viernes, 3 de diciembre de 2010

El acosador

El viento soplaba por las calles de la ciudad conforme las luces de las casas se apagaban tras la caída de la noche. La tranquila zona residencial, atraía a los seres de las tinieblas por su quietud, en búsqueda de oportunidades, aprovechándose de la confianza y pasividad de aquellos que duermen. Hurgan en cada rincón, robando comida, rompiendo cables, acechando y reptando por nuestros objetos más apreciados. El alumbrado público amarillo ilumina partes de la calle y deja entrar algo de su luz a las casas y la luz que no entra por la ventana, forma siluetas monstruosas en los cuartos de los niños.

Nancy se tapaba con la colcha de su cama en su cuarto de paredes rosadas que estaba ensombrecido por la noche. La colcha era gruesa y la ocultaba por completo, pero su miedo no se iba. Juraba haber visto a alguien en su ventana y que ese alguien la observaba. Ella estaba completamente paralizada por el horror, temía que ese alguien pudiera entrar de por la ventana abierta y no sabía qué intenciones podía tener. La brisa y el sereno hablaban. Susurraban con frialdad a los árboles y éstos respondían agitando sus ramas y sus hojas, haciendo un sonido como el de la lluvia. Afuera de la ventana, Nancy escuchaba una respiración densa y pesada, mecanizada, que iba y venía, que Inhalaba y exhalaba, lentamente, como con pesadez o dificultad. Como el último aliento de un hombre agonizando por la vejez, como alguien que había fumado demasiados cigarrillos o como un loco.

Las cortinas no permitían ver el exterior, pero con cada ráfaga del exterior éstas revoloteaban por la habitación de Nancy, mientras que ella se aterrorizaba y se volvía a esconder en la colcha, en la aparente seguridad de su cama. Estaba cansada, pero su corazón no le permitía dormir, martilleaba fuertemente con cada arremetida del viento, quería dormir, quería descansar, pero no podía. Las cortinas se extendían como garras y rozaban la colcha, siseando en su idioma noctámbulo, aterrorizando más a la pobre Nancy. La respiración nunca se iba, pero Nancy tenía mucho miedo de voltear ver.

El frío bajó hasta las calles desde la caída del sol y empezó a invadir cada habitación de la casa, hasta conquistar por completo aquello que sucumbiera bajo su amparo. El cuarto de Nancy parecía congelarse ante el arremeter de la ventisca. Sus piernas temblaban más que el resto de su cuerpo, pues sentía los pies helados y comenzaban a entumirse. El poco calor que quedaba bajo esa colcha era insuficiente y la pijama de unicornios de Nancy era delgada y suave, como su cabello amarillo, más preparado para los cuidados de princesa que a una noche llena de espantos y angustia.

El tiempo seguía corriendo y Nancy no aguantaba más, el miedo y el frío forzaban la necesidad de salir del refugio sagrado de la cama y adentrarse en la oscuridad de la noche. La puerta del baño no existía en ese mundo oscuro, en su lugar había una sombra negra que cubría toda la pared y varios objetos a su alrededor, como el fondo de una cueva. Pero la puerta y esa pared aparecían de repente, cuando el viento soplaba y elevaba las cortinas, rozando la colcha con sus garras, dejando entrar algo de su luz amarilla. Sentía escalofríos y lágrimas salían de sus ojos en chorros, pero no decía nada. No se atrevía a gritar, sería peor.

La noche anterior había sido similar y la anterior a esa también. Los padres de Nancy despertaban asustados y corrían a su habitación al escuchar los gritos de su hija. Cuando prendían la luz, el cuarto se iluminaba de rosa, los peluches estaban en su lugar, las muñecas también. El cuarto estaba en orden, pero Nancy lloraba y pedía ayuda debajo de su colcha. Pero al levantarla tampoco había nada, la niña aterrorizada no sangraba ni le dolía nada, lloraba de miedo y a duras penas podía explicar qué estaba pasando pues era presa del pánico. Decía que había alguien en su ventana, pero al asomarse su padre no vio nada más que las ramas de los árboles, meciéndose en el exterior.

La primera noche Nancy durmió con sus padres, a salvo de lo que sea que estuviera afuera de su ventana, viéndola y respirando pesadamente. La segunda noche también, pero tuvo que protestarles y rogarles pues ellos pensaban que había sido sólo un sueño y nada más. Sus padres le advirtieron que no debía despertarlos si sólo había tenido una pesadilla, pero ella podía escuchar la respiración de alguien afuera de su ventana. Tenía que ir al baño, pero no podía levantarse, cualquier oscuridad podría ser la puerta a un horror. Debajo de su cama, el closet, cualquier sitio podría ser escondite de los seres de la noche. Tenía que cerrar su ventana si quería sentirse tranquila, tenía que estirar su brazo para jalar la ventana hacia abajo y aislarse de los miedos de la noche, pero la ventana estaba más lejos de lo que parecía.

Nancy se arrastró hasta la orilla de la cama, jalando consigo la colcha y tapándose cuanto pudo. Conforme se acercaba, podía escuchar con más claridad la respiración pesada de afuera y esto la asustaba más. Hacía todo su esfuerzo por alcanzar la ventana, pero sus brazos eran cortos y delgados. Nancy estaba al borde de un abismo y su salvación dependía de una ventana de vidrio y, detrás de esta, una criatura perversa la observaba. Estiraba su brazo y su cuerpo, sujetándose del colchón de la cama, aferrándose a su colcha que insistía en resbalarse de su cuerpo, exponiéndola al mal. Ella era jalada por el piso fuera de su cama y se alejaba de la ventana para volver a intentarlo una y otra vez. Cada vez que lo hacía se acercaba más, pero igual aumentaba el riesgo de caer al precipicio, donde reinaba la oscuridad. Estaba cada vez más y más cerca, su corazón bombeaba a toda potencia y su respiración era más pesada y densa que la que se escuchaba afuera de su ventana. Pero al sentir que se iba a caer, se echó hacia atrás y cayó sobre su cama. No aguantaba más, lo intentaría una última vez.

Nancy era una niña insegura, temerosa, acosada por pesadillas e imágenes borrosas de sufrimiento y dolor, su cuerpo era dominado por la ventisca y la oscuridad. Veía la ventana y podía escuchar una respiración densa y repugnante, como pervertida o loca, que provenía de afuera. Tenía que cerrar la ventana a toda costa para aislarse de los miedos de la noche. Juntando el poco valor que le quedaba, se acercó a la orilla del colchón pero era arrastrada por los horrores bajo la cama de su cuarto. Su corazón se detuvo un segundo cuando dio un último estirón a la ventana. Pudo sentir el vidrio frío y húmedo en su mano cuando sus dedos lo tocaron y resbalaron. Para ella fue un segundo: Su mano se acercó a la ventana lo suficiente para tocar el cristal, pero su cuerpo estaba más afuera de la cama que adentro y los horrores de la noche la arrastraron hasta el fondo.

Por unos instantes, todo lo que Nancy podía escuchar era su corazón latiendo, parecía que en cualquier momento le daría un infarto. Abría lo ojos pero no podía ver nada a su alrededor. Entonces soplaba el viento, levantaba las cortinas que se extendían por el cuarto de Nancy como garras y dejaban entrar la luz amarilla que revelaba por unos instantes las muñecas y los peluches de su cuarto. Luego, la oscuridad regresaba en forma de un negro profundo del cual los ojos no se podían acostumbrar. Entonces, escuchó una respiración que no era la suya. Esta era densa y pesada, como alguien que jadeaba. En ese momento empezó a sentir sudor frío en toda su piel, volteó a su ventana de un golpe y vio la cara de un ser extraño, sin pelo en su cabeza, de ojos grandes y raros, con una boca y nariz que no parecían humanas y, sea lo que sea este ser, la estaba viendo con sus ojos negros y girando su cabeza un poco, sin dejar de ver a la pequeña Nancy.

Nancy entonces gritó con toda su fuerza, una y otra vez, gritaba tanto como podía. Pero esta vez sus padres no entraron corriendo como la noche anterior, Nancy estaba sola en la oscuridad del piso de su cuarto, con la criatura viéndola directamente a los ojos, respirando pesadamente, como si necesitara ayuda mecánica para hacerlo. Nancy gritaba y lloraba, pero nadie venía, la puerta no se abría y su cuarto estaba en completa oscuridad. Una mano gris y arrugada entró por la ventana, con dedo largos y delgados, luego otra mano entró junto a la primera y Nancy sólo podía observar, desde el oscuro suelo de su cuarto, como el ser ponía un pie adentro, luego otro y, en poco tiempo, su cuerpo entero ya estaba parado junto a Nancy, pequeño, haciendo la silueta como de un niño en su alcoba, siempre respirando pesado, siempre mirándola, con movimientos quietos, delicados y su cabeza extraña.

Nancy no gritó más, cerró los ojos tanto como podía y lloraba, se tapaba con sus manos, arrinconada en el suelo de su cuarto y sintió unos dedos largos que tocaban su hombro y bajaban por su espalda. Nancy gritó y lanzó un golpe a ciegas. Cuando abrió los ojos pudo ver sus muñecas, sus peluches, la pintura rosa en la pared de su cuarto y la luz de la mañana que se colaba por una cortina. Al jalar esta última, vio que su ventana estaba cerrada. Con terror, recordaba los sucesos extraños de la noche, miraba sus manos para tratar de entender la realidad, pero su pijama estaba rota y había una mancha de sangre que cubría parte de la cama. Volvió a gritar, ahora con más fuerza que nunca y esta vez sus padres si vinieron y esta vez sus padres sí le creyeron.

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