El sol estaba por salir por detrás de las
montañas, en la ciudad de Vallecalmo. Mientras, en casa de Nova, la madera del pasillo crujía
levemente, tan leve que era apenas perceptible. Un ladrón adulto sería
suficientemente pesado como hacer rechinar la madera y alertar a los padres de
Nova, quienes descansaban plácidamente en su recámara. Pero no Nova, la
pequeña, de apenas 9 años de edad, se escabullía a través de las sombras,
cargando un osito de peluche que era, a su vez, una mochila.
Su cabello güero y lacio era acariciado por la
suave, pero fría, brisa que lograba colarse en su casa, de la cual su única
protección era una pijama tersa y unos calcetines que separaban sus pies del
suelo. Con el sigilo de un felino, se levantó de su cama, tomó su mochila, abrió
la puerta de su cuarto, salió, cerró, se deslizó por el pasillo, pasando justo
frente a la habitación de sus padres, hacia el armario.
Las bisagras hicieron un chirrido, pero Nova se
aseguró de abrir tan lento que el ruido no fuera lo suficientemente alto como
para despertar a sus padres. Como una ardilla, trepó sobre unas cajas que se
encontraban apiladas y, agarrándose de un tubo para ropa, pudo colgarse y llegar
al compartimiento superior con su brazo, el cual metió en la oscuridad para
palpar lo que ahí hubiera.
Las yemas de sus dedos sintieron algo con la
forma de una caja de zapatos. En ese momento, la pila sobre la cual se
encontraba apoyada se tambaleó, pero Nova pudo equilibrarse para no caer al
suelo. Usando un dedo, fue jalando la caja por una orilla, hasta que estuvo al
alcance de su mano y pudo tomarla, para bajar al suelo con pericia.
La oscuridad era la única constante en ese
momento. Pero, utilizando sólo su tacto, Nova sacó de su mochila una lámpara
con la forma de un gato, la cual prendió para observar el contenido de la caja.
Como si se tratara del cofre de un tesoro, una sonrisa se esbozó en su cara.
Apagó la lámpara y guardó la caja en su mochila.
Lo que para ella había sido una eternidad, se
traducía en apenas unos minutos en las manecillas del reloj. Se escurrió
nuevamente a su cuarto, donde una ventana había sido abierta, junto a la pared
con dibujos horríficos. Con su mochila en la espalda, descendió utilizando la
tubería como escalera, hasta que estuvo a pocos metros del suelo, suficiente
para brincar y pisar el pasto acolchado, amortiguando el golpe y el ruido.
Entre los arbustos, cuidadosamente escondido,
se hallaba una bicicleta color rosa, con tiras de colores en ambos lados del
manubrio y una canasta con una flor de plástico pegada en el frente. Nova la
abordó y comenzó su travesía a través del calmado vecindario, en los suburbios,
donde casa tras casa lucían sus jardines con pastos recién cortados y flores
plantadas en jardineras bien cuidadas, con gnomos de jardín, algunas, y
adorables figurillas de animales con ropa, otras. Ningún auto rondaba las
calles, sólo las almas en pena merodeaban bajo esas estrellas.
Contando los números en la puerta de cada uno,
Nova no vacilaba, su temple era aquel de un héroe que debía salvar a una
princesa. Finalmente, al llegar al número 72 de la calle Fresno, detuvo su
bicicleta y, después de descender, la guardó entre unos arbustos, muy similares
a los que crecían en su casa. Saltó una barda de apenas medio metro, que para
ella le pareció un obstáculo. Caminó por el piso de cemento hasta el patio y
por la puerta trasera.
Antes de dar un paso más, sacó la caja de
zapatos de su mochila e hizo las preparaciones acorde a su plan, que venía
ideando semanas atrás. Incluso, había practicado desplazarse a través de la
noche, escalando, abriendo y cerrando puertas para estudiar el ruido que
hacían, nada estaba fuera de control. Cuando estuvo lista, se metió por la
entrada del gato.
La cocina le resultaba extraña, nunca había
estado en ella, sólo conocía la sala y una habitación de esa casa. Además, a
esa hora de la madrugada todo se tornaba de un tono diferente. Tras encontrar
rápido la escalera, subió sin si quiera levantar el polvo. Su corazón se
aceleraba. Su respiración estaba pesada, pero no podía permitir que sus
emociones arruinaran su plan perfecto.
Cuando abrió la última puerta, tuvo frente de
sí a su acosador. El niño que se burlaba de ella en la escuela, aquel que tanto
daño le había hecho con sus insultos y sus ofensas. La luz del sol ya se colaba
por las cortinas y no era necesario sacar su lámpara para apuntar a su objetivo.
El revolver que tenía en su mano había sido cargado con una sola bala. Por
recomendación de un experto, quién nunca sospechó para qué la niña quería tal
información, usó cuatro de sus dedos para jalar el pesado gatillo que hizo
explotar la pólvora, arrojando el arma lejos de Nova y disparando la bala que
perforó el pecho de su acosador, abriendo un agujero en torso, quién había sido
advertido, antes de las vacaciones, que sería la última vez que la molestaba,
pero nunca tomó en serio.
FIN
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