Era un día como
cualquiera, en la ciudad de Vallecalmo. Por las vacaciones, la gente se
encontraba fuera de sus casas, viendo jugar a sus niños en los parques mientras
leían el periódico en la silla de hierro helado o se chismorreaban sobre bodas,
embarazos y peleas. Otros lanzaban frisbees a sus perros para que estos los
atraparon en el aire y unos más apagaban sus cigarrillos con los zapatos al
arrojarlos al suelo. El clima estaba fresco y todos los extraños fenómenos de
los últimos días parecían superados ya.
En el aire, un
avión comercial traía turistas que arribaban a la ciudad para pasar ahí sus vacaciones.
Era apenas el medio día y el piloto se disponía a aterrizar. Sin embargo, al
comunicarse con la torre de control del pequeño aeropuerto de Vallecalmo,
recibió un aviso extraño. Tanto piloto como copiloto vieron su cabello
encanecerse por las horas de vuelo a través de los años y nunca en este tiempo
escucharon algo parecido.
La torre de
control, buscaba identificar uno de los puntos en su radar, que volaba cerca
del aeropuerto a baja altura. Sus ojos no lo podían divisar y no existía
comunicación o registro de este punto. Se le advirtió al piloto que no
aterrizara, pues podría tratarse de otra aeronave, con algún problema técnico,
incapaz de comunicarse, preparándose para un aterrizaje de emergencia. En
tierra, la pista se despejaba a toda marcha, mientras, en el cielo, el avión
comercial daba vueltas alrededor de la ciudad esperando su permiso para
aterrizar.
Mientras esto
sucedía, en el lago, el capitán y único tripulante del “Anguila”, con una barba
desde la cual salían cientos de historias, exploraba las inusualmente calmas
aguas, sin peces a la redonda, su anzuelo flotaba despacio movido por las
corrientes de los barcos a lo lejos. En sus años de experiencia, los peces sólo
desaparecían ante la presencia de un depredador. Pero en el lago no había ni
tiburones ni cocodrilos que se los comieran. Rascaba su barba tratando de no
romperse la cabeza al averiguar qué sucedía. Entonces, uno de sus colegas
marineros remó su bote hasta el alcance de sus ojos. Sólo bastó un intercambio
de miradas para que el capitán respondiera moviendo su cabeza de lado a lado
como respuesta. En un segundo, el marinero del bote se alejó así como llegó.
Confundidos ambos por la ausencia de peces.
Faltaban pocos
minutos para el medio día y el cielo estaba raramente callado, en el aire, las
aves que revoloteaban y volaban sobre las copas de los árboles, buscando
comida, pareja o a veces cantando por razones inexplicables, no estaban. El sol
brillaba a su máximo esplendor.
Entonces, el capitán recogió su anzuelo y al
avión que sobrevolaba el aeropuerto se le dio permiso de aterrizar, cuando una
sombra ennegreció el suelo. El graznido de una criatura resonó en toda la
ciudad. Por ese instante, todos los corazones se detuvieron. Pero al voltear al
cielo, hacia el lugar donde provenía el sonido, nadie pudo ver nada. Mientras
todos se preguntaban qué había sido ese sonido, otro ruido similar los golpeó
directo en sus tímpanos. Pero esta última vez, el graznido no provenía de tan
alto y las personas pudieron notar un punto en el cielo que se hacía más y más
grande, como la sombra que generaba en el piso que crecía como una mancha sobre
la ciudad que abarcaba cuadras enteras, como devorándolo todo.
Las personas asustadas corrían, algunas en
pánico buscando un refugio y otras por sus cámaras para fotografiar a la gran
ave que descendía en picada sobre el pueblo. Sus plumas eran de un marrón
opaco, oscurecido por tener al sol detrás de él, su pico redondeado poseía una
punta afilada y unas garras que sólo podrían pertenecer a un depredador.
El ave continuó su descenso en picada hasta
acercarse a un parque. Sus ojos se fijaron en un hombre sentado en el parque.
Intercambiaron miradas por ese segundo que le tomó descender al suelo y tomarlo
con su garra. El hombre no era una pluma, por lo contrario, era tan pesado que
apenas podía caminar por sí mismo, pero el ave lo levantó como si fuera una
moneda que se cae en el suelo y uno recoge con sus uñas. Justo después de eso,
emprendió el vuelo, sin que su presa emitiera un sonido, su horror no le
permitía reaccionar, además de que la fuerza con la que el ave apretaba su
cintura lo sofocaba.
Todos pudieron observar cómo el ave se alejaba
hacia las alturas con el hombre obeso entre sus garras. Le tomó unos parpadeos
volverse un punto tan pequeño como para ser visto, hasta desaparecer por
completo, para no ser visto en vallecalmo nunca más.
FIN
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