Era
un día soleado en Cuidad Beta, una de las metrópolis más grandes de La Tierra.
Los rascacielos se elevaban como islas en un mar vacío que era el cielo. Dentro
de estos edificios, las televisiones se encontraban prendidas, recibiendo todo
tipo de señales. En el departamento 240 del piso 22 de uno de estas
construcciones, un experto en mecánica veía el noticiero local. Los escándalos
políticos cubrían la hora completa del programa. Su vecino, un profesor del
departamento 241, sintonizaba la repetición de un viejo programa de comedia.
Tan antiguo que su moderna televisión tenía problemas para transmitirlo con el
formato original.
En
las salas de espera del hospital Beta7 un programa de concursos distraía a los
parientes de los pacientes que esperaban impacientes. En el Estadio Ballena
Azul, se proyectaba en una pantalla descomunal una grabación de lo que pasaba
en el campo, pero la calidad superior del video hacía que los espectadores prefirieran
observar el dispositivo eléctrico más que a los propios jugadores. Un hombre se
bañaba con la puerta abierta en su departamento de soltero para poder ver la
televisión de su sala, donde un presentador del clima aseguraba los pronósticos
indicaban que ese día no llovería o habría poca probabilidad de
precipitaciones.
Pero
no todos tenían su vista clavada en la caja idiota. Algunos ciudadanos
encontraron un último espacio de esparcimiento en el techo de sus edificios,
tras la conquista de estos últimos del suelo, en las alturas podrían ver el
paisaje, y no sólo muros de concreto, disfrutar del clima, diferenciar del día
y la noche, pues, bajo los edificios, las calles estaban iluminadas por el
poder de la electricidad, creando un día eterno. Desde floricultores que
plantaban coloridos jardines llenos de vida sobre la cima de los edificios más
grises y estériles, hasta amantes y amigos y cualquiera que hubiera descubierto
el secreto de las azoteas que hallara la forma de subir.
Uno
de estos jardineros salió con su regadora en mano, llena de agua, listo para
hidratar su cosecha. Pero al subir, notó que todo estaba mojado y húmedo. No
había más que una nube negra y densa, pero solitaria, en todo el cielo, pero
aún así había llovido. La vida de este señor pasó entera frente a sus ojos, al
instante en que su cuerpo caía al suelo, fulminado por un rayo. El estruendo
casi rompe los vidrios de las ventanas, pero su tronido se sumergió entre el
complicado sistema de calles que dividían a los rascacielos, creando en el
suelo un aullido como el de un huracán.
La
luz que provocó este rayo fue vista desde un edificio cercano, por un grupo de
amigos que disfrutaban de un picnic a la luz del sol. Habían llevado una mesa,
sillas, comida, refrescos, botanas e incluso conectaron una antena para poder
escuchar la narración de un partido de su equipo favorito. La radio que
transmitía el evento deportivo explotó en mil pedazos. Algunos fragmentos se
clavaron como balas en los cuerpos de quienes estaban en su camino, pero, a
pesar de eso, la electricidad fue a cada uno de sus cuerpos como si ellos
fueran las antenas, dividiéndose como un río.
Entonces,
al suelo cayeron los rugidos como ráfagas que arrancaban los periódicos de las
manos y derribaban a más de una mujer con tacones altos. Desde esa distancia, y
con tanta distorsión por los edificios, era imposible adivinar que el sonido
que escuchaban se trataba de un fenómeno meteorológico. Además que los
ciudadanos estaban acostumbrados a los fuertes soplidos del viento de vez en
vez. Pero en la ciudad no había árboles que derribar ni postes. Cada edificio
iluminaba el exterior con su propia luz y las calles no necesitaban de
alumbrado público.
La
humedad que se sentía arriba era casi como la de una neblina que cubría todo,
pero invisible, sólo podía olerse el agua en el aire y la estática como una
energía que irradiaba en ese instante. Esto dificultaba el trabajo de unos
astrónomos aficionados, que intentaban capturar fotografías del sol con un
equipo sofisticado. Los lentes de estos artefactos se empañaban con el leve
rocío del viento. Hasta que otro rayo arrasó con la vida en esa azotea. Una vez
más, abajo resonó como trompetas de guerra, sin que perturbara a nadie más que
por el instante de distracción.
Una
nube negra solitaria se desplazaba lentamente sobre la ciudad y, donde su
sombra tapara al sol, dejaba muerte a su paso. Cruzó hasta posarse sobre otro
edificio, donde se habían colocado sillas para que la gente pueda platicar,
descansar o leer un libro. Entonces, como una metralla, salieron relámpagos de
la nube que golpeaban el suelo más rápido que una bala, a veces dejando un hueco
en el concreto o una mancha negra. Las chispas salían de los ojos y la boca de
las personas que eran impactadas antes de caer moribundos, con quemaduras
incurables.
El
siguiente edificio sobre el que voló la nube densa fue asediado con rayos que
parecían misiles dirigidos y no hubo ningún sobreviviente. En menos de cinco
minutos, esa nube ya había cobrado la vida de cien personas. Pasó sobre el
techo de otro rascacielos y los relámpagos iluminaron toda su superficie,
afortunadamente ningún ser se hallaba en ese lugar en ese instante. Sin
embargo, la nube fue atraída hacia el siguiente rascacielos como un clavo de
hierro a un imán. Pues tenía una antena
como ninguna otra.
La
sede principal de la cadena de televisión de la ciudad también era el cuartel
general de comunicaciones de las empresas que proveían televisión de paga. En
el techo, una antena destacaba por sobre el paisaje, que en realidad era una
estructura que servía para colocar antenas de varios tipos, las cuales, una
tras una, eran golpeadas por la nube que descargaba su ira eléctrica contra
ellas. Entonces, las televisiones en todos los edificios dejaron de sintonizar
los canales de los cuales dependían esas antenas. Esto causó la ira de la
población afectada.
Algunos
vecinos tenían diferentes compañías proveedoras de cable, por lo que en la
misma región unos podrían estar contentos y otros furibundos. En salas de
hospitales, cuarteles de la policía, oficinas de gobierno, escuelas, estadios,
departamentos y en cualquier lugar que hubiera una tele que no transmitiera despertaba
un enojo y provocaba una reacción inmediata.
La
nube se disipó tras acabar con la torre encima de la estación de TV. A los
muertos por los rayos se apuntaron decenas que fallecieron tras enfrentamientos
en las calles de la policía contra los quejosos de su televisión. Y nunca más
en ciudad Beta u en otro lago se llegó a registrar algo como lo que se vivió
ese día, jamás en otra parte del mundo se volvió a manifestar en el clima tal
anomalía.
FIN
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