Ciudad
Beta, una de las megalópolis más avanzadas del planeta, contaba con un sistema
de comunicaciones de punta. Así como era raro encontrar un punto de la ciudad
que no estuviese iluminado, exceptuando aquellos que fueron apagados a propósito,
cada edificio, departamento, parque y centro comercial poseía conexión a la red
y, ya sea celular, televisor, telefonía, internet o radio, todos eventualmente
se conectaban a satélites orbitando el mundo desde el cielo.
Arriba
en las estrellas, la estación espacial Beta 4, diseñada y construida en su
mayor parte en esta ciudad, era el puerto de conexión entre el suelo y algunos satélites
artificiales que proveían de servicios a los habitantes, así como a otras
estaciones espaciales. Las naves y transbordadores iban y venían para traer
provisiones y suministros tanto para la estación, como para los satélites que
necesitaban constante mantenimiento.
Abordo,
el comandante era quién daba las órdenes. Tenía tanto la obligación de dirigir
a la tripulación, como de manejar la estación y mantenerla siempre en su curso.
La estación daba cupo a un personal fijo de alrededor de diez personas, más un
número de gente que arribaba semanalmente y sólo permanecía unas horas.
Después de
finalizar las labores programadas para esa fecha, ya todos se preparaban para
tomar un merecido descanso. El comandante se quitaba su calzado espacial cuando
su subalterno se acercó, somnoliento, para informarle que una nave no
identificada se acercaba a la estación, solicitando permiso para acoplarse.
Extrañado, pero sin muchos ánimos, el comandante dio la orden para recibir a
esta nave misteriosa.
Con su traje
bien portado, el comandante y tres tripulantes se aproximaron a las compuertas.
Las computadoras abordo le permitieron al vehículo conectarse a la estación con
la precisión milimétrica requerida. Tras intentar comunicarse con el otro lado
en varios idiomas y con varios medios, sin recibir respuesta alguna, El
comandante giró la escotilla y al instante sus pupilas se dilataron, junto con
la de toda su tripulación.
La oscuridad
de la nave les recordaba al espacio profundo. Algunos instrumentos parpadeaban
como estrellas y, de vez en vez, chispas eran despedidas de los paneles de
instrumentación dañados. Las lámparas que llevaban consigo estaban diseñadas
para iluminar las herramientas con que el astronauta estuviera trabajando con
sus manos a centímetros de él, no para adentrarse en la negrura de una nave con las luces apagadas.
El poco efecto
de la gravedad de la tierra no era suficiente para mantener los objetos pegados
al suelo y una variedad de cosas flotaban alrededor de ellos. Desde cables,
tuercas, y tornillos hasta piezas de metal y plástico. Un teclado había sido
destruido y sus teclas se desplazaban por la nave como un enjambre de insectos.
El frío dentro
de la nave era inusual, sin calefacción abordo, los astronautas dependían de
los sistemas de aislamiento de sus trajes, los cuales les permitían trabajar en
el exterior sin notar la diferencia. Sin embargo, adentro el frío era tal, que
una capa de hielo se formaba alrededor de los cascos. Afortunadamente, venían
diseñados con un sistema para corregir este efecto.
Los
astronautas estaban tensos. No sabían de dónde era esta nave, cuál era su
carga, cuál su destino y el paradero de la tripulación. Pero todos eran
científicos y su curiosidad era más fuerte que su miedo. Avanzaban lentamente
en la penumbra, palpando con sus manos todo lo que tenían enfrente, para evitar
golpearse con la innumerable cantidad de objetos que se estrellaban unos con otros,
rebotando, rompiéndose y soltando más fragmentos.
Tenue, pero
constante, un destello rojizo apenas pintaba de este tono a su alrededor, que brotaba
de un sector de la nave, a la derecha del comandante y su tripulación, quienes
se propulsaron con sus piernas para flotar hasta esa zona. Frente a ellos, las
puertas que comunicaban el pasillo principal de la nave con ese módulo estaban
entre abiertas. Un espacio del ancho de un dedo humano permitía ver el interior
del módulo pero, tras echar un primer vistazo, los pies del comandante se
movieron en el aire como si hubiera dado un paso hacia atrás, pero sin tocar el
suelo, por lo que su cuerpo permaneció en el mismo lugar. Su tripulación lo
miró extrañado, pero él volvió a inspeccionar el interior.
No estaba
seguro de lo que veía, pero si sus ojos no lo engañaban, se trataban de velas
encendidas con fuego, en el vacío. Él sabía que esto era imposible y pidió a
sus hombres que forzaran las compuertas, para lo cual no se requirió de gran
esfuerzo. Entonces, el interior del módulo quedó expuesto para el horror de los
astronautas, pues el cadáver de un hombre destripado y ensangrentado yacía inmóvil
dentro de un círculo de hechicería.
Quizá lo que
más asustaba a los astronautas eran las velas encendidas con fuego para el
ritual, era inconcebible tal fenómeno, al menos sin oxígeno. Uno de los
astronautas dijo unas palabras en su lengua madre, que los demás no supieron si
fueron rezos o blasfemias, y salió del lugar dando tumbos. Los otros dos
miraban al comandante en socorro, pero, este último, estaba tan pasmado como ellos.
Los esfuerzos del
comandante por comunicarse con la tripulación del Beta 4 resultaron
infructuosos. Aún así, la idea de que alguien podría seguir herido y necesitara
atención médica urgente era suficiente para motivarlo a adentrarse más en La
Nave. Evadiendo el cuerpo sangriento y las vísceras que flotaban por doquier,
el Comandante y sus dos colegas flotaron hasta el final del pasillo principal donde
se bifurcaba en dos módulos, uno a cada lado.
Del lado
izquierdo se encontraba la zona de control y comando de la nave. Del lado
derecho, estaba un módulo con las compuertas cerradas. Las puertas de acceso a
la zona de control flotaban alrededor de ellos, torcidas y con ralladuras que
evidenciaban el uso de herramientas pesadas al momento de arrancarlas de su
lugar. Armándose de valor, el Comandante se impulsó hacia las compuertas
cerradas del módulo derecho. Mientras él tiraba hacia un lado, los otros dos
astronautas que lo acompañaban jalaban hacia el otro. Pero sus intentos fueron
inútiles.
Una ruidosa
transmisión, tan vaga como si llegara de otra galaxia, repentinamente sonaba en
los audífonos de los astronautas como voces electrónicas, a veces sólo zumbidos
apenas audibles. Así como venía, se iba y a los pocos segundos regresaba. El
comandante pensó que había algún problema con el transmisor de su nave y que no
recibían correctamente las señales.
Sin signos de
vida ni éxito en su intención de abrir las compuertas, emprendieron su camino
de vuelta a Beta 4. Pero la puerta que conectaba la nave con la estación
espacial no respondía. Por más que El comandante presionaba los botones, nada
sucedía. Uno de los astronautas, un astrofísico de renombre, se asomaba por una
rendija de observación. Pero por más que buscaba la tierra o la luna o alguna
constelación conocida, ninguno de los astros que lo rodeaban le eran familiares,
de hecho, extrañas formaciones de energía y colores de tamaños inimaginables se
desplazaban a velocidades que desafiaban toda lógica allá afuera.
Tras voltear
hacia atrás, El comandante notó al astrofísico en la ventana. Su mirada estaba
perdida a través de esa rendija y agitaba repetidas veces su cabeza en señal de
negativa, sus manos estaban trabadas en un movimiento que cambiaba de decisión
a cada momento, como si se fuera a rascar, pero decidiera arreglar sus lentes y
luego recordara que le era imposible con el traje puesto, entonces quería
quitarse los guantes, pero no podía quedarse sin oxígeno, entonces pensaba en
rascar su cabeza, pero tampoco podía y así seguía sin parar.
El otro
astronauta se hallaba de espaldas al comandante. Su columna se curveaba en una
joroba, su cabeza estaba tan baja que su casco apenas sobresalía de esta joroba,
sus brazos caían casi hasta que sus guantes tocaran el suelo, pero no lo
hacían, tampoco sus botas. Flotaba tan despacio que apenas parecía que se
movía.
Ninguno de sus
dos subalternos respondía, fue entonces, cuando El comandante pudo entender la
voz. La señal que llegaba a sus oídos empezaba a clarificarse. De entre la
interferencia y los datos corrompidos surgían: “Ta… los… ma… ta… los… mátalos…”.
Entonces, todo su cuerpo se convulsionó. Apretaba los dientes, como si algo se
moviera dentro de sí y lo lastimara ligeramente en su interior, no era un dolor
insoportable, pero nada podía hacer para calmarlo.
Los ojos del
comandante estaban en la nave, pero su mente caminaba en un ambiente aún más
hostil. Sus pies se sumergían en roca fundida, que era tan transparente y
ligera que fluía como el agua en un río y de este río surgían vapores tóxicos
que lo enervaban. Apenas consciente y sin poder dar un paso, una criatura
demoníaca voló hacia él. Sólo poseía un ojo gigante y sus garras eran tan
gruesas como la rama de un árbol. Pero el comandante sumergió su mano en el río
de roca fundida hasta sacar una piedra sólida.
Con su puño bien apretado, tomó esta roca y arremetió contra la
criatura. Alcanzó a pegarle justo en el pico, y esta salió disparada. Luego,
otro ser parecido lo miraba. Sólo que este tenía muchas patas peludas como las
de una araña y ojos por todo su cuerpo.
La criatura
peluda lo observaba con todos sus ojos, era claro que apuntaban hacia él pues
seguían hasta el mínimo movimiento. Entonces, de entre los ojos surgió una
apertura que se fue abriendo horizontalmente primero, hasta abarcar todo el
ancho del ser demoniaco y luego verticalmente, revelando varias hileras de
dientes como de un tiburón. Del centro de esta boca, un agujero oscuro, se
deslizaba un pedazo de carne similar a una lengua pero tan gruesa como el brazo
de una persona y se fue estirando hasta estar lo suficientemente cerca del
comandante como para notar que en la punta poseía una especie de mano humana.
El astronauta
no reaccionaba, su cerebro estaba demolido intentando procesar la información
que estaba recibiendo, pero la mano se aferró a su cuello desnudo y comenzó a
apretarlo. El comandante se asfixiaba, sentía esa mano húmeda y pálida
enrollarse en su cuello y privarlo poco a poco del aire que tanto necesitaba.
La lengua tentáculo que lo sujetaba no permitía que se agachara para buscar
otra piedra para usar como arma.
Su visión se
desvanecía, junto con la alucinación demoniaca. Y en sus últimos segundos de
lucidez, vio el cuerpo de uno de sus hombres flotando frente a él y sangre que
salía de su cabeza se esparcía por toda la nave como si un globo lleno de esta
sustancia hubiera estallado. Junto a él, su otro colega extendía su brazo hasta
alcanzarlo, su mano atravesaba su traje y sujetaba el cuello del comandante. Su
colega se había quitado el casco y su cuerpo estaba inmóvil, frío y desprovisto
de vida. Aún así, el rigor mortis le imposibilitaba relajar la mano para dejar
pasar el oxígeno al cerebro del comandante, matándolo a los pocos minutos de
que perdiera definitivamente la consciencia.
FIN
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