viernes, 6 de noviembre de 2009

La última noche del vampiro

Era de noche en la ciudad. En una casa, un hombre yace en su cama con las luces apagadas. Su rostro era pálido y sus ojeras hacían notar que no había dormido en mucho tiempo, su cuerpo estaba hecho un esqueleto, su cabello era largo pero sucio y empolvado. Su mirada estaba perdida en sus pensamientos, movía la boca pero no decía nada, respiraba pesado, como un animal viejo esperando la muerte. Giró su cabeza hacia la ventana y luego hacia el reloj en la pared. Las telarañas en la habitación hacían difícil distinguir las manecillas, sumadas a la oscuridad y al cansancio, pero en la cara del hombre se retrató una extraña sonrisa. Lúgubre como aquella de la parca, pero con poca esperanza. Pareciera que sonreía a pesar de saber que su felicidad no duraría suficiente para disfrutarla.
Después de un suspiro lento y profundo, levantó su cuerpo de la cama, su ropa parecía desprenderse de las sábanas y una nube de polvo se levantó cuando sus botas tocaron el suelo. Permaneció sentado en la cama unos momentos. Lo que fuera que susurrara no se entendía y era un sonido tan bajo que sólo él mismo lo podía escuchar. Parecía que repitiese lo mismo una y otra vez, como si quisiera convencerse de algo.
Con pesadez, se paró de la cama, caminó hacia la ventana y tiró de una cuerda para jalar las cortinas. Pudo ver el exterior, una capa de nieve cubría los techos de las casas y los árboles, las calles estaban vacías. Su cara era seria, pero un poco triste, sin esperanzas. No sabía que hacer, estaba confundido, sentía culpa. Su existencia misma era dolorosa, sufría al conservar su cuerpo de pie, su mente estaba cansada, aquello que lo mantenía con vida era misterio.
La luz de la calle se colaba por la ventana del cuarto, su sombra cruzaba la habitación, sus dedos largos con uñas crecidas se proyectaban por todo el piso hasta la pared. Pudo ver el reloj, había pasado una hora de tristes reflexiones. Regresó a su cama y eso le tomó una eternidad, volvió a reposar boca arriba sobre su cama, con la ropa puesta y la mirada perdida. Las capas de polvo que levantó al tirarse sobre las sábanas ya se habían acumulado sobre él y todo parecía muerto. Se respiraba un ambiente de tristeza.
Las horas siguieron pasando y empezó a amanecer. Los rayos de luz se colaron por la ventana, la cortina no estaba cerrada. Al instante, la piel del vampiro empezó a arder. No se movió, no hizo un intento por cubrirse, ya nada le importaba. Miraba su techo cubierto de retratos y postres del amor de su vida, que se ennegrecían rápidamente a medida que las llamas iban devorando la habitación. Un estante lleno de discos prendió instantáneamente y ardió con tal fuerza que pedazos de madera y plástico encendidos volaron por todas partes. Finalmente, el fuego llegó a una pila de periódicos y revistas en una esquina de la habitación, todos hablaban sobre la misma actriz, sus fotos y recortes se convertían en cenizas, uno por uno. Desde aquel que hablaba de su glorioso ascenso, hasta el último, que describía el último día de su vida y la tragedia de su muerte.

1 comentario:

  1. Oh! me encantaa!
    casi siempre imagino la existencia de un vampiro de esa forma...
    tan deprimente y agonizante...

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