viernes, 27 de marzo de 2015

312 – El vórtice.






                Ciudad Beta, una hermosa metrópolis como el mundo nunca había visto. Sus rascacielos se elevaban por encima de montañas. De día, el calor tornaba al asfalto y al concreto de pálido gris. En algunas zonas la luz del sol no alcanzaba a tocar el suelo, pero sus brasas quemaban los techos de los edificios, sobre algunos de los cuales fueron plantados jardines verdes. Las paredes dominaban el paisaje como un laberinto. Allá abajo, sobre el suelo, la gente caminaba a las sombras de las construcciones y el ambiente olía a aire acondicionado que refrescaba los pulmones de una insípida sensación que al exhalarse desaparecía y generaba un efecto de vacío que regresaba al inhalar de nuevo.
                La ciudad no sucumbía al pesar de la noche sino que se alimentaba de ella, cobraba vida y brillaba aún más por de millones de ventanas que pintaban las texturas de un tenue color azul marino oscuro, apenas perceptible. En el suelo, las calles poseían la misma cantidad de iluminación, pero los poderes nocturnos teñían el gris opaco del día por ese tono cerúleo de la profundidad de los océanos.
                Ciudad Beta fue devorando pueblos y ciudades en su expansión. Las pequeñas escuelas de estas poblaciones fueron demolidas para construir grandes instituciones educativas en los alrededores de la ciudad, pero la metrópolis nunca dejó de crecer y aún esos edificios más modernos parecían agujeros oscuros pues su altura no competía con los rascacielos inmensos que lucían como titanes inmortales, algunos de los cuales sobrepasaban los cien pisos.
                Los miles de focos de las escuelas estaban encendidos día y noche. El cielo estrellado rara vez era visible desde esa altura; Esto es debido a los titanes de concreto que rodeaban la institución y por la intensa contaminación lumínica que generaban. Por esto, los estudiantes poco habituados estaban a levantar sus cabezas, pues, sobre ellos, sólo existía la vista pálida y monótona de un cielo sin estrellas. El sutil ruido de las hojas rascándose unas contra las otras al empuje de las brisas que llegaban hasta esas alturas a veces llamaba la atención del oído de los estudiantes y maestros que pasaban cerca de los árboles plantados en perfecto orden en los jardines de las escuelas, sin que estos dieran uso de su cuello o sus ojos para voltear en búsqueda del origen de tal sonido.
                Esa tarde, el viento no soplaba y el  rasguño de las hojas al rosarse sus bordes entre sí sonó a un ritmo más descontrolado de lo usual. Esto llamó la atención de dos alumnos que cruzaban cerca de ese lugar, virando sus miradas ligeramente más alto que la línea del horizonte hacia la copa uno de los 5 árboles que se enfilaban junto al muro de la escuela, tan altos que daban sombra a los primeros cinco pisos de los edificios en la manzana continua. Algo hacía que se agitaran las ramas de aquel que se encontraba en medio de esa hilera.
                Diana y German, de tercer grado de primaria, curioseaban para resolver el enigma de qué podría estar moviendo a esa planta de tal forma. Sus zapatos negros eran del mismo color que sus cabellos; corto de él y largo el de ella. Las mochilas que cargaban eran idénticas excepto porque una era rosa y la otra azul y por los dibujos de un poni, en la primera, y un soldado, en la segunda. Sin embargo, los intentos de ambos resultaron infructuosos en averiguar qué sucedía entre la vegetación. A pesar de esto, lograron llamar la atención de otros alumnos que, extrañados de verlos con la cabeza apuntando hacia arriba, se acercaban y giraban sus sentidos hacia las hojas en movimiento.
Intrigados todos, a algunos de ellos comenzó a entrarles el miedo y preferían no ver, pero la curiosidad siempre les ganaba y volvían a mirar. El resto se acercaba tanto como podía o rodeaban el tronco para observar el fenómeno desde otros ángulos. Por momentos, el movimiento se detenía y las hojas volvían a bailar al compás del viento, pero luego se agitaban arrítmicamente. Arturo, un niño de sexto, se situó junto al tronco e intentó treparlo, pero sólo logró ensuciar sus ropas. Otro consiguió hacerse de un palo de escoba y se lo pasó a Arturo, que era el más alto de ellos, para que intentara abrir un espacio en el follaje que permitiera inspeccionar con más claridad, pero era inútil pues el palo, de apenas metro y medio, ni si quiera llegaba a las primeras ramas, a tres metros de distancia del pasto.
Tras el paso de varios minutos, la escena de decenas de niños volviendo sus cabezas hacia el árbol, atrajo a adultos cercanos: Un par de maestros y el conserje; Algunos infantes les informaron que “había algo” y este rumor se expandió entre los demás. En breve, ya cada uno tenía en sus cabezas historias de qué era lo que había y cómo llegó hasta ahí, siendo el cuento de que un gato estaba atrapado el más popular, pues la mayoría escuchó del conserje salir esa palabra, y aquel de que un extraterrestre se ocultaba para espiarlos y robarles sus dulces la que gustaba a menos. Esta última historia enunciada por un niño regordete que se quejaba y preocupaba constantemente de la desaparición de sus meriendas. También, la idea de que un pájaro tenía ahí su nido fue suficiente para  aburrir a un puñado de estudiantes que se alejaron y siguieron con lo suyo.
El grupo se hizo más grande cuando, por órdenes del director de la escuela, que ya se encontraba en el lugar con su secretaria y un grupo de maestros aduladores que lo seguían a todos lados, siempre asintiendo tras cada orden que él les daba en un intento de ganarse su afecto y un puesto mejor pagado y que requiera menos vocación que dar clases a los alumnos, el conserje trajo una escalera y la clavó al pie del árbol, en la tierra fresca debajo del pasto verde, apoyándolo en el tronco. Con un par de guantes de Kevlar, William trepó pensando que rescataría a un felino que se subió y no supo cómo bajar. Por esto, pidió amablemente a los niños que se hicieran a un lado, por si el animal caía de repente. Conforme ascendía, su cuerpo se fue sumergiendo en la espesura hasta que sólo sus botas enlodadas eran visibles y, mientras lo hacía, la zona donde las hojas se agitaban se convulsionó aún con más intensidad.
Repentinamente, un rugido grave como el croar de un sapo alcanzó a oírse a varios metros a la redonda, seguido por un doloroso y seco quejido de William quien bajó de inmediato, tapándose uno de sus ojos con la mano: De su cara escurría sangre y la mayoría de las niñas gritaron al unísono ante la escena. Algunos varones emitieron ruidos huecos de asombro. El conserje urgía una ambulancia y el director indicaba que se trajera a los bomberos también, mientras los alumnos sollozaban y varios maestros trataban de calmarlos afirmando que no se trataba de una herida profunda y pronto se pondría bien. Pero lo que asustaba más a los infantes no era la sangre sino aquello que sus imaginaciones le indicaban que estaba en ese árbol. Ya no era simplemente un gatito, ahora se trataba, según sus mentes jóvenes, de un monstruo horrible y, si “casi mataba” a un adulto, ellos poca oportunidad tendrían de defenderse contra tal abominación.
William no sabía qué era, le pareció ver algo gris que se movía, luego escuchó el sonido y, al voltear, fue golpeado por un objeto delgado. Para él, quien presenció de cerca los hechos, era incierto si lo golpeó una rama, fue arañado por un gato o algo más peligroso se ocultaba ahí. De cualquier forma, no volvería a subir, pues les bastaba con saber que la herida le abrió la piel por encima del ojo, sin que su vista se afectara, más allá de las gotas de sangre que le escurrían de su ceja.
Tras minutos de agitación, llegó una ambulancia y los paramédicos se encargaron de atender al conserje que no quería saber nada ni que le preguntaran al respecto. Después llegaron los bomberos; tras explicarles la situación por el director, pensaron que se trataba de algún animal acorralado, por lo que estacionaron su camión sobre la acera, junto al muro, y elevaron su escalera mecánica hacia el árbol. Armado con una red y sus ropas gruesas, además de su casco, un bombero se internó en las profundidades de la copa intentando resolver el misterio. En la calle, muchos curiosos se acercaban y tomaban fotografías con sus celulares del evento, sin saber qué era lo que ocurría. Casi todos aquellos que preguntaban, se iban satisfechos con la respuesta de que probablemente todo el alboroto era originado por un felino.
Los segundos se hicieron eternos, en especial para los alumnos de la escuela, mientras el valiente bombero se sumergía en el enigma. Pero el mismo rugido agudo resonó y la escalera se estremeció. Esta vez, el rugido se repitió numerosas veces, hasta que el cuerpo del bombero cayó dentro de la escuela, sobre el pasto al pie del tronco... Inmóvil. Sus ropas estaban tan rotas como ensangrentadas y no tenía su casco, pues se quedó colgando de una rama. Los paramédicos corrieron a asistirlo, pero mientras lo subían a la camilla todo el árbol tembló y una luz cegó a todos aquellos que no estaban cansados del cuello de tanto observar hacia arriba.
Una corriente de aire estremecía la escuela y las calles a su alrededor y del cielo brotó un vórtice de luz que sumergió todo en una blancura total, cegando a todo aquel abriera los ojos, incluyendo a los paramédicos que buscaban signos vitales en el bombero caído. En ese instante, que fue eterno para muchos, los sonidos de la ciudad se silenciaron por un instante y sólo el extraño croar hizo eco en las mentes de los espectadores. A este ruido grave le respondió uno similar, proveniente de la fuente de luz sobre los edificios
Cuando las sombras regresaron para darle forma y profundidad a los objetos, el árbol había perdido gran parte de sus hojas y sus ramas ya no se agitaban más que al ritmo calmo de la brisa natural. El bombero en el suelo se desangraba agonizante y con sus últimos esfuerzos trataba de susurrarle algo a los paramédicos, pero estas palabras no alcanzaban a ser lo suficientemente legibles como para que tuvieran sentido. Así, mientras lo subían a una camilla, su cuerpo se relajó por completo.
De lo sucedido ese día corrieron muchos rumores, pero la mayoría concordaba en que se trató de un extraño y misterioso fenómeno inexplicable. Algunos creían que el bombero intentó decir “Están aquí”; otros, afirmaban que sus últimas palabras iban dirigidas a su esposa; Lo que es seguro, es que esos alumnos no olvidarán ese croar o la columna de luz que a su escuela bajó en forma de vórtice.

1 comentario:

  1. Muy bueno!! seguí escribiendo!! me pareció muy interesante, sólo que el final me deja con la incógnita, y de verdad se siente mejor resolver el misterio al finalizar la lectura.. bueno en mi opinión... que sigas escribiendo!! éxitos!!

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