Era tarde en la noche, mientras ya todos dormían. Edgar caminaba en la escuela con dos compañeros de la escuela y algunos colegas suyos del trabajo alrededor de él. Le parecía extraña la escuela pues lucía como la secundaria donde había estudiado hacía años, no se parecía tanto a su universidad. Trataba de reconocer el lugar y veía los edificios a lo lejos, hasta que algo le llamó la atención, una chica que había conocido tiempo atrás. Veía sus ojos y ella lo miraba a él, sus ojos eran oscuros y proyectaban inmensidad. Cuando Edgar abrió los ojos, eran ya las tres de la mañana y estaba en su departamento, solo. Trataba de recordar lo que estaba soñando pero no podía. Estaba seguro que había soñaba algo, eso ya era un avance, quizá estaba con algún compañero suyo de la escuela o del trabajo, pero más allá de eso había sólo una nube borrosa que opacaba su memoria. Frustrado, se dirigió a la cocina por un aperitivo nocturno.
Al llegar al pasillo, se alertó, como si una alarma se activara y le hubiese dicho ¡Peligro! Escuchó ruidos en su cocina, como si alguien estuviera ahí, husmeando los platos y los cubiertos. Sin prender la luz y tomando coraje, empezó a caminar por el pasillo. ¿Un ladrón o un animal… o quizá… algo más? Tenía miedo de lo que estuviera en cocina, desconocía si podría estar armado o si era peligroso. No recordaba haber dejado la puerta abierta, así que, quien entró, tuvo que recurrir a métodos violentos o sofisticados, no se trataba de un novato. Al acercarse, cuidando de no hacer ruido, midiendo cada movimiento, pudo ver que todas las luces estaban apagadas, excepto por una...
…La puerta del refrigerador estaba abierta e iluminaba la cocina. Edgar se movía tan silencioso como podía, aún con su pijama, hasta la cocina donde había escuchado los sonidos sospechosos. Sus pies descalzos sentían la alfombra suave pero fría y al poco tiempo pudo escuchar el golpear de una botella de vidrio y como un recipiente de cristal era asentado en la mesa de la cocina. Escuchaba un plato que era agarrado de una pila de trastes sucios, luego claramente pudo oír la llave del lavabo abriéndose. La puerta del refrigerador se cerró, pero se volvió a abrir rápidamente. Edgar estaba a unos metros de la cocina, no podía ver nada y temía asomarse. Pero lo que estuviera en la cocina no parecía tener prisa, pues seguía revisando el refrigerador y manipulando los platos como si estuviera solo.
Por un segundo todos ruidos se detuvieron y, en la oscuridad, el corazón de Edgar era lo único que hacía algún sonido pues azotaba su pecho por dentro. Sus ojos se acostumbraron a la oscuridad rápidamente, pero la puerta del refrigerador se abrió otra vez y lo deslumbró, hasta que nuevamente sus ojos se acostumbraron a la luz del refrigerador, los sonidos continuaron y Edgar pudo tomar aire, al fin. Era obvio que había alguien o algo en su cocina y que estaba haciendo uso de ella.
Tan cerca como podía estar sin ser descubierto, Edgar había alcanzado la puerta de la cocina. Se asomó por los espacios entre la madera vieja y pudo ver movimiento. La puerta del refrigerador se volvió a abrir y por un instante le pareció ver una sombra que se reflejaba en la pared de atrás. No sabía si llamar a quien sea que estuviera en la cocina o llamar primero a la policía. Si venía la policía y el ladrón se encontrara acorralado, podría intentar una locura como tomarlo de rehén o vengarze. Quizá ya lo habían detectado y un cómplice estaría en la cocina haciendo ruidos al azar mientras otro delincuente se escondía en alguno de los cuartos. O quizá era un ser extraño que exploraba su cocina en busca de comida o de algo más.
Edgar volteó al pasillo. Miró al fondo hasta que sus ojos se acostumbraron a la falta de luz. Podía moverse con cierta facilidad en la oscuridad, así que se acercó a la puerta más cercana a él, pisando suavemente, tratando de hacer el menor ruido posible, cuidando de que la madera no crujieran al apoyar su peso en un pie con cada paso. Al llegar a la puerta, estiró su brazo y puso la mano en la perilla y la sostuvo un segundo. Tomó aire profundamente y empezó a girarla tan quedamente como le fue posible. Cuando la perilla giró por completo, la puerta no se abrió. Estaba cerrada con seguro y nadie había irrumpido por esa parte. Volvió a respirar, mientras seguía escuchando movimiento en su cocina y regresó la perilla a su lugar.
A un par de pasos atrás de Edgar se encontraba la puerta del estudio. Algo de vidrio se había golpeado con fuerza en la cocina y después una sartén o una olla había sido estrellada en la estufa, los sonidos eran inconfundibles y seguían. Edgar tragó saliva y miraba la puerta de la cocina, escuchando los ruidos que provenían de ella, sin saber quién o qué los estaba haciendo o qué intenciones tenía. Al girar, la puerta del estudio quedó frente a él y estiró su brazo para abrirla. Puso su mano en la manija, tomó aire y empezó a girarla. La manija giró completamente, pero Edgar no empujó la puerta. Sabía que si la habría, el rechinido de esta llamaría la atención de lo que fuera que estuviese en su cocina. En vez de eso, suspiró y regresó la manija a su lugar, girando su mano en sentido inverso tan lento como pudo.
La puerta del estudio estaba abierta, podría llamar por teléfono a la policía y refugiarse ahí o regresar hasta su cuarto y encerrase, pero en realidad no sabía contra qué se enfrentaba o cuántos eran. Quedaban dos puertas más antes de llegar a su alcoba, las revisaría para ver si su visitante incómodo había traído compañía. En la cocina, seguía sonando la llave del lavabo que se abría y se cerraba, luego unos platos chocaban y un vaso era llenado con el contenido de una botella que había sido destapada y dejó salir gas a presión al abrirse. Alguien jalaba el cajón de los cubiertos y tomaba uno o varios, luego cerraba el cajón de vuelta y al cerrarse de golpe todos los cubiertos sonaron al unísono. Siendo tal la sinfonía de esa noche, caminó hacia las otras dos puertas, un almacén y la habitación de huéspedes. Dio cinco pasos pausados, cuidando de no llamar la atención de lo que sea que estuviera en su cocina, hasta que llegó a la puerta del almacén.
Miró hacia la cocina, que estaba sumida en la oscuridad hasta que la luz de la puerta del refrigerador se coló por los espacios entre la madera vieja al abrirse. Puso su mano en la perilla de la puerta pero cuando trató de girarla esta no se movió. Hizo fuerza un par de veces, pero la puerta no se abría. Tenía llave y llevaba cerrada todo el tiempo, la puerta del cuarto de huéspedes estaba atrás de él. Debería estar cerrada, si estaba abierta significa que alguien ya había estado ahí sin su consentimiento. Se acercó a la puerta y la miró fijamente. Trataba de escuchar cualquier sonido detrás de ella, en el cuarto de huéspedes, pero los ruidos de la cocina lo distraían y sobresalían de todo lo demás. Edgar comenzaba a enojarse, quería gritarle a lo que sea que estuviese en su cocina que se callara, pero sin saber qué era, sólo podía escuchar y esperar. Estiró su brazo, con cierta frustración, y sujetó la perilla. Tomó aire y empezó a girarla hasta que giró por completo. La puerta estaba abierta.
Edgar empezó a temer lo peor, quizá en esa habitación se escondía el cómplice de su visita inesperada o por esa puerta había entrado y, por lo tanto, saldría por ahí en cualquier momento. Hubo unos segundos de silencio, temía que el rechinido de la puerta al abrirse llamara la atención, así que, decidido, fue abriendo la puerta tan lento como pudo y, efectivamente, la puerta rechinó al abrirse, pero Edgar la abrió tan despacio que el rechinido apenas y pudo ser escuchado. Al abrirse, lo primero que vio fue un movimiento brusco cerca de la ventana, una sombra que desapareció al instante. Una brisa de aire frío entró por la ventana y la sombra apareció de nuevo, entonces Edgar supo que la ventana estaba abierta.
Ahora sabía por dónde había entrado su visita incómoda. Edgar no sería tan descuidado como para dejar una ventana y una puerta abiertas. Quién sea que estuviese en la cocina utilizó instrumentos sofisticados, pues ni el cerrojo de la puerta o el seguro de la ventana estaban forzados, habían sido abiertos con maestría. Se enfrentaba a un profesional, alguien que sabía lo que estaba haciendo, seguramente no era la primera vez que lo hacía y por lo tanto tenía la ventaja. Completamente equipado para la situación contra Edgar que aún sentía la alfombra fría en sus pies descalzos, alguien que, contando con las herramientas adecuadas y la experiencia para usarlas, experiencia que sólo se alcanza con la práctica, había llegado hasta su cocina. La situación era cada vez más alarmante.
Edgar ya no prestaba atención a los ruidos de la cocina, se habían vuelto parte del ambiente, pero notó cuando el sonido paró. Espero, quieto en la oscuridad, escuchando lo más profundamente que podía, con sus pies helándose, tratando de adentrarse en la noche tanto como sus oídos le permitían, pero no escuchaba ya nada y esa nada era peor que cualquier otro sonido que hubiera escuchado antes. Cuidando cada paso y cada movimiento, con sus ojos tan abiertos como le era posible, sudando y enfriándose por el viento helado que entraba por la ventana abierta y sintiendo que su corazón se salía, retumbando en su pecho y haciendo un eco que podía sentir en las puntas de sus dedos. Giró hacia la puerta abierta del cuarto de huéspedes, donde se encontraba él y pudo ver que había una luz intensa proviniendo de la cocina, como si toda la sala y el comedor estuvieran iluminados. Además de que se colaba por el pasillo un extraño olor. Parecía una mezcla de líquidos para lavar pisos, platos y demás, con cebolla y muchas otras cosas que Edgar no reconocía.
Sin saber qué hacer, se quedó en la oscuridad un rato, esperando a que algo pasara, algún indicio de si debía correr, esconderse, pelear o esperar la muerte. Pero nada pasó. Tampoco hubo otro sonido. Sólo la luz que entraba a la habitación de huéspedes por la puerta y la mezcla extraña de olores que comenzaban a causarle náuseas a Edgar. Esto le causaba un malestar mayor, combinado con la ansiedad que sentía, su estómago se retorcía y no aguantaba más. Dio unos pasos en la alfombra fría y llegó hasta la puerta del cuarto de huéspedes. Hizo un esfuerzo por escuchar algo, pero no pudo oir nada, su corazón comenzó a latir a mil por segundo, avanzó hasta la cocina y abrió la puerta.
Como si fuera una explosión, Edgar quedó ciego al instante de abrir la puerta de la cocina, pues la luz de la sala y el comedor estaban prendidas y lo deslumbraron, después de tanto tiempo en una oscuridad casi perpetua. Hacía un esfuerzo por ver cualquier cosa fuera de lo normal, pero una gran mancha oscura aparecía frente a él. Sus ojos aún no se reponían y veía borroso, alcanzaba a notar detalles poco a poco, como la mesa del comedor y alguno muebles, pero tardó un rato en darse cuenta que todo estaba en su lugar y todo estaba en perfecto orden.
Nada parecía roto, no había un plato u olla sucios, el bote de basura se encontraba limpio y vacío. Siguió el rastro de olor que llegaba hasta el comedor y vio que una jarra vieja de cristal se encontraba sobre la mesa, llena hasta la mitad con un líquido oscuro y espeso que era imposible saber de qué se trataba. Junto a esta, un ostentoso platón y unos cubiertos de plata con grabados dorados. Parado junto a la mesa, se encontraba un ser de color morado oscuro, con ojos grandes y varias extremidades como tentáculos delgados y largos que salían de un costado y que se abalanzaron sobre Edgar al verlo.
El ser puso a Edgar sobre el platón y le arrancó la ropa de un jalón con varios de sus tentáculos, mientras que de otros lo sostenía de los brazos, los pies y otro más tapaba su boca. Edgar estaba completamente inmovilizado y el ser comenzó a tomar los cubiertos para cortar primero la carne de Edgar y luego abrir su estómago. Edgar se retorcía de dolor hasta que sintió un líquido denso quemándole por dentro. El ser estaba vaciando el contenido del jarrón en su cuerpo y después de que los ácidos hicieron efecto, sacó de entre los tentáculos una especie de hocico con el cual absorbió lo que escurría del cuerpo muerto de Edgar, hasta que se acabó su contenido y sólo quedó una capa de piel y huesos seca sobre el platón. Él tomó los restos y los puso en una bolsa que sacó de una maleta metálica. Luego roció un polvo por todas partes y después un spray, haciendo desaparecer los restos de Edgar que escurrieron fuera del platón. Guardó los cubiertos y todo lo demás en el maletín metálico, arregló la sala tal como hizo con la cocina y salió por la ventana del cuarto de huéspedes, para no regresar jamás.
FIN
Al llegar al pasillo, se alertó, como si una alarma se activara y le hubiese dicho ¡Peligro! Escuchó ruidos en su cocina, como si alguien estuviera ahí, husmeando los platos y los cubiertos. Sin prender la luz y tomando coraje, empezó a caminar por el pasillo. ¿Un ladrón o un animal… o quizá… algo más? Tenía miedo de lo que estuviera en cocina, desconocía si podría estar armado o si era peligroso. No recordaba haber dejado la puerta abierta, así que, quien entró, tuvo que recurrir a métodos violentos o sofisticados, no se trataba de un novato. Al acercarse, cuidando de no hacer ruido, midiendo cada movimiento, pudo ver que todas las luces estaban apagadas, excepto por una...
…La puerta del refrigerador estaba abierta e iluminaba la cocina. Edgar se movía tan silencioso como podía, aún con su pijama, hasta la cocina donde había escuchado los sonidos sospechosos. Sus pies descalzos sentían la alfombra suave pero fría y al poco tiempo pudo escuchar el golpear de una botella de vidrio y como un recipiente de cristal era asentado en la mesa de la cocina. Escuchaba un plato que era agarrado de una pila de trastes sucios, luego claramente pudo oír la llave del lavabo abriéndose. La puerta del refrigerador se cerró, pero se volvió a abrir rápidamente. Edgar estaba a unos metros de la cocina, no podía ver nada y temía asomarse. Pero lo que estuviera en la cocina no parecía tener prisa, pues seguía revisando el refrigerador y manipulando los platos como si estuviera solo.
Por un segundo todos ruidos se detuvieron y, en la oscuridad, el corazón de Edgar era lo único que hacía algún sonido pues azotaba su pecho por dentro. Sus ojos se acostumbraron a la oscuridad rápidamente, pero la puerta del refrigerador se abrió otra vez y lo deslumbró, hasta que nuevamente sus ojos se acostumbraron a la luz del refrigerador, los sonidos continuaron y Edgar pudo tomar aire, al fin. Era obvio que había alguien o algo en su cocina y que estaba haciendo uso de ella.
Tan cerca como podía estar sin ser descubierto, Edgar había alcanzado la puerta de la cocina. Se asomó por los espacios entre la madera vieja y pudo ver movimiento. La puerta del refrigerador se volvió a abrir y por un instante le pareció ver una sombra que se reflejaba en la pared de atrás. No sabía si llamar a quien sea que estuviera en la cocina o llamar primero a la policía. Si venía la policía y el ladrón se encontrara acorralado, podría intentar una locura como tomarlo de rehén o vengarze. Quizá ya lo habían detectado y un cómplice estaría en la cocina haciendo ruidos al azar mientras otro delincuente se escondía en alguno de los cuartos. O quizá era un ser extraño que exploraba su cocina en busca de comida o de algo más.
Edgar volteó al pasillo. Miró al fondo hasta que sus ojos se acostumbraron a la falta de luz. Podía moverse con cierta facilidad en la oscuridad, así que se acercó a la puerta más cercana a él, pisando suavemente, tratando de hacer el menor ruido posible, cuidando de que la madera no crujieran al apoyar su peso en un pie con cada paso. Al llegar a la puerta, estiró su brazo y puso la mano en la perilla y la sostuvo un segundo. Tomó aire profundamente y empezó a girarla tan quedamente como le fue posible. Cuando la perilla giró por completo, la puerta no se abrió. Estaba cerrada con seguro y nadie había irrumpido por esa parte. Volvió a respirar, mientras seguía escuchando movimiento en su cocina y regresó la perilla a su lugar.
A un par de pasos atrás de Edgar se encontraba la puerta del estudio. Algo de vidrio se había golpeado con fuerza en la cocina y después una sartén o una olla había sido estrellada en la estufa, los sonidos eran inconfundibles y seguían. Edgar tragó saliva y miraba la puerta de la cocina, escuchando los ruidos que provenían de ella, sin saber quién o qué los estaba haciendo o qué intenciones tenía. Al girar, la puerta del estudio quedó frente a él y estiró su brazo para abrirla. Puso su mano en la manija, tomó aire y empezó a girarla. La manija giró completamente, pero Edgar no empujó la puerta. Sabía que si la habría, el rechinido de esta llamaría la atención de lo que fuera que estuviese en su cocina. En vez de eso, suspiró y regresó la manija a su lugar, girando su mano en sentido inverso tan lento como pudo.
La puerta del estudio estaba abierta, podría llamar por teléfono a la policía y refugiarse ahí o regresar hasta su cuarto y encerrase, pero en realidad no sabía contra qué se enfrentaba o cuántos eran. Quedaban dos puertas más antes de llegar a su alcoba, las revisaría para ver si su visitante incómodo había traído compañía. En la cocina, seguía sonando la llave del lavabo que se abría y se cerraba, luego unos platos chocaban y un vaso era llenado con el contenido de una botella que había sido destapada y dejó salir gas a presión al abrirse. Alguien jalaba el cajón de los cubiertos y tomaba uno o varios, luego cerraba el cajón de vuelta y al cerrarse de golpe todos los cubiertos sonaron al unísono. Siendo tal la sinfonía de esa noche, caminó hacia las otras dos puertas, un almacén y la habitación de huéspedes. Dio cinco pasos pausados, cuidando de no llamar la atención de lo que sea que estuviera en su cocina, hasta que llegó a la puerta del almacén.
Miró hacia la cocina, que estaba sumida en la oscuridad hasta que la luz de la puerta del refrigerador se coló por los espacios entre la madera vieja al abrirse. Puso su mano en la perilla de la puerta pero cuando trató de girarla esta no se movió. Hizo fuerza un par de veces, pero la puerta no se abría. Tenía llave y llevaba cerrada todo el tiempo, la puerta del cuarto de huéspedes estaba atrás de él. Debería estar cerrada, si estaba abierta significa que alguien ya había estado ahí sin su consentimiento. Se acercó a la puerta y la miró fijamente. Trataba de escuchar cualquier sonido detrás de ella, en el cuarto de huéspedes, pero los ruidos de la cocina lo distraían y sobresalían de todo lo demás. Edgar comenzaba a enojarse, quería gritarle a lo que sea que estuviese en su cocina que se callara, pero sin saber qué era, sólo podía escuchar y esperar. Estiró su brazo, con cierta frustración, y sujetó la perilla. Tomó aire y empezó a girarla hasta que giró por completo. La puerta estaba abierta.
Edgar empezó a temer lo peor, quizá en esa habitación se escondía el cómplice de su visita inesperada o por esa puerta había entrado y, por lo tanto, saldría por ahí en cualquier momento. Hubo unos segundos de silencio, temía que el rechinido de la puerta al abrirse llamara la atención, así que, decidido, fue abriendo la puerta tan lento como pudo y, efectivamente, la puerta rechinó al abrirse, pero Edgar la abrió tan despacio que el rechinido apenas y pudo ser escuchado. Al abrirse, lo primero que vio fue un movimiento brusco cerca de la ventana, una sombra que desapareció al instante. Una brisa de aire frío entró por la ventana y la sombra apareció de nuevo, entonces Edgar supo que la ventana estaba abierta.
Ahora sabía por dónde había entrado su visita incómoda. Edgar no sería tan descuidado como para dejar una ventana y una puerta abiertas. Quién sea que estuviese en la cocina utilizó instrumentos sofisticados, pues ni el cerrojo de la puerta o el seguro de la ventana estaban forzados, habían sido abiertos con maestría. Se enfrentaba a un profesional, alguien que sabía lo que estaba haciendo, seguramente no era la primera vez que lo hacía y por lo tanto tenía la ventaja. Completamente equipado para la situación contra Edgar que aún sentía la alfombra fría en sus pies descalzos, alguien que, contando con las herramientas adecuadas y la experiencia para usarlas, experiencia que sólo se alcanza con la práctica, había llegado hasta su cocina. La situación era cada vez más alarmante.
Edgar ya no prestaba atención a los ruidos de la cocina, se habían vuelto parte del ambiente, pero notó cuando el sonido paró. Espero, quieto en la oscuridad, escuchando lo más profundamente que podía, con sus pies helándose, tratando de adentrarse en la noche tanto como sus oídos le permitían, pero no escuchaba ya nada y esa nada era peor que cualquier otro sonido que hubiera escuchado antes. Cuidando cada paso y cada movimiento, con sus ojos tan abiertos como le era posible, sudando y enfriándose por el viento helado que entraba por la ventana abierta y sintiendo que su corazón se salía, retumbando en su pecho y haciendo un eco que podía sentir en las puntas de sus dedos. Giró hacia la puerta abierta del cuarto de huéspedes, donde se encontraba él y pudo ver que había una luz intensa proviniendo de la cocina, como si toda la sala y el comedor estuvieran iluminados. Además de que se colaba por el pasillo un extraño olor. Parecía una mezcla de líquidos para lavar pisos, platos y demás, con cebolla y muchas otras cosas que Edgar no reconocía.
Sin saber qué hacer, se quedó en la oscuridad un rato, esperando a que algo pasara, algún indicio de si debía correr, esconderse, pelear o esperar la muerte. Pero nada pasó. Tampoco hubo otro sonido. Sólo la luz que entraba a la habitación de huéspedes por la puerta y la mezcla extraña de olores que comenzaban a causarle náuseas a Edgar. Esto le causaba un malestar mayor, combinado con la ansiedad que sentía, su estómago se retorcía y no aguantaba más. Dio unos pasos en la alfombra fría y llegó hasta la puerta del cuarto de huéspedes. Hizo un esfuerzo por escuchar algo, pero no pudo oir nada, su corazón comenzó a latir a mil por segundo, avanzó hasta la cocina y abrió la puerta.
Como si fuera una explosión, Edgar quedó ciego al instante de abrir la puerta de la cocina, pues la luz de la sala y el comedor estaban prendidas y lo deslumbraron, después de tanto tiempo en una oscuridad casi perpetua. Hacía un esfuerzo por ver cualquier cosa fuera de lo normal, pero una gran mancha oscura aparecía frente a él. Sus ojos aún no se reponían y veía borroso, alcanzaba a notar detalles poco a poco, como la mesa del comedor y alguno muebles, pero tardó un rato en darse cuenta que todo estaba en su lugar y todo estaba en perfecto orden.
Nada parecía roto, no había un plato u olla sucios, el bote de basura se encontraba limpio y vacío. Siguió el rastro de olor que llegaba hasta el comedor y vio que una jarra vieja de cristal se encontraba sobre la mesa, llena hasta la mitad con un líquido oscuro y espeso que era imposible saber de qué se trataba. Junto a esta, un ostentoso platón y unos cubiertos de plata con grabados dorados. Parado junto a la mesa, se encontraba un ser de color morado oscuro, con ojos grandes y varias extremidades como tentáculos delgados y largos que salían de un costado y que se abalanzaron sobre Edgar al verlo.
El ser puso a Edgar sobre el platón y le arrancó la ropa de un jalón con varios de sus tentáculos, mientras que de otros lo sostenía de los brazos, los pies y otro más tapaba su boca. Edgar estaba completamente inmovilizado y el ser comenzó a tomar los cubiertos para cortar primero la carne de Edgar y luego abrir su estómago. Edgar se retorcía de dolor hasta que sintió un líquido denso quemándole por dentro. El ser estaba vaciando el contenido del jarrón en su cuerpo y después de que los ácidos hicieron efecto, sacó de entre los tentáculos una especie de hocico con el cual absorbió lo que escurría del cuerpo muerto de Edgar, hasta que se acabó su contenido y sólo quedó una capa de piel y huesos seca sobre el platón. Él tomó los restos y los puso en una bolsa que sacó de una maleta metálica. Luego roció un polvo por todas partes y después un spray, haciendo desaparecer los restos de Edgar que escurrieron fuera del platón. Guardó los cubiertos y todo lo demás en el maletín metálico, arregló la sala tal como hizo con la cocina y salió por la ventana del cuarto de huéspedes, para no regresar jamás.
FIN