miércoles, 25 de septiembre de 2013

23 – La última vez.





El sol estaba por salir por detrás de las montañas, en la ciudad de Vallecalmo. Mientras, en casa  de Nova, la madera del pasillo crujía levemente, tan leve que era apenas perceptible. Un ladrón adulto sería suficientemente pesado como hacer rechinar la madera y alertar a los padres de Nova, quienes descansaban plácidamente en su recámara. Pero no Nova, la pequeña, de apenas 9 años de edad, se escabullía a través de las sombras, cargando un osito de peluche que era, a su vez, una mochila.
Su cabello güero y lacio era acariciado por la suave, pero fría, brisa que lograba colarse en su casa, de la cual su única protección era una pijama tersa y unos calcetines que separaban sus pies del suelo. Con el sigilo de un felino, se levantó de su cama, tomó su mochila, abrió la puerta de su cuarto, salió, cerró, se deslizó por el pasillo, pasando justo frente a la habitación de sus padres, hacia el armario.
Las bisagras hicieron un chirrido, pero Nova se aseguró de abrir tan lento que el ruido no fuera lo suficientemente alto como para despertar a sus padres. Como una ardilla, trepó sobre unas cajas que se encontraban apiladas y, agarrándose de un tubo para ropa, pudo colgarse y llegar al compartimiento superior con su brazo, el cual metió en la oscuridad para palpar lo que ahí hubiera.
Las yemas de sus dedos sintieron algo con la forma de una caja de zapatos. En ese momento, la pila sobre la cual se encontraba apoyada se tambaleó, pero Nova pudo equilibrarse para no caer al suelo. Usando un dedo, fue jalando la caja por una orilla, hasta que estuvo al alcance de su mano y pudo tomarla, para bajar al suelo con pericia.
La oscuridad era la única constante en ese momento. Pero, utilizando sólo su tacto, Nova sacó de su mochila una lámpara con la forma de un gato, la cual prendió para observar el contenido de la caja. Como si se tratara del cofre de un tesoro, una sonrisa se esbozó en su cara. Apagó la lámpara y guardó la caja en su mochila.
Lo que para ella había sido una eternidad, se traducía en apenas unos minutos en las manecillas del reloj. Se escurrió nuevamente a su cuarto, donde una ventana había sido abierta, junto a la pared con dibujos horríficos. Con su mochila en la espalda, descendió utilizando la tubería como escalera, hasta que estuvo a pocos metros del suelo, suficiente para brincar y pisar el pasto acolchado, amortiguando el golpe y el ruido.
Entre los arbustos, cuidadosamente escondido, se hallaba una bicicleta color rosa, con tiras de colores en ambos lados del manubrio y una canasta con una flor de plástico pegada en el frente. Nova la abordó y comenzó su travesía a través del calmado vecindario, en los suburbios, donde casa tras casa lucían sus jardines con pastos recién cortados y flores plantadas en jardineras bien cuidadas, con gnomos de jardín, algunas, y adorables figurillas de animales con ropa, otras. Ningún auto rondaba las calles, sólo las almas en pena merodeaban bajo esas estrellas.
Contando los números en la puerta de cada uno, Nova no vacilaba, su temple era aquel de un héroe que debía salvar a una princesa. Finalmente, al llegar al número 72 de la calle Fresno, detuvo su bicicleta y, después de descender, la guardó entre unos arbustos, muy similares a los que crecían en su casa. Saltó una barda de apenas medio metro, que para ella le pareció un obstáculo. Caminó por el piso de cemento hasta el patio y por la puerta trasera.
Antes de dar un paso más, sacó la caja de zapatos de su mochila e hizo las preparaciones acorde a su plan, que venía ideando semanas atrás. Incluso, había practicado desplazarse a través de la noche, escalando, abriendo y cerrando puertas para estudiar el ruido que hacían, nada estaba fuera de control. Cuando estuvo lista, se metió por la entrada del gato.
La cocina le resultaba extraña, nunca había estado en ella, sólo conocía la sala y una habitación de esa casa. Además, a esa hora de la madrugada todo se tornaba de un tono diferente. Tras encontrar rápido la escalera, subió sin si quiera levantar el polvo. Su corazón se aceleraba. Su respiración estaba pesada, pero no podía permitir que sus emociones arruinaran su plan perfecto.
Cuando abrió la última puerta, tuvo frente de sí a su acosador. El niño que se burlaba de ella en la escuela, aquel que tanto daño le había hecho con sus insultos y sus ofensas. La luz del sol ya se colaba por las cortinas y no era necesario sacar su lámpara para apuntar a su objetivo. El revolver que tenía en su mano había sido cargado con una sola bala. Por recomendación de un experto, quién nunca sospechó para qué la niña quería tal información, usó cuatro de sus dedos para jalar el pesado gatillo que hizo explotar la pólvora, arrojando el arma lejos de Nova y disparando la bala que perforó el pecho de su acosador, abriendo un agujero en torso, quién había sido advertido, antes de las vacaciones, que sería la última vez que la molestaba, pero nunca tomó en serio.


FIN

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