jueves, 12 de junio de 2014

307 – La Boa.





               
                Las afueras de Ciudad Beta eran sitios interesantes. Cualquier ciudad estaría rodeada por algún desierto, bosque, montañas, playas y demás ecosistemas. Pero Beta estaba rodeada de marginación, los puntos más oscuros, donde la pobreza y la ignorancia reinaban por sobre todo, donde el salvajismo se arrastraba en las sombras para robar aquellos desechos que cayeran de la civilización. Algunos puntos más oscuros que otros.
A veces las afueras de ciudad Beta, durante el tiempo que duraban antes de ser convertidas en rascacielos,  parecían pueblos antiguos, como espacios temporales de quienes esperaban vivir en un edificio gris, utilizando una mezcla de técnicas rústicas con herramientas modernas. Era en estos espacios donde las tradiciones más antiguas, que ya no tenían cabida en la metrópolis, aún se preservaban. Era sitio de superstición y mito, donde existía la magia y la imaginación inocente.
Era en uno de estos suburbios, en un lote baldío que debía ser un parque pero servía de tiradero de basura, que un espectáculo cada vez más insólito tenía lugar: Una feria. Iluminada por los miles de focos de los juegos mecánicos cuyos motores rechinaban como si el fin del mundo estuviera cerca, el piso se cubría parcialmente por cables de corriente sobre los que la gente caminaba. Había puestos de comida y botanas, de algodón de azúcar y papas fritas. Donde vendedores ambulantes cargaban globos con figuras de los personajes animados que estuvieron de moda años atrás.
Las atracciones no hacían falta en esta fiesta. Desde la clásica casa de los espantos con dibujos de películas de terror de bajo presupuesto, “Betty” la vaca de tres cabezas y seis patas, el hombre lagarto, hasta la mujer barbuda, “La Boa”, el increíble señor Skaransky quien aseguraba cargar una tonelada de peso y el Mago “Octopodus”. También había carritos chocones, carruseles, una montaña rusa pequeña cuyos vagones tenía la forma de un gusano y una diversidad de otros juegos mecánicos donde las personas terminaban completamente mareados al final.
Un par de horas antes del anochecer, el mago presentaría uno de los shows que más impactaban al público. No sólo haría sus regulares trucos, sino que además presentaría a “La Boa” quien haría su aterrador acto. Alrededor de veinticinco personas observaban de pie al mago quien hacía maromas con una varita “mágica” y mientras lo hacía, pañuelos de colores surgían de la punta de este. Después determinar su acto, se quitó su sombrero para reverenciar al público y una paloma salió volando de este, no sin dejar una desagradable sorpresa en el cabello de Octopodus, quien usó su sombrero para tapar rápidamente las heces del ave.
—¡FINALMENTE, SEÑORAS Y SEÑORES!— Gritaba con todas las fuerzas que podía, tanto que algunos espectadores dieron un paso hacia atrás —¡Ha llegado la hora del gran espectáculo de esta noche! ¡Les presentaré la magnífica, insaciable, el pozo sin fondo, la puerta hacia el más allá, el portal a otro mundo, la barriga de acero, la mujer más gorda del mundo… con ustedes…! ¡¡LA BOA!!— El público asombrado miraba expectante que algo sucediera. Entonces, un vagón con cuatro ruedas surgió de la oscuridad, empujado por el poderoso Skaransky, y sobre este vehículo de madera, reposaba el cuerpo de La Boa.
Completamente desparramado, de su cuerpo grumoso salían sus cuatro extremidades que agitaba hacia los lados. Vestía ropa que había sido diseñada para elefantes del circo, pero a ella le quedaban a la perfección. Su miraba estaba perdida, su boca era norme, como la de un sapo y de ella escurría saliva a borbotones que chorreaban en su ropa hacia una gran mancha amarillenta. —¡Les advierto, si sus corazones son sensibles al horror, es mejor no mirar, porque sólo los más osados soportan una visión tan grotesca como la que están a punto de presenciar!— decía Octopodus batiendo los brazos en el aire.
Su capa negra volaba por el aire conforme iba de un lado a otro del escenario, incitando al público a acercarse, pero advirtiendo de la perversidad del acto de carnalidad absoluta que tendría lugar a continuación. Tras generar suficiente expectativa, y al notar que nadie más se acercaba a la carpa del show, a pesar de que había comenzado a lloviznar recientemente, Octopodus se acercó a una mujer del público, que sostenía un bebé con una manta azul. Le susurró rápidamente algo al oído y después le preguntó, dirigiéndose al público más que a ella —¡Señora! ¿Qué edad tiene su bebé?— a lo que ella contestó —Apenas cumplirá seis meses—.
El mago repetía lo que ella decía, pero gritando —¡6 meses, damas y caballeros!— y regresaba a la señora con quien hablaba —¿Cómo se llama el pequeño o pequeña?— y ella respondió — María, es una niña— y Octopodus gritaba al público —¡Una niña, damas y caballeros, es una niña y su nombre es MARÍA!— Entonces cargó a la bebé en sus brazos, casi arrebatándoselo a su madre, y se dirigió nuevamente hacia ella — Calculo que debe pesar como unos ocho kilos ¿Me equivoco?— y tímidamente asintió con la cabeza. —¡Ya la oyeron, señoras y señores, un bebé de 8 kilos!— subió al escenario cargando a la bebé y se aproximó a La Boa.  —¡A continuación, La Boa, la mujer más grande del mundo, tragará vivo a este bebé!— Al instante, la gente quedó estupefacta, algunos se ofendieron con la sola idea. Un caballero vomitó segundos después, posiblemente después de imaginar el espectáculo mortuorio.
La señora, a la que se le arrebató a la bebé, estaba atónita, no decía palabra alguna, pero en sus ojos se percibía el terror, la duda y las desconfianza. Fue entonces cuando los gordos dedos de La Boa alcanzaron a la pequeña María y se la llevó directo a su boca, sin titubear. Todo el cuerpo de la pequeña entró en esa bocaza mientras la gente escuchaba los llantos descontrolados de la infante, ahogados por las capas de grasa y piel del cuerpo de La boa.
Los gritos de la bebé sonaron cada momento más desesperados, hasta que se apagaron por completo. Entonces, la señora comenzó a gritar a todo pulmón —¡MI HIJA, MI HIJA! ¡QUÉ LE HAN HECHO A MI HIJA!— y la furia de los espectadores se hizo sentir por sus abucheos, insultos y objetos que arrojaban hacia el mago que hacía todo lo posible por evitar los más contundentes, pues le era imposible evadir toda la basura que llegaba hacia el escenario.
—¡Señoras y señores! ¡Damas y caballeros!— y al decir estas palabras, todo se oscureció, exceptuando un reflector que iluminaba a Octopodus —¡Con ustedes… María!— y otro reflector se prendió, que iluminaba un costado sombrío de la carpa y la luz reveló al poderoso Skaransky y en sus brazos sostenía a un bebé con una manta idéntica a la de la señora. De inmediato, ella se acercó corriendo a mirarla, y durante el trayecto nadie respiró, entonces, cargó al bebé en sus brazos y dijo —¡Es ella, es María, es mi hija!— y el público estalló el aplausos y alabanzas, chiflidos y ahora, en vez de tomates podridos, algunas flores llegaron hacia las manos del mago quien no podía evitar esbozar una sonrisa en su rostro anciano y decadente. Como si sintiera satisfacción, pero no completamente.
La ovación terminó y el puñado de gente salió agitada por el susto, pero relajados por la sorpresa de ver a la señora con el bebé y de tener en mente que era un truco de magia brillante. La Boa respiraba pesadamente, trataba de decir algo, de decirle algo al mago. Este la azotó levemente con su varita de plástico, sin dejar de sonreír tontamente a las últimas personas que salían de la carpa. Cuando el último  de los espectadores salió, La Boa volvió a gruñir.— Mhh… Mhaarghh…!— pero el mago la golpeó con su varita nuevamente, pero esta vez le dio con toda la fuerza que tenía.
Cuando Octopodus golpeó a La Boa con su varita, emitió un espeluznante chillido. —¡Ya, ya, silencio!— le regañó el mago— ¡Skaransky, tráele uno más a la gorda! — A lo que el gigante salió del lugar para perderse en la oscuridad. La gigante se agitaba y gruñía con más entusiasmo — Maah…. Maas..— decía y nadie hubiera entendido qué decía si la escucharan, excepto el mago y Skaransky que sabían a qué se refería.
Skaransky regresó acompañado de la señora que cargaba el bebé durante el espectáculo, pero ahora tenía un niño un poco mayor, casi de un año. Skaransky lo tomó con sus brazos enormes como si fuera una hoja de papel y La Boa abrió su boca tanto como podía. El bebé entró completo y se lo tragó en un segundo. Entonces Skaransky empujó el carrito donde estaba La Boa hasta su jaula y El Mago y la señora se alejaron del lugar y mientras estos caminaban, el mago le preguntó a ella — ¿Y qué pasó con la niña?— a lo que la señora respondió con orgullo —la que atrapamos ayer está más pesada, este lo agarramos apenas hace un rato. Mañana nos movemos y la hay que guardarle algo a la gorda para el viaje—.
Al día siguiente, del lote donde antes se asentaba la feria no quedó nada. Las máquinas trabajaron rápido y debían terminar de construir un rascacielos en ese sitio lo antes posible. La feria se había mudado no a otra ciudad, sino que permanecía en las orillas, que ahora se alejaban un poco más, en las sombras, donde nadie tiene nombre y no se ven rostros. Al otro lado, que era más lejano, incluso, que otros pueblos y ciudades. Al mundo oscuro donde antes se asentó y que ahora la ciudad reclamaba como suyo, para construir monumentos gigantes que ensombrecen los alrededores donde la feria habita.

FIN

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