El pueblo de Vallecalmo basaba su imagen en la
paz y tranquilidad de sus aguas, de lo divertido de sus bosques y montañas. Era
un sitio donde la gente iba a relajarse y pasársela bien, realizando todo tipo
de actividades recreativas al aire libre, desde la pesca, campamentos,
natación, canotaje y mucho más. Sin embargo, la vida del residente de este
poblado no era tan calma como el nombre sugería. Por lo contrario, los
diferentes negocios y empresas dedicadas al turismo debían competir arduamente
y poner a sus empleados a trabajar con la misma intensidad.
En el apartado industrial de Vallecalmo, el
área más retirada al lago. Una zona rodeada de edificios grises de pocas
ventanas, donde las calles se llenaban de autos y la gente debía caminar
calculando cada paso para no estrellarse contra los diferentes obstáculos en el
camino y andar rápido, pues el tiempo era dinero y un empleado que pierde
tiempo, pierde dinero y pierde su puesto. Tal era el pensamiento de Edna, quien
surcaba el torrente de personas, postes y, a veces, autos. El golpear de sus
zapatos formales contra el suelo se mimetizaba con el andar de cientos de
personas, cuyo calzado emitía un ruido similar al andar sobre el asfalto.
El color gris dominante opacaba la monotonía
del día a día. Las personas concentradas en su trayectoria, no solía mirarse a
la cara, ni mucho menos saludarse. Todos eran extraños que veían pasar sus
vidas por esas calles. Edna ya salía del
trabajo y se dirigía a su hogar para descansar, pero aún ocupaba su mente con
los menesteres del día siguiente, sin dejar de evadir obstáculos, como un mono
en una selva de concreto, hasta que un olor llamó su atención…
Del fondo siniestro entre dos edificios, donde
cajas de cartón se cubrían de periódicos y bolsas de basura arrastrados por el
viento, un viejo y sucio hombre, cuyas barbas grises y, a veces, negras, se
enmarañaban con su cabello crecido, pero calvo en la coronilla y arriba de las
cienes, sostenía un pedazo de cartón con una frase escrita con carbón.
Los rayones y el tiempo habían borrado partes
de las letras que, de por sí, estaban mal escritas. Sin embargo, claramente se
podía distinguir el contenido de tal mensaje:
“TODOS
SE VAN A MORIR”
Y era todo lo que decía. Edna miró el letrero y
al hombre andrajoso, pero sintió como si hubiera cambiado su televisión a un
canal que no le gustara, al instante, enfocó su mirada a la calle y concentró
su mente en sus deberes. Pero algo había cambiado, en su cabeza algo era
diferente.
La imagen del vagabundo loco sosteniendo el
letrero, con sus pies descalzos negros por la mugre, no se disipaba de su
memoria. Sólo lo miró un instante, pero eso bastó para dejar una cicatriz en
sus pensamientos. Por más que se esforzaba por recordar aquello que debía hacer
al llegar, por fin, a su hogar; Por más que se enfocaba en los obstáculos que
se atravesaban en su camino; y, por más que lo intentaba, no podía quitarse esa
visión en su cabeza. Le acosaba.
No sólo era el trastornado ser que le
perturbaba, sino el mensaje escrito en el pedazo de cartón. La idea de que
todos se vayan a morir. Mientras navegaba el torrente de personas, imaginaba la
ciudad vacía, sin vida… Como un sitio, antes, lleno de vida y, ahora, donde
esta se había extinto. Pensaba en lo mucho que había trabajado para su casa, en
sus sueños y en sus amigos. En sus posesiones y aquellas que deseaba poseer.
Las aventuras por realizar. Y de cómo sería si todo eso desapareciera.
Por supuesto la idea le parecía absurda, pero
ahí estaba, como una piedra en el zapato que, con cada paso, va punzando y
lastimando hasta que es insoportable y se necesita retirar el calzado para
limpiar la suciedad. El tiempo que le tomaba llegar a casa dejó de existir para
Edna. El camino no estaba, tampoco la gente ni los postes ni los autos… nada
existía, más que el viejo y la muerte; El mal y la perdición; El infierno y la
eternidad.
Pero su cuerpo seguía moviéndose. Con cierto
automatismo, ella se desplazaba entre el torrente de gente y autos. Mas este
automatismo no era total: Sus ojos, ante los cuales estaba el letrero rojo
brillante de “ALTO”, mucho más llamativo que aquel del viejo, estaban
desconectados de su mente que viajaba por rincones nunca antes había recorrido.
Así que no ordenó a su cuerpo detenerse, por lo que este siguió su camino, aun
cuando las decenas de personas que la rodeaban sí hicieron lo primero. Y, al
momento en que dio dos pasos dentro de la avenida, un camión la atropelló,
matándola casi al instante.
FIN
Jajajaja amor, este parece de comedia xD
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