Las
afueras de Ciudad Beta eran sitios interesantes. Cualquier ciudad estaría
rodeada por algún desierto, bosque, montañas, playas y demás ecosistemas. Pero
Beta estaba rodeada de marginación, los puntos más oscuros, donde la pobreza y
la ignorancia reinaban por sobre todo, donde el salvajismo se arrastraba en las
sombras para robar aquellos desechos que cayeran de la civilización. Algunos
puntos más oscuros que otros.
A veces las
afueras de ciudad Beta, durante el tiempo que duraban antes de ser convertidas
en rascacielos, parecían pueblos
antiguos, como espacios temporales de quienes esperaban vivir en un edificio
gris, utilizando una mezcla de técnicas rústicas con herramientas modernas. Era
en estos espacios donde las tradiciones más antiguas, que ya no tenían cabida
en la metrópolis, aún se preservaban. Era sitio de superstición y mito, donde
existía la magia y la imaginación inocente.
Era en uno de
estos suburbios, en un lote baldío que debía ser un parque pero servía de
tiradero de basura, que un espectáculo cada vez más insólito tenía lugar: Una
feria. Iluminada por los miles de focos de los juegos mecánicos cuyos motores
rechinaban como si el fin del mundo estuviera cerca, el piso se cubría
parcialmente por cables de corriente sobre los que la gente caminaba. Había
puestos de comida y botanas, de algodón de azúcar y papas fritas. Donde
vendedores ambulantes cargaban globos con figuras de los personajes animados
que estuvieron de moda años atrás.
Las
atracciones no hacían falta en esta fiesta. Desde la clásica casa de los
espantos con dibujos de películas de terror de bajo presupuesto, “Betty” la
vaca de tres cabezas y seis patas, el hombre lagarto, hasta la mujer barbuda,
“La Boa”, el increíble señor Skaransky quien aseguraba cargar una tonelada de
peso y el Mago “Octopodus”. También había carritos chocones, carruseles, una
montaña rusa pequeña cuyos vagones tenía la forma de un gusano y una diversidad
de otros juegos mecánicos donde las personas terminaban completamente mareados
al final.
Un par de
horas antes del anochecer, el mago presentaría uno de los shows que más
impactaban al público. No sólo haría sus regulares trucos, sino que además
presentaría a “La Boa” quien haría su aterrador acto. Alrededor de veinticinco
personas observaban de pie al mago quien hacía maromas con una varita “mágica”
y mientras lo hacía, pañuelos de colores surgían de la punta de este. Después
determinar su acto, se quitó su sombrero para reverenciar al público y una
paloma salió volando de este, no sin dejar una desagradable sorpresa en el
cabello de Octopodus, quien usó su sombrero para tapar rápidamente las heces
del ave.
—¡FINALMENTE,
SEÑORAS Y SEÑORES!— Gritaba con todas las fuerzas que podía, tanto que algunos
espectadores dieron un paso hacia atrás —¡Ha llegado la hora del gran
espectáculo de esta noche! ¡Les presentaré la magnífica, insaciable, el pozo
sin fondo, la puerta hacia el más allá, el portal a otro mundo, la barriga de
acero, la mujer más gorda del mundo… con ustedes…! ¡¡LA BOA!!— El público
asombrado miraba expectante que algo sucediera. Entonces, un vagón con cuatro
ruedas surgió de la oscuridad, empujado por el poderoso Skaransky, y sobre este
vehículo de madera, reposaba el cuerpo de La Boa.
Completamente
desparramado, de su cuerpo grumoso salían sus cuatro extremidades que agitaba
hacia los lados. Vestía ropa que había sido diseñada para elefantes del circo,
pero a ella le quedaban a la perfección. Su miraba estaba perdida, su boca era
norme, como la de un sapo y de ella escurría saliva a borbotones que chorreaban
en su ropa hacia una gran mancha amarillenta. —¡Les advierto, si sus corazones
son sensibles al horror, es mejor no mirar, porque sólo los más osados soportan
una visión tan grotesca como la que están a punto de presenciar!— decía
Octopodus batiendo los brazos en el aire.
Su capa negra
volaba por el aire conforme iba de un lado a otro del escenario, incitando al
público a acercarse, pero advirtiendo de la perversidad del acto de carnalidad
absoluta que tendría lugar a continuación. Tras generar suficiente expectativa,
y al notar que nadie más se acercaba a la carpa del show, a pesar de que había
comenzado a lloviznar recientemente, Octopodus se acercó a una mujer del
público, que sostenía un bebé con una manta azul. Le susurró rápidamente algo
al oído y después le preguntó, dirigiéndose al público más que a ella —¡Señora!
¿Qué edad tiene su bebé?— a lo que ella contestó —Apenas cumplirá seis meses—.
El mago
repetía lo que ella decía, pero gritando —¡6 meses, damas y caballeros!— y
regresaba a la señora con quien hablaba —¿Cómo se llama el pequeño o pequeña?—
y ella respondió — María, es una niña— y Octopodus gritaba al público —¡Una
niña, damas y caballeros, es una niña y su nombre es MARÍA!— Entonces cargó a
la bebé en sus brazos, casi arrebatándoselo a su madre, y se dirigió nuevamente
hacia ella — Calculo que debe pesar como unos ocho kilos ¿Me equivoco?— y
tímidamente asintió con la cabeza. —¡Ya la oyeron, señoras y señores, un bebé
de 8 kilos!— subió al escenario cargando a la bebé y se aproximó a La Boa. —¡A continuación, La Boa, la mujer más grande
del mundo, tragará vivo a este bebé!— Al instante, la gente quedó estupefacta,
algunos se ofendieron con la sola idea. Un caballero vomitó segundos después,
posiblemente después de imaginar el espectáculo mortuorio.
La señora, a
la que se le arrebató a la bebé, estaba atónita, no decía palabra alguna, pero
en sus ojos se percibía el terror, la duda y las desconfianza. Fue entonces cuando
los gordos dedos de La Boa alcanzaron a la pequeña María y se la llevó directo
a su boca, sin titubear. Todo el cuerpo de la pequeña entró en esa bocaza
mientras la gente escuchaba los llantos descontrolados de la infante, ahogados
por las capas de grasa y piel del cuerpo de La boa.
Los gritos de
la bebé sonaron cada momento más desesperados, hasta que se apagaron por
completo. Entonces, la señora comenzó a gritar a todo pulmón —¡MI HIJA, MI
HIJA! ¡QUÉ LE HAN HECHO A MI HIJA!— y la furia de los espectadores se hizo
sentir por sus abucheos, insultos y objetos que arrojaban hacia el mago que
hacía todo lo posible por evitar los más contundentes, pues le era imposible
evadir toda la basura que llegaba hacia el escenario.
—¡Señoras y
señores! ¡Damas y caballeros!— y al decir estas palabras, todo se oscureció,
exceptuando un reflector que iluminaba a Octopodus —¡Con ustedes… María!— y
otro reflector se prendió, que iluminaba un costado sombrío de la carpa y la
luz reveló al poderoso Skaransky y en sus brazos sostenía a un bebé con una
manta idéntica a la de la señora. De inmediato, ella se acercó corriendo a
mirarla, y durante el trayecto nadie respiró, entonces, cargó al bebé en sus
brazos y dijo —¡Es ella, es María, es mi hija!— y el público estalló el aplausos
y alabanzas, chiflidos y ahora, en vez de tomates podridos, algunas flores
llegaron hacia las manos del mago quien no podía evitar esbozar una sonrisa en
su rostro anciano y decadente. Como si sintiera satisfacción, pero no
completamente.
La ovación terminó
y el puñado de gente salió agitada por el susto, pero relajados por la sorpresa
de ver a la señora con el bebé y de tener en mente que era un truco de magia
brillante. La Boa respiraba pesadamente, trataba de decir algo, de decirle algo
al mago. Este la azotó levemente con su varita de plástico, sin dejar de
sonreír tontamente a las últimas personas que salían de la carpa. Cuando el
último de los espectadores salió, La Boa
volvió a gruñir.— Mhh… Mhaarghh…!— pero el mago la golpeó con su varita nuevamente,
pero esta vez le dio con toda la fuerza que tenía.
Cuando
Octopodus golpeó a La Boa con su varita, emitió un espeluznante chillido. —¡Ya,
ya, silencio!— le regañó el mago— ¡Skaransky, tráele uno más a la gorda! — A lo
que el gigante salió del lugar para perderse en la oscuridad. La gigante se
agitaba y gruñía con más entusiasmo — Maah…. Maas..— decía y nadie hubiera
entendido qué decía si la escucharan, excepto el mago y Skaransky que sabían a
qué se refería.
Skaransky
regresó acompañado de la señora que cargaba el bebé durante el espectáculo,
pero ahora tenía un niño un poco mayor, casi de un año. Skaransky lo tomó con
sus brazos enormes como si fuera una hoja de papel y La Boa abrió su boca tanto
como podía. El bebé entró completo y se lo tragó en un segundo. Entonces
Skaransky empujó el carrito donde estaba La Boa hasta su jaula y El Mago y la
señora se alejaron del lugar y mientras estos caminaban, el mago le preguntó a
ella — ¿Y qué pasó con la niña?— a lo que la señora respondió con orgullo —la que
atrapamos ayer está más pesada, este lo agarramos apenas hace un rato. Mañana
nos movemos y la hay que guardarle algo a la gorda para el viaje—.
Al día
siguiente, del lote donde antes se asentaba la feria no quedó nada. Las
máquinas trabajaron rápido y debían terminar de construir un rascacielos en ese
sitio lo antes posible. La feria se había mudado no a otra ciudad, sino que permanecía
en las orillas, que ahora se alejaban un poco más, en las sombras, donde nadie
tiene nombre y no se ven rostros. Al otro lado, que era más lejano, incluso,
que otros pueblos y ciudades. Al mundo oscuro donde antes se asentó y que ahora
la ciudad reclamaba como suyo, para construir monumentos gigantes que
ensombrecen los alrededores donde la feria habita.
FIN
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