lunes, 23 de septiembre de 2013

22 - Parásitos.


                  El sol se ocultaba detrás del horizonte. El pueblo de Vallecalmo estaba alborotado como un hormiguero, pues la gente salía de sus trabajos y las calles se llenaban de vehículos que dirigían a las personas a sus casas. Entre trenes, camiones, monorrieles, taxis y demás, el suelo vibraba de la conmoción y algunos podían sentir esta resonancia en el las suelas de sus zapatos.

                Sin embargo, en el cielo, todo este movimiento no afectaba. Las estrellas se iban prendiendo como las luces de los edificios, al caer la noche, y se desplazaban a su propio ritmo, tal como han hecho por milenios, con la calma de quién vivirá por toda la eternidad. Sin embargo, del espacio y a través de la atmósfera, otros objetos invisibles entran todo el tiempo a la tierra. Invisibles, pues su tamaño es tan pequeño que parecen insignificantes, sin ser transparentes, simplemente pasan desapercibidos, ya sea por suerte o evolución.

                Cuando la noche cayó, todos aquellos que podían disfrutar de una cena caliente en su hogar, se encontraban sentados en su mesa saboreando el aroma que llegaba a sus narices. Matt, sin embargo, escuchaba las noticias desde una vieja radio de baterías, mientras comía una insípida sopa instantánea, sobre el techo del edificio de departamentos donde vivía. Su habitación no tenía sala ni cocina. Sólo una cortina separaba su cama del baño. En una pared existía una ventana, de un metro de alto, por la cual apenas pasaba el aire, pues estaba separada por unos centímetros de un muro de ladrillos, perteneciente al edificio contiguo que era una fábrica.

                Matt prefería cenar en el techo, particularmente las noches después de llover, cuando el aire se refrescaba y limpiaba del smog. Escuchaba las noticias en su radio, pero la interferencia producía ruido que distorsionaba el sonido de forma que por veces era imposible entender lo que se decía. Pero era su único entretenimiento, aparte de mirar en el cielo.

                Arriba de él, mucho más arriba, una espora blanca y microscópica se adentraba en la tierra. Imperceptible, tan ligera que flotaría en la más tenue atmósfera, pero que se deslizaba a través del aire como si no existiera arriba o abajo. Acercándose a la tierra, cambiando de dirección cuando los vientos la empujaban, propulsándose por fuerzas invisibles, acelerando a gran velocidad para luego detenerse y volver a cambiar su trayectoria. Atraída por la luz, esta espora tenía grabado en sus genes el impulso de buscar vida inteligente capaz de crear tecnología eléctrica y de ondas de radio.

Al flotar sobre los edificios, el ruido de una radio guió a la espora hacia donde estaba matt. Para la espora, el calor de su cuerpo en la fría noche era como el brillo de magma ardiente en una cueva oscura. En seguida, la sopa caliente que sostenía en sus manos fue como un imán que atrajo a la espora directa en el caldo. Justo a tiempo para ser ingerida por Matt quien la tragó sin si quiera notar su presencia. Y este último, al dar el último sorbo en su taza, la arrojó por la orilla del techo hacia el basurero de la calle y le dio un vistazo final al cielo. Se habría quedado otra hora más ahí, pero, tras unos minutos, su estómago comenzó a rugir. Y con los ruidos vino una molestia leve. Lo cual tomó como señal que era hora de descansar para el día siguiente.

Ya en su cama, cubierto por la única sábana que tenía, sus tripas se retorcían, su panza estaba inflada y no dejaba de expulsar gases. Comenzaba a sudar y sentía calor, pero estaba acostumbrado a esto por la falta de ventilación. Se levantó al baño dando traspiés, sujetándose de la pared y, después de bajarse sus pantalones y su trusa, se sentó en la taza del baño, esperando que pudiera sacar aquello que le ocasionaba malestar. Pero, tras varios minutos, su voluntad no tenía éxito y comenzaba a sentir que algo dentro de él se movía. Como si tuviera mariposas en el estómago. Y notaba su panza que había crecido aún más. A su cerebro venían imágenes de constelaciones y galaxias que jamás había visto y escupía saliva por boca.

Sus brazos flaqueaban, luchaba por sostenerse sentado, sobre la taza del baño, pero por su garganta algo subía. Sin poder contenerlo, vomitó sobre el piso de su baño, manchando a su alrededor. Y de los restos embarrados por el piso, cientos de gusanos blancos, tan pequeños como una semilla de alpiste, se retorcían descontroladas. Sin entender lo que estaba pasando, volvió a vomitar y más de estos gusanos salieron de su interior. Esto continuó así, hasta que cayó inconsciente en el piso, para morir minutos después. Los gusanos, al sentir el aire en su piel, se endurecían y una capa oscura los cubrió por completo.

El cuerpo de Matt yacía en el suelo. Aún después de muerto, los gusanos conseguían abrirse paso a través de su cuerpo para alcanzar la superficie. Algunos sólo tuvieron que arrastrarse a través de su garganta, otros se aventuraron a cruzar los intestinos y los últimos, más desesperados, debieron perforar la piel para descubrir el aire.

En el tiempo que les tomó a estos últimos gusanos sentir el aire, aquellos que salieron primero y  habían sido cubiertos por una capa dura y negra, ya estaban cambiando de nuevo. Del caparazón duro surgieron seres alados, como polillas, del tamaño de una mosca. Estos seres, poseían el impulso de alejarse de cualquier planeta con vida inteligente capaz de generar electricidad y ondas de radio. Por lo que volaron por la ventana y subieron la atmósfera de la tierra, como propulsados por fuerzas invisibles, a veces acelerando y evadiendo corrientes de aire. Para perderse entre las estrellas de la galaxia.



FIN

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