Ciudad
Beta, una hermosa metrópolis como el mundo nunca había visto. Sus rascacielos
se elevaban por encima de montañas. De día, el calor tornaba al asfalto y al
concreto de pálido gris. En algunas zonas la luz del sol no alcanzaba a tocar
el suelo, pero sus brasas quemaban los techos de los edificios, sobre algunos
de los cuales fueron plantados jardines verdes. Las paredes dominaban el
paisaje como un laberinto. Allá abajo, sobre el suelo, la gente caminaba a las
sombras de las construcciones y el ambiente olía a aire acondicionado que
refrescaba los pulmones de una insípida sensación que al exhalarse desaparecía
y generaba un efecto de vacío que regresaba al inhalar de nuevo.
La
ciudad no sucumbía al pesar de la noche sino que se alimentaba de ella, cobraba
vida y brillaba aún más por de millones de ventanas que pintaban las texturas de
un tenue color azul marino oscuro, apenas perceptible. En el suelo, las calles
poseían la misma cantidad de iluminación, pero los poderes nocturnos teñían el
gris opaco del día por ese tono cerúleo de la profundidad de los océanos.
Ciudad
Beta fue devorando pueblos y ciudades en su expansión. Las pequeñas escuelas de
estas poblaciones fueron demolidas para construir grandes instituciones
educativas en los alrededores de la ciudad, pero la metrópolis nunca dejó de
crecer y aún esos edificios más modernos parecían agujeros oscuros pues su
altura no competía con los rascacielos inmensos que lucían como titanes
inmortales, algunos de los cuales sobrepasaban los cien pisos.
Los
miles de focos de las escuelas estaban encendidos día y noche. El cielo
estrellado rara vez era visible desde esa altura; Esto es debido a los titanes
de concreto que rodeaban la institución y por la intensa contaminación lumínica
que generaban. Por esto, los estudiantes poco habituados estaban a levantar sus
cabezas, pues, sobre ellos, sólo existía la vista pálida y monótona de un cielo
sin estrellas. El sutil ruido de las hojas rascándose unas contra las otras al
empuje de las brisas que llegaban hasta esas alturas a veces llamaba la
atención del oído de los estudiantes y maestros que pasaban cerca de los
árboles plantados en perfecto orden en los jardines de las escuelas, sin que
estos dieran uso de su cuello o sus ojos para voltear en búsqueda del origen de
tal sonido.
Esa
tarde, el viento no soplaba y el rasguño
de las hojas al rosarse sus bordes entre sí sonó a un ritmo más descontrolado
de lo usual. Esto llamó la atención de dos alumnos que cruzaban cerca de ese lugar,
virando sus miradas ligeramente más alto que la línea del horizonte hacia la
copa uno de los 5 árboles que se enfilaban junto al muro de la escuela, tan
altos que daban sombra a los primeros cinco pisos de los edificios en la
manzana continua. Algo hacía que se agitaran las ramas de aquel que se
encontraba en medio de esa hilera.
Diana
y German, de tercer grado de primaria, curioseaban para resolver el enigma de
qué podría estar moviendo a esa planta de tal forma. Sus zapatos negros eran
del mismo color que sus cabellos; corto de él y largo el de ella. Las mochilas
que cargaban eran idénticas excepto porque una era rosa y la otra azul y por
los dibujos de un poni, en la primera, y un soldado, en la segunda. Sin
embargo, los intentos de ambos resultaron infructuosos en averiguar qué sucedía
entre la vegetación. A pesar de esto, lograron llamar la atención de otros
alumnos que, extrañados de verlos con la cabeza apuntando hacia arriba, se
acercaban y giraban sus sentidos hacia las hojas en movimiento.
Intrigados todos,
a algunos de ellos comenzó a entrarles el miedo y preferían no ver, pero la
curiosidad siempre les ganaba y volvían a mirar. El resto se acercaba tanto
como podía o rodeaban el tronco para observar el fenómeno desde otros ángulos.
Por momentos, el movimiento se detenía y las hojas volvían a bailar al compás
del viento, pero luego se agitaban arrítmicamente. Arturo, un niño de sexto, se
situó junto al tronco e intentó treparlo, pero sólo logró ensuciar sus ropas.
Otro consiguió hacerse de un palo de escoba y se lo pasó a Arturo, que era el
más alto de ellos, para que intentara abrir un espacio en el follaje que
permitiera inspeccionar con más claridad, pero era inútil pues el palo, de
apenas metro y medio, ni si quiera llegaba a las primeras ramas, a tres metros
de distancia del pasto.
Tras el paso
de varios minutos, la escena de decenas de niños volviendo sus cabezas hacia el
árbol, atrajo a adultos cercanos: Un par de maestros y el conserje; Algunos infantes
les informaron que “había algo” y este rumor se expandió entre los demás. En
breve, ya cada uno tenía en sus cabezas historias de qué era lo que había y
cómo llegó hasta ahí, siendo el cuento de que un gato estaba atrapado el más
popular, pues la mayoría escuchó del conserje salir esa palabra, y aquel de que
un extraterrestre se ocultaba para espiarlos y robarles sus dulces la que
gustaba a menos. Esta última historia enunciada por un niño regordete que se
quejaba y preocupaba constantemente de la desaparición de sus meriendas.
También, la idea de que un pájaro tenía ahí su nido fue suficiente para aburrir a un puñado de estudiantes que se
alejaron y siguieron con lo suyo.
El grupo se
hizo más grande cuando, por órdenes del director de la escuela, que ya se
encontraba en el lugar con su secretaria y un grupo de maestros aduladores que
lo seguían a todos lados, siempre asintiendo tras cada orden que él les daba en
un intento de ganarse su afecto y un puesto mejor pagado y que requiera menos
vocación que dar clases a los alumnos, el conserje trajo una escalera y la
clavó al pie del árbol, en la tierra fresca debajo del pasto verde, apoyándolo
en el tronco. Con un par de guantes de Kevlar, William trepó pensando que
rescataría a un felino que se subió y no supo cómo bajar. Por esto, pidió
amablemente a los niños que se hicieran a un lado, por si el animal caía de
repente. Conforme ascendía, su cuerpo se fue sumergiendo en la espesura hasta
que sólo sus botas enlodadas eran visibles y, mientras lo hacía, la zona donde
las hojas se agitaban se convulsionó aún con más intensidad.
Repentinamente,
un rugido grave como el croar de un sapo alcanzó a oírse a varios metros a la
redonda, seguido por un doloroso y seco quejido de William quien bajó de
inmediato, tapándose uno de sus ojos con la mano: De su cara escurría sangre y
la mayoría de las niñas gritaron al unísono ante la escena. Algunos varones
emitieron ruidos huecos de asombro. El conserje urgía una ambulancia y el
director indicaba que se trajera a los bomberos también, mientras los alumnos
sollozaban y varios maestros trataban de calmarlos afirmando que no se trataba
de una herida profunda y pronto se pondría bien. Pero lo que asustaba más a los
infantes no era la sangre sino aquello que sus imaginaciones le indicaban que
estaba en ese árbol. Ya no era simplemente un gatito, ahora se trataba, según
sus mentes jóvenes, de un monstruo horrible y, si “casi mataba” a un adulto,
ellos poca oportunidad tendrían de defenderse contra tal abominación.
William no
sabía qué era, le pareció ver algo gris que se movía, luego escuchó el sonido
y, al voltear, fue golpeado por un objeto delgado. Para él, quien presenció de
cerca los hechos, era incierto si lo golpeó una rama, fue arañado por un gato o
algo más peligroso se ocultaba ahí. De cualquier forma, no volvería a subir,
pues les bastaba con saber que la herida le abrió la piel por encima del ojo,
sin que su vista se afectara, más allá de las gotas de sangre que le escurrían
de su ceja.
Tras minutos
de agitación, llegó una ambulancia y los paramédicos se encargaron de atender
al conserje que no quería saber nada ni que le preguntaran al respecto. Después
llegaron los bomberos; tras explicarles la situación por el director, pensaron
que se trataba de algún animal acorralado, por lo que estacionaron su camión
sobre la acera, junto al muro, y elevaron su escalera mecánica hacia el árbol.
Armado con una red y sus ropas gruesas, además de su casco, un bombero se
internó en las profundidades de la copa intentando resolver el misterio. En la
calle, muchos curiosos se acercaban y tomaban fotografías con sus celulares del
evento, sin saber qué era lo que ocurría. Casi todos aquellos que preguntaban,
se iban satisfechos con la respuesta de que probablemente todo el alboroto era
originado por un felino.
Los segundos
se hicieron eternos, en especial para los alumnos de la escuela, mientras el
valiente bombero se sumergía en el enigma. Pero el mismo rugido agudo resonó y
la escalera se estremeció. Esta vez, el rugido se repitió numerosas veces,
hasta que el cuerpo del bombero cayó dentro de la escuela, sobre el pasto al
pie del tronco... Inmóvil. Sus ropas estaban tan rotas como ensangrentadas y no
tenía su casco, pues se quedó colgando de una rama. Los paramédicos corrieron a
asistirlo, pero mientras lo subían a la camilla todo el árbol tembló y una luz
cegó a todos aquellos que no estaban cansados del cuello de tanto observar
hacia arriba.
Una corriente
de aire estremecía la escuela y las calles a su alrededor y del cielo brotó un
vórtice de luz que sumergió todo en una blancura total, cegando a todo aquel
abriera los ojos, incluyendo a los paramédicos que buscaban signos vitales en
el bombero caído. En ese instante, que fue eterno para muchos, los sonidos de
la ciudad se silenciaron por un instante y sólo el extraño croar hizo eco en
las mentes de los espectadores. A este ruido grave le respondió uno similar,
proveniente de la fuente de luz sobre los edificios
Cuando las
sombras regresaron para darle forma y profundidad a los objetos, el árbol había
perdido gran parte de sus hojas y sus ramas ya no se agitaban más que al ritmo
calmo de la brisa natural. El bombero en el suelo se desangraba agonizante y
con sus últimos esfuerzos trataba de susurrarle algo a los paramédicos, pero
estas palabras no alcanzaban a ser lo suficientemente legibles como para que
tuvieran sentido. Así, mientras lo subían a una camilla, su cuerpo se relajó
por completo.
De lo sucedido
ese día corrieron muchos rumores, pero la mayoría concordaba en que se trató de
un extraño y misterioso fenómeno inexplicable. Algunos creían que el bombero
intentó decir “Están aquí”; otros, afirmaban que sus últimas palabras iban
dirigidas a su esposa; Lo que es seguro, es que esos alumnos no olvidarán ese
croar o la columna de luz que a su escuela bajó en forma de vórtice.
Muy bueno!! seguí escribiendo!! me pareció muy interesante, sólo que el final me deja con la incógnita, y de verdad se siente mejor resolver el misterio al finalizar la lectura.. bueno en mi opinión... que sigas escribiendo!! éxitos!!
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