Las nevadas aún no
comenzaban, sin embargo, los vientos que azotaban la ciudad de vez en vez,
traían consigo el frio y el hielo. A este punto, la gente de Vallecalmo
prefería sólo salir cuando fuera necesario. De no serlo, preferían quedarse en
la calidez de sus casas a descansar y ver la televisión en el sofá, mientras
esperaban a que se calentaran sus sopas o comidas.
En Vallecalmo, la
mayoría de las casas solía tener chimenea. Sin embargo, con el crecimiento de
los edificios departamentales, ahora las personas dependían de sistemas de
calefacción más avanzados. Así era la
casa del señor Desoto, mejor conocido como Husam, el ventrílocuo. Por lo que,
esa noche, al meter la llave y abrir la puerta principal, un viento torrencial
invadió la casa.
Un hombre vestido
de negro y con un pasamontañas en su cabeza había ingresado a la casa. Cerró
tan rápido la puerta como pudo y al instante, el clima cambió de un escandaloso
concierto a la paz de una cueva. Temiendo haber despertado a los dueños de la
casa, al señor Desoto y su esposa, corrió del recibidor, donde se encontraba, a
su derecha, hacia el comedor, donde permaneció unos segundos tratando de no
respirar para poder escuchar con atención.
El comedor estaba
en penumbras, el intruso apenas podía ver lo que tenía enfrente. Cuando sus
ojos se acostumbraron a la oscuridad, notó la mesa, con un florero y una
carpeta con documentos. Algunas cartas y otros notas y facturas. En las paredes
habían posters de eventos en los que el Husam habían participado. Sin embargo, en
la profundidad notó unos ojos que lo observaban. Rápidamente sacó su revólver
de entre sus ropas, amartilló y apuntó, pero no hubo reacción ni parpadeo.
Permaneció observando unos segundos y pudo ver que se trataba de uno de los
muñecos del ventrílocuo, ante lo cual, dio un gran suspiro y recordó su objetivo.
Avanzando paso a
paso, cada que su pie ponía presión en la madera del suelo, esta rechinaba, por
lo que debía hacerlo tanta suavidad como le fuera posible. De esta forma,
regresó hasta el recibidor, donde continuó
su camino hasta las escaleras que llevaban al segundo nivel de la casa. En la
escalera, otro muñeco apareció. Este, vestido con un sombrero vaquero, botas y
un chaleco de cuero, sostenía una
pequeña pistola y sonreía. El hombre debió contenerse de arrojarlo por el
barandal para no hacer ruido y siguió adelante.
Al llegar al
segundo nivel, puso sus ojos sobre la segunda puerta a su izquierda, se trataba
de la habitación donde el ventrílocuo dormía. Su mano le temblaba, su
respiración se agitaba. Al llegar a la puerta del dormitorio, tragó saliva y
tomó la perilla, pero se detuvo. Detrás de él, un ruido llamó su atención, como
si dos pedazos de madera se golpearan, al ritmo de pequeños pasos. Al voltear,
notó que un muñeco colgaba de una pared y se balanceaba un poco.
Ignorando al
muñeco, volvió a lo que estaba. Giró la perilla y entró a la habitación. La
puerta rechinó levemente y tuvo que cerrarla cuidando de no escuchar el mismo
chillido. La cama estaba situada en el centro de la habitación, enfrente de una
televisión casi del tamaño de la pared.
De repente, el silencio fue interrumpido por un ronquido que venía de
entre las sábanas.
—¡Es él!— se
escuchó un susurro del baño. La voz era de una mujer joven.
—¿Eres tú,
Natalia?— dijo el hombre del pasamontañas, quitar sus ojos y dejar de apuntar a
la cama que se inflaba y desinflaba y de donde salían ronquidos ahogados de vez
en vez.
—Sí, soy yo… Mátalo
¡Mátalo, ahora!— aun susurrando, respondió la voz femenina del baño. Entonces,
el hombre del pasamontañas levantó su arma y descargó todas sus balas sobre la
cama, de donde salió un horrible grito de agonía. El tiempo y su corazón se detuvieron. Pero,
debajo de las colchas, algo se movía. Y al jalarlas, reveló a la esposa Husam,
herida y agonizando.
—¡Natalia!— Gritó
el hombre y se quitó su pasamontañas.
—Sabía que
vendrías— se escuchó una voz masculina, proveniente del baño —Se todo sobre
ustedes, mis muñecos los han visto y escuchado—.
—¡Sal de ahí!— Le
respondió el hombre, que estaba a punto llorar del coraje y apretaba sus
dientes fuertes, mientras observaba a Natalia desangrarse. Entonces se dirigió
al baño y prendió la luz, pero no encontró a nadie —¡¿Dónde estás Husam?!— le
riñó.
—¡Aquí!— se escuchó
de detrás de la cortina de baño y el asesino la hizo a un lado, sin embargo,
detrás de esta sólo había un muñeco, vestido de traje negro con corbata carmesí
y con las mejillas rosadas, su rostro expresaba una sonrisa tonta.
—¿Te escondes tras
tus muñecos?— dijo el asesino, que aprovechó para recargar su arma.
—Que no me puedas
ver, no significa que me esté escondiendo. Tus sentidos te engañan— respondió
una voz, proveniente del dormitorio. El asesino, siguiendo esta voz corrió a la
habitación, pero a su alrededor no veía nada. Sin embargo, a los lejos, podían
escucharse las sirenas de patrullas que se acercaban más y más— te recomiendo
que te vayas, no deben tardar en llegar—se escuchó en el pasillo afuera del
dormitorio, justo donde estaba colgado en la pared otro muñeco.
Al oír estas
palabras, el asesino comenzó su huida y se dirigió a las escaleras tan rápido
como pudo. El sonido de las sirenas se acercaba más y más, quizá estarían ya a
la vuelta de la esquina
—¡Alto o disparo!—
dijo alguien detrás del asesino, lo cual vino acompañado con el sonido mecánico
de un arma que era cargada. Esto último detuvo al hombre quien iba a girar su
cabeza hasta la voz detrás de él le ordenó —No voltees o disparo—.
—¿Husam?— Preguntó
al asesino, quién no reconocía la voz que estaba escuchando.
—¡Tira tu arma por
las escaleras o disparo!— le ordenó nuevamente y el asesino de inmediato
obedeció —¿Creíste que podían engañarme? ¡A Mí! ¡El gran HUSAM!— gritó
enardecido e hizo una pausa — fueron muy listos, pero hay algo que ninguno de
los dos sabía, algo que nadie más que yo
sabe en este mundo… Mi pequeño secreto… ¡La razón de mi éxito!
—Por años, he usado
la magia negra para controlar a mis muñecos, darles vida, como el muñeco que
está atrás de ti, apuntándote ahora— En este momento, el asesino volteó y vio
al muñeco con su pequeña arma, mirándolo a los ojos y el fuerte sonido de la
explosión de un disparo resonó en toda la casa, haciendo que el asesino diera
un paso atrás y se cayera de la escalera, rompiéndose el cuello al estrellarse
con el piso.
Husam, entonces,
salió del comedor y se acercó al cuerpo inerte del hombre que yacía en el piso
frente a la escalera —Tonto… No hay más magia que el poder de la mente y, en la
ventriloquia, el único arte y ciencia es la del engaño—.
FIN
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