Eran ya las tres de la mañana, todo el día estuvo lloviendo y la noche era fría y húmeda cuando desperté de una horrible pesadilla. Mi corazón latía acelerado y mi respiración era pesada, sudaba pero no tenía calor, era el inconfundible sudor frío producto del miedo. Ya ni recuerdo qué estaba soñando…
Me dirigí a la ventana para fumar un cigarro, pero en la cajetilla ya sólo quedaba uno —No duraré toda la noche con sólo uno—. Prendí mi último cigarro y observé la lluvia que arreciaba y se calmaba por ratos. La luna llena iluminaba las calles y se reflejaba en cada charco como un hechizo plateado. El cielo estaba lleno de estrellas y por la ventana se deslizaba un aroma espectral…
Cuando el último pedazo de ceniza cayó al suelo, supe que tenía que comprar más. Había una farmacia aquí cerca que más de una noche había sido mi salvación. Dicho esto, me vestí, tomé una sombrilla, mi cartera y salí de mi departamento. No había despertado del todo, la somnolencia era algo frecuente en mi vida cotidiana.
Bajé las escaleras más recordando mi sueño que estando consciente de los escalones. El frío no servía para despertarme, me hacía sentir como en esa pesadilla, era algo muy incómodo. Cuando abrí los ojos estaba ya en la calle y caminaba a la farmacia.
No tenía prisa y mi paso era lento, el paraguas me protegía de la lluvia que no dejaba de caer, pero mis pies se mojaban con los charcos de la calle y tenía que esquivarlos con todo y la somnolencia. Las calles estaban vacías, sólo unos cuantos carros estacionados, y el único sonido era el de la lluvia. Un carro muy antiguo llamó mi atención, pues parecía sacado de otra época.
Al final de la calle pude ver la farmacia y fue un alivio, parecía la única luz encendida alrededor, la mayoría de los edificios eran comerciales y no dejaban prendidas sus luces por la noche. Caminé con más confianza a través de la lluvia, saltando los charcos que encontraba en mi camino y cayendo de vez en vez en uno y al dar la vuelta en el último local pude ver la farmacia y en la puerta el letrero de “cerrado”.
Mi corazón se detuvo un instante, jamás me había fallado esta farmacia y ahora parecía que todo conspiraba en mi contra. El dilema de regresar con el fracaso entre las manos era tan intolerable como el pasar la noche a base de café, sin nicotina. No podía esperar hasta la mañana, porque ni si quiera sabía qué hora era.
Permanecí un rato frente a la puerta, mi silueta reflejaba una figura extraña en la noche, con el paraguas iluminado y mi cuerpo oscurecido, más parecido a un fantasma que a un ser humano y más aterrador.
La lluvia seguía cayendo, no tenía intenciones de parar y la llegada del sol se veía lejana, no podía quedarme ahí para siempre. Además, pensándolo bien, tal vez encuentre una tienda, aquellas que abren las 24 horas, en algún lado de la calle, si seguía caminando…
Decidí continuar por la avenida, la tienda más cercana que recuerdo estaba ahí, dos tiendas no pueden estar cerradas la misma noche. Pero conforme seguía caminando, el recorrido parecía hacerse más largo—¿Cuánto tiempo llevo en la calle?— Me preguntaba a mí mismo. Extrañamente, no reconocía los edificios, ni sabía dónde estaba. Pero todo tenía un aire de nostalgia, como si ya hubiera estado en ese lugar, alguna vez o muchas veces, sólo no los recordaba.
No sabía dónde estaba ahora, definitivamente me encontraba en un lugar desconocido para mí, todo a mi alrededor parecía extraño, me angustiaba estar lejos de mi ciudad y el miedo comenzó a invadirme, la desesperación de haberme perdido por un barrio extraño, sin saber cuánto había caminado o hacia dónde me dirigía.
Maldecía a la lluvia, que me atormentaba, dificultaba mi camino, y al sol que no salía. El frío comenzaba a llegarme hasta los huesos y poco a poco fui cayendo en desesperanza. Ya no recordaba porque estaba fuera, sólo pensaba en que tenía que encontrar un lugar seguro y seco, donde pueda descansar de las pesadillas, un lugar alejado de mis peores miedos. Ahora creo que ese lugar no existe ni existirá…
Al llegar a un cruce, me pareció escuchar el correr de alguien por la lluvia, pero sólo alcancé a ver una sombra girar en la esquina y luego los pasos pesados se alejaron hasta perderse con la lluvia. Pudo ser alguien que pasó corriendo, buscando refugio del frío y el agua, pero no vi bien. Ya no tenía sentido caminar o tratar de reconocer algo, estaba completamente perdid..
Mirando a mí alrededor, buscaba alguna pista reconocible, algo que me indicara dónde podría estar o cómo llegar a mi departamento. No podía creer cuan familiar se me hacía todo, pero era incapaz de recordarlo, como si fuera un castigo que estuviera pagando por un pecado cometido. De repente, al pensar en mi hogar, ninguna imagen venía a mi mente. Al tratar de acordarme de mis amigos o mi familia o quién era yo, era como mirar en un baúl vacío o adentrarse a un abismo sin fondo. Mis recuerdos, incluso mis propias creencias se habían desvanecido. Como si hubiera nacido en ese momento y estuviera en un completo desamparo.
A unos metros de mí escuché una voz extraña, no entendía que decía, pero podía escucharla cada vez más próxima. Desconozco si era yo quien se acercaba o la calle se estrechaba bajo mis pies, mas al llegar a la esquina pude escuchar con claridad que no era una voz, sino dos, hablando un idioma desconocido. Era la voz de dos hombres, hablando calmadamente, tal vez demasiado despacio, como midiendo sus palabras, cuidando la cortesía, pero sin ser sumisos uno del otro, retadores y controlados. No podía dar la vuelta y aparecer así nada más, no sabía de dónde venían ni qué querían. Tal vez sólo estaba siendo paranoico, pero su voz me causaba malestar y una sensación de desconfianza. En mis adentros pensaba que debía alejarme de ahí lo más rápido y discretamente posible.
Pero no había a donde huir, no había a quién pedir auxilio. La noche estaba sumida en una penumbra intensa y la única luz visible era de los charcos que reflejaban las estrellas, como espejos a un mundo que no veré jamás. No había salvación para un destino tan sombrío ni un momento de quietud, todo era preocupación ahora.
No supe cuándo desaparecieron las voces, pero no volví a oírlas jamás y nunca supe que idioma hablaban o si era alguno de este mundo. Confiando en mis sentidos, escuchando atentamente por cualquier movimiento, buscando un ruido diferente a las gotas de agua estrellándose contra todas las cosas, algo más humano o tal vez otra cosa. Y en la noche, pude escuchar una respiración densa, como un suspiro pesado o el último aliento de un cuerpo sin vida.
Al final de la calle pude alertar una silueta humanoide, deforme y ennegrecida, parada en la calle inmóvil. Su rostro estaba lleno de misterio, pero su cabeza apuntaba hacia mí. Su cuerpo parecía estar cubierto de un manto grueso, un saco de piel de ñú o de llama y sus piernas estaban deformes. Su cuerpo se estremeció con el siguiente suspiro, que sonó más como un rugido, inhumano. Hizo un movimiento esporádico, sin sentido, y siguió parado en la lluvia, viéndome. Llenándome de terrores que jamás había sentido. Mi corazón comenzó a agitarse con todas sus fuerzas, al ver sus manos desfiguradas, como garras. Su respiración hacía eco en mi cabeza y me perturbaba por dentro.
La figura comenzó a acercarse con un paso firme, a través de la noche. Gruñía y emanaba un ruido extraño, definitivamente no era de este mundo. Su grito era como el de muchas bestias diferentes, reunidas todas en un solo rugido infernal y su silueta era como la de un demonio negro, que se apoderaba de mi alma conforme invadía cada rincón de mi ser.
Corrí de regreso entre las sombras y el frío hasta que mi paso se vio frustrado al encontrarme en un callejón, metáfora de mi vida, sin salida. El respirar de la criatura resonaba a mis espaldas, temía voltear, mi cuerpo estaba paralizado, mis ojos tan cerrados como pude y mis esperanzas enterradas en un panteón.
No había a donde escapar, no había donde correr, sólo se podía esperar la muerte, a manos de una bestia deforme, perversa de sangre y corrompida por el odio de la maldad. La luna y las estrellas no podían salvarme, cuando estuvo frente a mí, pues su cuerpo era inmenso y cubría todo. Con un último vistazo pude ver sus colmillos y sus ojos diabólicos, acercándose, para condenarme al infierno…
El techo de mi habitación fue lo primero que vi cuando abrí los ojos, luego, el despertador que marcaba las tres de la mañana. La lluvia mojaba los cristales de la ventana. —No recuerdo que estaba soñando, pero creo que ya no tengo cigarrillos…—.
FIN
Me dirigí a la ventana para fumar un cigarro, pero en la cajetilla ya sólo quedaba uno —No duraré toda la noche con sólo uno—. Prendí mi último cigarro y observé la lluvia que arreciaba y se calmaba por ratos. La luna llena iluminaba las calles y se reflejaba en cada charco como un hechizo plateado. El cielo estaba lleno de estrellas y por la ventana se deslizaba un aroma espectral…
Cuando el último pedazo de ceniza cayó al suelo, supe que tenía que comprar más. Había una farmacia aquí cerca que más de una noche había sido mi salvación. Dicho esto, me vestí, tomé una sombrilla, mi cartera y salí de mi departamento. No había despertado del todo, la somnolencia era algo frecuente en mi vida cotidiana.
Bajé las escaleras más recordando mi sueño que estando consciente de los escalones. El frío no servía para despertarme, me hacía sentir como en esa pesadilla, era algo muy incómodo. Cuando abrí los ojos estaba ya en la calle y caminaba a la farmacia.
No tenía prisa y mi paso era lento, el paraguas me protegía de la lluvia que no dejaba de caer, pero mis pies se mojaban con los charcos de la calle y tenía que esquivarlos con todo y la somnolencia. Las calles estaban vacías, sólo unos cuantos carros estacionados, y el único sonido era el de la lluvia. Un carro muy antiguo llamó mi atención, pues parecía sacado de otra época.
Al final de la calle pude ver la farmacia y fue un alivio, parecía la única luz encendida alrededor, la mayoría de los edificios eran comerciales y no dejaban prendidas sus luces por la noche. Caminé con más confianza a través de la lluvia, saltando los charcos que encontraba en mi camino y cayendo de vez en vez en uno y al dar la vuelta en el último local pude ver la farmacia y en la puerta el letrero de “cerrado”.
Mi corazón se detuvo un instante, jamás me había fallado esta farmacia y ahora parecía que todo conspiraba en mi contra. El dilema de regresar con el fracaso entre las manos era tan intolerable como el pasar la noche a base de café, sin nicotina. No podía esperar hasta la mañana, porque ni si quiera sabía qué hora era.
Permanecí un rato frente a la puerta, mi silueta reflejaba una figura extraña en la noche, con el paraguas iluminado y mi cuerpo oscurecido, más parecido a un fantasma que a un ser humano y más aterrador.
La lluvia seguía cayendo, no tenía intenciones de parar y la llegada del sol se veía lejana, no podía quedarme ahí para siempre. Además, pensándolo bien, tal vez encuentre una tienda, aquellas que abren las 24 horas, en algún lado de la calle, si seguía caminando…
Decidí continuar por la avenida, la tienda más cercana que recuerdo estaba ahí, dos tiendas no pueden estar cerradas la misma noche. Pero conforme seguía caminando, el recorrido parecía hacerse más largo—¿Cuánto tiempo llevo en la calle?— Me preguntaba a mí mismo. Extrañamente, no reconocía los edificios, ni sabía dónde estaba. Pero todo tenía un aire de nostalgia, como si ya hubiera estado en ese lugar, alguna vez o muchas veces, sólo no los recordaba.
No sabía dónde estaba ahora, definitivamente me encontraba en un lugar desconocido para mí, todo a mi alrededor parecía extraño, me angustiaba estar lejos de mi ciudad y el miedo comenzó a invadirme, la desesperación de haberme perdido por un barrio extraño, sin saber cuánto había caminado o hacia dónde me dirigía.
Maldecía a la lluvia, que me atormentaba, dificultaba mi camino, y al sol que no salía. El frío comenzaba a llegarme hasta los huesos y poco a poco fui cayendo en desesperanza. Ya no recordaba porque estaba fuera, sólo pensaba en que tenía que encontrar un lugar seguro y seco, donde pueda descansar de las pesadillas, un lugar alejado de mis peores miedos. Ahora creo que ese lugar no existe ni existirá…
Al llegar a un cruce, me pareció escuchar el correr de alguien por la lluvia, pero sólo alcancé a ver una sombra girar en la esquina y luego los pasos pesados se alejaron hasta perderse con la lluvia. Pudo ser alguien que pasó corriendo, buscando refugio del frío y el agua, pero no vi bien. Ya no tenía sentido caminar o tratar de reconocer algo, estaba completamente perdid..
Mirando a mí alrededor, buscaba alguna pista reconocible, algo que me indicara dónde podría estar o cómo llegar a mi departamento. No podía creer cuan familiar se me hacía todo, pero era incapaz de recordarlo, como si fuera un castigo que estuviera pagando por un pecado cometido. De repente, al pensar en mi hogar, ninguna imagen venía a mi mente. Al tratar de acordarme de mis amigos o mi familia o quién era yo, era como mirar en un baúl vacío o adentrarse a un abismo sin fondo. Mis recuerdos, incluso mis propias creencias se habían desvanecido. Como si hubiera nacido en ese momento y estuviera en un completo desamparo.
A unos metros de mí escuché una voz extraña, no entendía que decía, pero podía escucharla cada vez más próxima. Desconozco si era yo quien se acercaba o la calle se estrechaba bajo mis pies, mas al llegar a la esquina pude escuchar con claridad que no era una voz, sino dos, hablando un idioma desconocido. Era la voz de dos hombres, hablando calmadamente, tal vez demasiado despacio, como midiendo sus palabras, cuidando la cortesía, pero sin ser sumisos uno del otro, retadores y controlados. No podía dar la vuelta y aparecer así nada más, no sabía de dónde venían ni qué querían. Tal vez sólo estaba siendo paranoico, pero su voz me causaba malestar y una sensación de desconfianza. En mis adentros pensaba que debía alejarme de ahí lo más rápido y discretamente posible.
Pero no había a donde huir, no había a quién pedir auxilio. La noche estaba sumida en una penumbra intensa y la única luz visible era de los charcos que reflejaban las estrellas, como espejos a un mundo que no veré jamás. No había salvación para un destino tan sombrío ni un momento de quietud, todo era preocupación ahora.
No supe cuándo desaparecieron las voces, pero no volví a oírlas jamás y nunca supe que idioma hablaban o si era alguno de este mundo. Confiando en mis sentidos, escuchando atentamente por cualquier movimiento, buscando un ruido diferente a las gotas de agua estrellándose contra todas las cosas, algo más humano o tal vez otra cosa. Y en la noche, pude escuchar una respiración densa, como un suspiro pesado o el último aliento de un cuerpo sin vida.
Al final de la calle pude alertar una silueta humanoide, deforme y ennegrecida, parada en la calle inmóvil. Su rostro estaba lleno de misterio, pero su cabeza apuntaba hacia mí. Su cuerpo parecía estar cubierto de un manto grueso, un saco de piel de ñú o de llama y sus piernas estaban deformes. Su cuerpo se estremeció con el siguiente suspiro, que sonó más como un rugido, inhumano. Hizo un movimiento esporádico, sin sentido, y siguió parado en la lluvia, viéndome. Llenándome de terrores que jamás había sentido. Mi corazón comenzó a agitarse con todas sus fuerzas, al ver sus manos desfiguradas, como garras. Su respiración hacía eco en mi cabeza y me perturbaba por dentro.
La figura comenzó a acercarse con un paso firme, a través de la noche. Gruñía y emanaba un ruido extraño, definitivamente no era de este mundo. Su grito era como el de muchas bestias diferentes, reunidas todas en un solo rugido infernal y su silueta era como la de un demonio negro, que se apoderaba de mi alma conforme invadía cada rincón de mi ser.
Corrí de regreso entre las sombras y el frío hasta que mi paso se vio frustrado al encontrarme en un callejón, metáfora de mi vida, sin salida. El respirar de la criatura resonaba a mis espaldas, temía voltear, mi cuerpo estaba paralizado, mis ojos tan cerrados como pude y mis esperanzas enterradas en un panteón.
No había a donde escapar, no había donde correr, sólo se podía esperar la muerte, a manos de una bestia deforme, perversa de sangre y corrompida por el odio de la maldad. La luna y las estrellas no podían salvarme, cuando estuvo frente a mí, pues su cuerpo era inmenso y cubría todo. Con un último vistazo pude ver sus colmillos y sus ojos diabólicos, acercándose, para condenarme al infierno…
El techo de mi habitación fue lo primero que vi cuando abrí los ojos, luego, el despertador que marcaba las tres de la mañana. La lluvia mojaba los cristales de la ventana. —No recuerdo que estaba soñando, pero creo que ya no tengo cigarrillos…—.
FIN
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