martes, 5 de noviembre de 2013

27 – El soldado del futuro.





                Era un día festivo de fin de año. En una casa a unas cuantas calles del Lago de Vallecalmo, se celebraban cumpleaños de amigos atrasados y se honraba al nuevo año que estaba a punto de llegar. El Alcohol fluía, la música resonaba. Una banda anticuada de un rock olvidado tocaba a todo volumen una triste canción que, bajo el ritmo adecuado, animaba a la multitud a mover el cuerpo sin exaltar sus sentidos. Entonando himnos de desesperanza, la cruda voz que invocaba realidades perversas era ignorada por la gente que enfocaba su atención en el ritmo monótono de la pieza.
                Acostumbrada a no salir de casa, Tasia prefería leer historias de extraterrestres y máquinas avanzadas. Estudiar las ciencias y noticias extrañas. Pasar la noche alrededor de un juego de mesa. Soñando y anhelando con fantasías increíbles. Sentía el efecto adormecedor del alcohol a través de todo su cuerpo. La banda hacía varias copas que había dejado de tocar, los vehículos se retiraban del estacionamiento y el reloj y la luna seguían avanzando sin detenerse.
Agotadas las razones para permanecer en la casa cerca del lago, Tasia decidió retirarse, no sin antes despedirse de las pocas personas que conocía entre aquellos que aún seguían rumoreando. Sólo debía caminar unas cuadras para llegar a los muelles, donde diferentes transportes funcionan a altas horas, cualquiera de los cuales la podría regresar a la calidez de su hogar.
Tasia caminaba por una calle oscurecida por los edificios abandonados que carecían de iluminación. Sólo algunos postes de alumbrado servían y, los pocos, en ocasiones se apagaban y prendían sin un patrón aparente. De repente, el eco de sus botas contra el piso fue opacado por un vehículo que quemaba llantas a alta velocidad. Parecía construido a mano por alguien de recursos limitados. Además de estar cubierto con algún tipo de blindaje de hierro, formado por láminas de hierro con diferentes pinturas, grosores y formas.
El vehículo extraño cruzaba la noche a alta velocidad. Sobre la misma calle en la que caminaba Tasia y una cuadra antes de llegar a ella, el conductor pisó el freno a fondo, derrapando al menos 20 metros. Por unos momentos parecía que nunca se detendría, pero paró justo a un lado de la joven. Al instante, la puerta del pasajero se abrió y dentro de él un hombre con acento extranjero le gritó —¡Sube al auto, no hay tiempo de explicar!—.
Tasia se paralizó, sostenía con ambas manos su bolso presionándolo fuerte contra su pecho, temiendo que pudiera ser robado, pero el hombre insistió —¡Sube, no hay tiempo de explicar!— Al instante, el resonar de una sirena lejana llegó a sus oídos. Por lo que el hombre volteó hacia todos lados —¡Vamos, no hay tiempo!— gritó, pero esta vez estiró su brazos hasta alcanzar la muñeca de Tasia, quien no opuso mucha resistencia al ser jalada hacia el asiento del pasajero.
Al acelerar el vehículo, la puerta se cerró de golpe y el hombre condujo como un bólido por toda la ciudad hasta las afueras. Entonces él la miró y, con la seriedad de quien preside un velorio, comenzó a hablarle, procurando voltear constantemente a la calle. Al principio, ella no entendía lo que decía, todo era tan rápido y parecía sacado de la mente de un loco, sin embargo, conforme él respondía sus preguntas, todo comenzó a tomar sentido para ella.
El dijo ser un comandante enviado para protegerla. Debía refugiarse en un sitio seguro, pues un androide enviado del futuro estaba ahí para matarla. Pues, en unos años, el desarrollo de la inteligencia artificial, los robots autómatas y la bioingeniería genética llevarían a la aniquilación de la raza humana. Sin embargo, ella es inmune al virus mortal diseñado por las máquinas para “liberarse” de sus “esclavizadores” y vengarse por la explotación. Para convencerla de esto, le mostró un arma extraña ubicada en la parte trasera del vehículo, la cual ella jamás había visto en ninguna película o en libros. Además, tenía una fotografía de ella cuando era joven, apenas visible por el deterioro de los años. Detrás de esta foto, venía escrito “Hay esperanza para un mejor futuro”. Además de un tatuaje de un ejército para un país que no existía, sino de un grupo de rebeldes unidos en la lucha contra las máquinas inteligentes.
El conductor giró en una calle, un poco más calmado pero aun yendo rápido, hasta que se detuvo un instante enfrente de un garaje, el cual se abrió lentamente, en una casa con un jardín verde y una reja blanca de madera. Las luces del vehículo iluminaban el interior, parecía común y corriente. El auto entró y motor no se apagó sino hasta que la puerta del pórtico estuviese completamente cerrada. Entonces, él le pidió a Tasia que bajara del auto, —Te conduciré a un bunker reforzado donde no podrás ser rastreada—. A lo que ella lo siguió.
Tras cruzar la primera puerta se revelaba una sala con muebles, un televisor con antena de conejo, una pecera en la cocina, libreros. Era un sitio cálido y cómodo como la casa de una abuela o la suya propia. Sin embargo, al bajar las escaleras, las diferencias surgían. Cinco diferentes llaves eran necesarias para abrir la puerta que daba al sótano. Abajo estaba iluminado con lámparas tan brillantes como la luz del día y al final del pasillo frío de cemento, existía una única puerta, que parecía sacada de un submarino o un portaaviones. Sin duda, de un metal sólido y resistente.
El hombre abrió la escotilla y Tasia entró a la habitación. Adentro no había nada más que una caja larga de madera. Cuatro paredes de cemento fresco y frío, sin sillas, alfombras ni nada más que un foco que colgaba del techo. Cuando Tasia iba a voltearse para preguntar, el hombre la tomó del cuello y la empujó contra la pared, golpeando su cabeza fuertemente. Sin perder la consciencia, pero debilitada por el golpe, ella hacía lo posible por forcejear contra el hombre que no soltaba su cuello con una mano, mientras que usaba la otra para tocarla, disfrutando cada centímetro de su piel erizada.
Ambos corazones latían fuerte. La visión de Tasia comenzó a nublarse, hasta desmayarse, pero él no la soltó. La excitación que sentía en ese momento era lo más intenso que él había sentido, sus pantalones apenas podía contener su poderosa erección. Hasta que el cuerpo de Tasia se relajó por completo. Él la dejó caer en el suelo, puso su mano en su corazón y no hubo ni un latido. Entonces, abrió la caja de madera y de ahí sacó un pico y una pala, la cual usó para guardar a la última víctima de sus asesinatos

FIN.

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