El pueblo de Vallecalmo se encontraba en medio de una semana de celebración. Entre los muchos festejos se había establecido una feria medieval, a las faldas del cerro al oeste. Una de las carpas era de Madame Izsha, una mujer de origen Gitano que aseguraba tener el poder de predecir el futuro.
Jim, un comerciante local exitoso, pero solitario, andaba por la feria y notó la carpa de Madame Izsha y decidió asomarse para echar un vistazo al interior. Al acercarse, pudo apreciar la decoración exótica de adentro. Inciensos, veladoras, vasijas con pociones y objetos ornamentados de culturas tan lejanas como el otro lado del mundo, todo sobre mesas y estantes de adornos exuberantes.
—Jim…— se escuchó una voz vieja desde la oscuridad de la carpa— ¿Tú crees en el destino?— dijo Madame Izsha desde el fondo, que vestía una bata larga con un intrincado diseño y al menos cinco collares de plata y oro con jade y otras piedras— Responde antes de que te preguntes cómo es que supe tu nombre. Este pueblo oculta muchos secretos, algunos prohibidos, otros olvidados. Yo he vivido aquí toda mi vida y conozco tu tienda, tu fama y tu fortuna. También conozco ese auto de lujo que tienes estacionado afuera de la feria—.
Impactado, pero escéptico, Jim terminó de meter su cuerpo dentro de la carpa y miró a Madame Izsha con una sonrisa sarcástica — No, no creo en el destino. Así que no gastaré ni un centavo en tu carpa, a no ser que quieras venderme la figurilla en forma de tortuga de ese estante— Y señaló a una figura de bronce de una tortuga con una decoración hindú.
—¿Y qué tal si te dijera que se cuándo y cómo vas a morir? ¿Estarías dispuesto entonces a donar algunas monedas?— le preguntó Madame Izsha, mientras acomodó sus lentes redondos sobre su nariz y Jim se dio cuenta que todos los dedos de sus manos tenían diferentes anillos
— Para cuando ese día llegue, tú ya te habrás ido lejos con mi dinero— respondió Jim, sin quitar la sonrisa burlona de su rostro— En caso de cualquier reclamación, será imposible encontrarte y yo no podré buscarte pues ya estaré muerto—.
Madame Izsha puso un gesto de enojo ante esta contestación — No es sabio ofender a un Gitano, tu desconfianza y falta de respeto me deshonran a mi familia y su historia— caminó alrededor de una mesa redonda de madera que se encontraba en medio de la carpa— Por leer tus cartas te habría cobrado unas monedas, pero te daré un servicio en el cual no tendrás que sacar tu cartera—.
Jim no podía creer que le dieran algo gratis por Madame Izsha, estaba convencido de que era una charlatana y que trataría de convencerlo eventualmente de darle dinero por inventar alguna historia sobre su trágica muerte — ¿De qué se trata ese servicio?— preguntó.
Madame Izsha se dirigió hacia un estante con dagas, un cráneo humano realista, un cuervo disecado, veladoras, cuarzos y otros objetos exóticos, entre ellos, uno que se encontraba tapado por un pañuelo de seda — Esta bola de cristal nunca se equivoca, puede ver con claridad hacia el futuro, pero es malvada, no le gusta ser usada, sólo predice tragedias. Si dices no creer en mi magia, no temerás acercarte a la bola y dejar que te diga cuándo y cómo vas a morir...— y su ceja izquierda se levantó tanto como pudo, mientras rascaba su arrugada cara con su mano.
Jim dudó por unos segundos, pero su escepticismo era mayor, simplemente no podía creer que una bruja le adivinara su futuro, para él, todo eso eran tonterías y, ya sin titubeos, se acercó a Madame Izsha y la bola de cristal.
Madame Izsha cerró los ojos y puso ambas manos sobre la bola, que era transparente pero dentro de ella, sombras y nubes se arremolinaban y formaban objetos — El ser que vive dentro de la bola está enojado…— Dijo Madame Izsha, sin abrir los ojos —No le gusta ser despertado y ahora desea tu muerte— y siguió frotando la bola — Dice que vas a morir hoy, poco tiempo después de que salgas de esta tienda—.
Jim seguía sin creerle. No estaba impresionado.
—La bola dice que cuando salgas de esta tienda, te subirás a tu auto y tendrás un horrible accidente de camino a casa. El auto arderá en llamas antes de que alguien pueda sacarte con vida y será tu fin— le dijo Madame Izsha con una voz tenebrosa. Entonces, dejó de frotar la bola y abrió sus ojos. Con un rápido movimiento, tapó la bola de cristal con el mismo pañuelo que la cubría antes y se dio la media vuelta para retirarse al fondo oscuro de la carpa.
Jim estaba confundido por la conducta de Madame Izsha, pero pensó que estaba loca y que no lo engañaría — Es una lástima que no traiga mi chequera, pero te prometo que mañana, si sigues aquí, volveré con efectivo para pagar sus valiosos servicios— le dijo sarcásticamente.
Madame Izsha se detuvo y, sin dejar de darle la espalda, agregó — ¡Ah! Una cosa más… El ser de la bola dijo que morirías en tu auto hoy, así que si evitas conducirlo antes de la media noche, quizá te salves de la profecía maldita…—.
— ¿Y si le doy las llaves a alguien más y esa persona maneja el vehículo? ¿Esa persona morirá y yo viviré un día más? — le preguntó en tono burlón.
—Su muerte, entonces, será tu responsabilidad. Sálvate tú, sin matar a nadie más. — Dicho esto, Madame Izsha desapareció por completo en el fondo oscuro de la carpa.
Jim salió de la carpa extrañado, pensaba que la mujer estaba loca y que nada le pasaría. Sin embargo, decidió poner a prueba al destino…
Merodeaba por la feria, buscando el camino a la salida hasta que un hombre conocido se acercó a Jim. Se trataba de Matías, un marinero que solía navegar ebrio por el lago. Era un milagro que hubiera sobrevivido tanto tiempo sin ahogarse. Su tambaleante andar sembraba la sospecha de que ya había tomado suficiente por el día. A Jim se le ocurrió que si él moría, pocos lo extrañarían y quizá habría menos problemas en Vallecalmo.
—¡Capitán!— Le gritó Jim a Matías— Buen día, capitán Matías. Sabe… La mujer que lee el futuro me dijo que tendría buena fortuna si dejaba que alguien condujera mi auto solo y pues, no pude pensar en alguien más confiable para prestarle mi lujoso vehículo deportivo que a usted, señor—.
— ¡Basta de tonterías, Jim! ¿Cuál es el truco?—
—No hay ningún truco, Capitán. En verdad deseo tener buena fortuna y que alguien conduzca mi automóvil, pero si usted no lo desea o no está dispuesto, pues no lo molestaré más y le daré las llaves a alguien más…—.
—¿Y cuándo tendría que devolvértelo o hasta dónde podría ir?— Preguntó Matías y Jim le respondió —La dama dijo que hasta la media noche vería recompensada mi generosidad, así que, puede devolverlo a partir de esa hora—.
Matías estaba alcoholizado y le extrañaba la oferta de Jim, quien era más conocido por ser codicioso, pero lo acompañó, tambaleándose, hasta el estacionamiento.
Al ver el vehículo deportivo de Jim, Matías aceptó de inmediato y, sin si quiera despedirse, tomó las llaves, subió al automóvil y salió del estacionamiento a toda velocidad. Jim sólo veía al capitán manejando su valioso auto a través de las curvas del cerro, pensando qué le diría a su aseguradora.
Matías seguía subiendo el cerro tan rápido como podía. Estaba enloquecido por la potencia y el lujo de ese automóvil, pensaba que sería la última vez que manejaría una máquina tan fina. Pero la última curva era demasiado cerrada, aún para la tecnología avanzada de las llantas, y el vehículo, junto con Matías, salieron volando de la carretera, como si fuera un cohete que acabaran de disparar, atravesó el aire por encima de la feria y aterrizó cerca del estacionamiento, aplastando a Jim y matando a ambos al instante.
FIN
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