jueves, 2 de diciembre de 2010

Antenas

¡Psss! — Un siseo se escuchaba en una casa, pasada la tarde — ¡Psss, Psss!— Seguía sonando. En la casa, una joven, llamada Tina, tapaba su nariz y boca con su blusa y su mano, mientras que con la mano izquierda sostenía un insecticida. Tosía un poco, pero seguía disparando el veneno en una esquina de su alcoba. Apuntaba a todas partes pues volteaba la mirada y tenía los ojos cerrados.
La habitación era cálida, las ventanas habían sido abiertas de par en par pero no por el calor de la temporada sino para ventilarlo del gas tóxico que llenaba el cuarto con su fuerte olor sintético. En el piso de esa esquina de la habitación, una cucaracha yacía con sus patas hacia arriba moribunda. Sus antenas se movían y se retorcía de repente. Por un segundo o dos se quedaba inmóvil, pero luego volvía a retorcerse y convulsionarse.

La chica paraba de rociar el insecticida y juntaba todo su valor para mirar el cuerpo inerte de la cucaracha. Hasta que se retorcía en agonía y ella daba un pequeño grito, volteaba a un lado y seguía rociando insecticida por todos lados mientras lloraba silenciosamente.

Pasaron unos segundos y dejó de rociar. Volvió a juntar valor para ver la cucaracha que yacía en el suelo de su cuarto. Se secó las lágrimas con la mano, sus ojos estaban irritados y su corazón acelerado se detuvo un instante al ver el cuerpo que estaba ahí tendido, quieto. Ella podía observar con claridad todas las desagradables partes de la cucaracha. Sus patas asquerosas, su pequeño cuerpo rastrero, las pinzas de su boca y sobretodo, sus antenas, que le provocaban náuseas. El cuerpo de la cucaracha regresó del más allá y volvió a convulsionar sus patas y sus antenas. El siseo del insecticida llenó la habitación, junto con un grito de susto hacia adentro y un leve llanto. Cuando el insecticida dejó de salir de la lata, ella miró a la esquina. La cucaracha ya no se movía. La miró un rato y sus patas le asquearon. Imaginaba todos los lugares horrendos donde esas patas habrían estado. Toda la basura que podrían tener esas pequeñas patas repulsivas y de tan sólo pensar en ellas, podía sentir sus filosas patas enterrándose en su piel, rasguñándola e inyectándole bacterias y enfermedades.

Estaba mareada y tenía nauseas. Parecía que había subido a una montaña rusa, pues sudaba profusamente y su corazón latía tan fuerte que casi se salía de su pecho. Por no respirar el insecticida, aguantaba la respiración tanto como podía y esto le hacía toser más fuerte. Toda su ropa y cabello olían a insecticida y se sentía sucia. Tina prefirió salir de la habitación para darse un baño y cambiarse la ropa.

Cuando giró una manija, el agua empezó a salir de la regadera. Sentía como el agua refrescaba su piel y la hidrataba. La basura tóxica y la contaminación se iban por la coladera pero de repente el agua empezó a sentirse diferente. Las gotas de la regadera empezaban a arder al tacto y un leve vapor empañaba el espejo del baño. Al cerrar la perilla del agua caliente y abrir la del agua fría, la temperatura bajó hasta que su frialdad enchinaba la piel. Tomó el jabón y empezó a hacer espuma al frotarlo con su cuerpo. El jabón estaba perfumado, eso la relajó al punto que desapareció un dolor de cabeza que había cargado desde hacía un día. Tomó un poco de acondicionador con las manos y se lo aplicó en el cabello. Apretaba sus pestañas para que la espuma que escurría de su cabello no le entrara en los ojos.

Se enjuagaba el cabello cuando algo le llamó la atención. Por debajo de la puerta del baño, podía ver un par de antenas que se asomaban. Eran largas, oscuras y se movían en todas las direcciones. Tina abrió los ojos de golpe y el acondicionador le escurrió en la cara, haciendo que sus ojos ardieran y obligándola a cerrarlos de nuevo. Su corazón empezó a latir fuerte y apresuró a enjuagarse la espuma de su cabello y de su cara. Abría los ojos cuando podía y veía las antenas que sobresalían por el espacio debajo de la puerta, moviéndose y amenazando con irrumpir en el baño.

Terminó de quitarse todo el acondicionador del pelo y de la cara, pero su visión era borrosa. Escrutando en la puerta no volvió a ver las antenas. Pero en el suelo había una cucaracha más grande aún que la que había visto antes, parada en la orilla entre la pared y el suelo, a unos centímetros de la puerta. Movía sus antenas como analizando el entorno, seguramente podía sentir el olor del miedo en el aire. Sintiendo cada movimiento, cada gota de agua que azotaba el suelo con sus patas. Avanzó rápidamente por la orilla de la pared hasta esconderse detrás del cesto de ropa sucia.

Tina esperó un rato en la regadera, con su corazón a punto de salirse de su pecho. Lejos de un insecticida, Tina estaba indefensa ante la cucaracha, que podía salir de debajo del cesto en cualquier momento o quizá de otra parte, podría haberse metido en la tubería y salir por la regadera o cualquier hueco de la pared. Tenía que tomar acciones rápido. Miró su toalla colgada en la pared y estiró su brazo para alcanzarlo, ella temblaba en parte porque el agua fría comenzaba a calarle los huesos y además porque el miedo comenzaba a dominarla. Se secó cuanto pudo y luego se envolvió torpemente con la toalla.

Aun escurriendo de agua, caminó resbalándose por el piso del baño, pero alcanzó a sostenerse del toallero. Su toalla se le caía y desde la posición en que se encontraba pudo ver a la cucaracha, que salió corriendo de su escondite y se dirigía hacia Tina, quien dio un salto y un grito al instante. La cucaracha trepó por la pared hasta la puerta y después se perdió en el espacio entre el marco y la pared, apenas visible. Tina buscó en el armario otra toalla, teniendo cuidado de que en la toalla no hubiera un intruso más en su casa, la agitó y vio de arriba abajo sin dejar de echar vistazos a las orillas de la puerta y alrededores. Estaba limpia y la usó para terminar de secarse. Mientras veía la puerta, esperando a que apareciera el insecto, esperando que se fuera. Lo peor era que no sabía si el insecto seguía afuera o si se había ido a otro lado, a su cama o su cocina. Quizá había más cucarachas en otras partes de la casa.

La tensión la estaba matando, se acercó a la puerta lo suficiente para estirar su brazo y al girar la perilla de la puerta y jalarla dio un salto hacia atrás. La puerta se abrió de golpe y rebotó con la pared por lo que se cerró casi por completa. Tina no tuvo tiempo de ver si la cucaracha seguía detrás de la puerta, pero volvió a estirar su brazo y abrió la puerta, esta vez con más sutileza. Vio de arriba abajo la puerta, cada esquina, no había nada. Observó el piso frente a ella, el marco de la puerta, la pared y repasó todo a su alrededor con los ojos sin encontrar rastro alguno de aquellas asquerosas antenas.

El alivio fue inmediato. Terminó de secarse y se cubrió con la toalla haciendo un nudo más firme. Secó su cabello en el lavabo, pero aún miraba la puerta abierta para ver si había algún insecto rastrero. Al terminar de secar su cabello, pasó a su habitación para ponerse su pijama para dormir. Había sido un día extraño y lleno de malos momentos. Necesitaba tiempo para respirar en paz, le urgía después de tanta tensión y angustias.

Al entrar a su habitación lo primero que sintió fue el olor al insecticida. Ya se había disipado un poco, pero el olor era inconfundible. Acercándose, observando por todas partes. Había tantos posibles escondites… El librero, las muñecas empolvadas, el ropero, los peluches en el suelo y habían varios rincones con collares, pulseras y diferentes cosas sin ordenar. Mucho desorden que podría atraer a más insectos y criaturas rastreras. Pero al mirar con detenimiento la esquina de su cuarto, donde había acabado un bote entero de insecticida, el cuerpo de la cucaracha había desaparecido. Más resistente de lo que había pensado, quizá la mala puntería de Tina fue la salvación de la cucaracha.

No la veía por ninguna parte ni la que estaba en su cuarto ni la que encontró en el baño. Pero no tardó mucho en avistar una cucaracha. Del mismo tamaño que la primera, asumió que era la misma pero ahora sin el efecto tóxico del insecticida. Pegada a la pared, agitaba sus alas y las dejaba abierta. Las volvía a agitar como si quisiera volar, pero no lo hacía, se quedaba trepada en la pared y pasaba sus antenas por sus mandíbulas feroces, una y otra vez. Tina no soportó más y se dispuso a salir de la habitación, pero la otra cucaracha ahora había entrado por debajo de la puerta y recorría el piso a toda velocidad. Tina saltó a la cama y, al caer, la cucaracha que estaba en la pared abrió sus alas y comenzó a volar a la otra pared. La cucaracha que estaba en el suelo se había perdido de vista en un parpadeo.

Tina estaba paralizada del miedo. No podía gritar y respiraba tan fuerte que casi se ahoga a sí misma. Sentía náuseas y giraba sus ojos, mirando por todos lados, en búsqueda de la otra cucaracha. La que había volado ahora caminaba por el librero, contaminando todo con sus patas. La otra surgió de un mueble en el piso, con unos peluches y unas muñecas, caminaba sobre un oso de peluche y luego empezaba a subir a la mesa con las joyas y el maquillaje.

Tina observaba paralizada como las cucarachas infectaban toda su habitación con sus patas rastreras y cómo caminaban por todas partes dejando sus gérmenes y residuos de comidas putrefactas del basurero, incluso restos de animales muertos, no podría volver a leer esos libros sucios y asquerosos, no podría volver a abrazar los osos de peluche y seguramente su ropa y todas sus cosas habían sido infectadas por las cucarachas. Así pues, sacó un encendedor de su bolsa y prendió la cortina.

El fuego se extendió en pocos segundos al ropero y, cuando alcanzó las ropas, el calor aumentó en la habitación. En ese momento, un enjambre de cucarachas salió disparado detrás del ropero y algunas chocaron en la cara y el cuerpo de Tina, raspando su piel y algunas atorándose en su ropa, para después escapar por la ventana. Pero tina no fue era tan rápida y el miedo la había paralizado. El fuego la envolvió y entre gritos se retorció en el suelo hasta morir calcinada en un incendio que acabó con ella y con toda su casa.

FIN

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