. He estudiado por milenios el mundo de los sueños y enseño a aquellos que están dispuestos a aprender el arte de viajar en los sueños. Pero tú… Aprendiste por tu cuenta. Eres una anormalidad en este mundo, no deberías de existir. Tu cuerpo habría de vagar, en este plano, sin consciencia de sí mismo—El Maestro de los Sueños se mantenía erguido, flotando en el aire, posado inmóvil y nada más, pero sus ropas que se agitaban con el viento daban la impresión de que vibraba o se convulsionaba.
—Este sueño ya no me está gustando del todo— pensé — Voy a despertar y espero que cuando vuelva a dormir ya no te encuentre por aquí— cuando dije esto, él estiró su brazo tratando de agarrarme, pero cuando abrí los ojos, todo había desaparecido. Sólo estaba yo solo en mi cama, de vuelta en mi hogar. Estaba convencido de que era un mal sueño y que este dichoso Maestro no volvería a aparecer, así que, me acomodé en mi cama, me tapé bien y a los pocos segundos ya estaba dormido como si nada hubiera pasado.
Empecé a soñar casi de inmediato. Ahora me encontraba en un vasto desierto de tierra y piedras. Algunas plantas crecían entre las rocas, pero se podían contar los dedos de la mano. El cielo tenía un color violeta y el aire que soplaba era seco y cálido. Me movilizaba descalzo a través de un camino de piedra, al estilo romano, que no llevaba a ningún lado. Gustaba de vagar, simplemente, observar el paisaje y experimentar la variedad de sensaciones, olores, colores y texturas.
Comenzaba a disfrutar del sueño, al final del camino había una construcción antigua, como una pirámide o un templo de culturas prehispánicas, con lo que parecía una alberca olímpica llena de agua verdosa en el centro. Sin embargo, algo se elevaba por encima de esta construcción. Flotando por los cielos, con sus ropajes blancos que asemejaban a aquellas ropas árabes del desierto. Era El Maestro de los Sueños y me estaba esperando.
Al acercarme al monumento, escuché su voz en mi cabeza, aunque no vi si él movía la boca o no —Ven aquí. Vuela…— me dijo y, sin pensarlo dos veces, mi cuerpo dejó de ser afectado por la gravedad y se elevó por el aire hasta llegar tan alto como el maestro —Nadie puede irse de un sueño si El Maestro de los Sueños no lo permite y el castigo para eso es la peor pesadilla de tu vida— En ese momento, metió su mano entre sus ropas y sacó una espada más larga que su mismo cuerpo.
—¡Nada de pesadillas!— Le grité, con susto pero enojado a la vez— Este es MI sueño y no hay forma posible de que puedas dañarme— Pero a él no le importó, arremetió contra mí con su espada, apuntando el filo hacia mi cuello y esta impactó justo donde él quería. Sin embargo, no hubo daño alguno, era mi sueño y yo ponía las reglas.
El volvió a blandir su espada y arremeter contra mi cuerpo, apuntando directo a mi corazón, pero la espada se frenó contra mi piel, como si se tratase de acero sólido —Nada de lo que hagas funcionará— le insistí y, por un instante, pude ver un dejo de expresión en sus ojos, como frustración o enojo. Este maestro de los sueños, no era tan poderoso como se hacía llamar, si eso era todo lo que él podía hacer, era el momento para contra atacar.
De la bolsa de mi pantalón saqué un revolver y apunté hacia El Maestro de los sueños. Él puso su mano frente a la pistola, retador pero seguro, como si fuera a detener las balas que de esta salieran. Mas le volví a insistir… —Mi sueño, MIS reglas—y jalé del gatillo hasta descargar el arma. Las balas impactaron en el cuerpo del maestro y lo atravesaron como si fuera una almohada. Pronto, la sangre comenzó a brotar de los agujeros, manchando de rojo sus telas que antes eran blancas.
Los ojos de este ser expresaban dolor como si nunca antes lo hubiera sentido. Dejó caer su espada, que se clavó en el fondo de la piscina después de atravesar el agua, y tocó sus heridas con la mano, veía la sangre como quien no sabía que eso estuviera dentro de su cuerpo. Sus ojos, entonces, se cerraron, y su cuerpo fue jalado por la gravedad y se impactó en el suelo del monumento. Cuando bajé para mirar su cuerpo más de cerca, este había desaparecido, dejando atrás sólo sus ropas blancas, manchadas de sangre, que volaban por el cielo.
A partir de ese día no volví a escuchar de El Maestro de los sueños. Excepto que comenzó a correr el rumor de un monje tibetano que falleció después de 80 años de meditación, del otro lado del mundo. Las ropas de esa orden de monjes eran sospechosamente parecidas a las de El Maestro de los sueños, pero la vida del maestro o del monje era todo un misterio.
FIN
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